Intervención en el Espacio



Intervención en el Espacio
de Noriyuki Haraguchi. Japón
7 Septiembre hasta 5 de Octubre 2008
en St. Peter. Colonia.



Esta instalación artística ya surgió en los años setenta y ya fue entonces exhibida en el “documenta” de Cassel:
un recipiente de acero lleno con aceite viejo que muestra fascinantes reflejos del espacio circundante.

Buscar y hallar a Dios en todas las cosas –
¿entonces cómo no abrir los ojos a grandes artistas también de nuestra época
para una realidad  de“detrás” de los primeros planos?
Se dice que “hay un fulgor en todas las cosas”.
Noriyuki Haraguchi hace resplandecer este fulgor,
y esto con todo lo cotidiano; con acero industrial y precisamente con aceite viejo.
Para los creyentes, el brillo de las superficies negras, lisas como un espejo
 puede dejar traslucir algo del fulgor de Tu gloria, oh Dios.
A mí se me hace consciente otra vez:
Toda la Creación refleja esta gloria.
Incluso la obscura “caída” de la culpa humana
no puede privarse de todo Tu fulgor.
Por la vida salvadora, muerte y resurrección de Jesucristo,
Él resplandece en la luz pascual.

El artista denomina su instalación “intervención en el espacio”. En la tradición artística japonesa se acentúa la dimensión horizontal y por eso se pone un acento muy peculiar contra la arquitectura, esforzada en lo ascendente, del espacio eclesial gótico.

Los grandes arquitectos del gótico dirigen nuestra mirada
y toda nuestra sensibilidad hacia “arriba”.
Nos enseñan a ver en Ti, oh Dios, la meta de nuestra vida.
Pero, al mismo tiempo, nosotros estamos atados a la gran horizontal de Tu Creación,
que Tú, como totalidad, has llamado a llegar a ser “Reino de Dios”.
¡Que tensión se esconde en mantener la fidelidad a Ti, oh Dios,
y a Tu Creación de igual modo!
En la dimensión de Tu “Reino”, de Tu futuro concurre finalmente
lo que nosotros experimentamos a menudo como contraste:
horizontal y vertical.


Los reflejos de la Iglesia de St. Peter en el objeto de arte no sólo abren nuevas perspectivas del espacio eclesial como tal, sino también muchos detalles – p.e. la ventana del coro:



“Desde lo profundo” te llamamos, a Ti, Señor.
Desde lo profundo, de forma usual, también miramos hacia “arriba” a la Cruz.
El Crucificado mira hacia “abajo”, hacia nosotros
sufriendo o también compadeciendo.
Ahora estamos delante del espejo plano
y Te vemos, Señor, como el Crucificado “en la profundidad” ante nosotros.
Desde la profundidad de Tu Pasión mortal, Tú nos contemplas.
Tú eres ciertamente el Cristo “elevado” en Pascua.
Pero Tú eres también el Dios encarnado,
que ha descendido con todos los “humillados” hasta en nuestro tiempo
a las más profundas obscuridades del sufrimiento humano
para conducirlos a la clara luz de la mañana pascual.


El reflejo de la propia Iglesia nos muestra a esta Iglesia como un obscuro abismo, en el que se podría precipitar alguien que no esté libre de vértigo:



Más de uno no se atreve a ponerse demasiado cerca de este “abismo”.
Así pueden las personas aquí y allí tener miedo
de acercarse a Tu Iglesia, Señor, y de introducirse en ella.
En el “espejo” de la historia y también del presente
ven en Tu Iglesia sobre todo los abismos,
que se abren por la culpa de los humanos.
En esta Iglesia a veces demasiado humana se dejan caer confiadamente–
por eso, necesitamos de continuo la experiencia de Tu presencia,
en nuestra Iglesia acuñada por seres humanos:
la experiencia de la dimensión divina de la Iglesia.


Aquí y allí alguien intencionada o voluntariamente empuja el recipiente de acero, de modo que el aceite se pone en movimiento:



“Ahora vemos en un espejo y vemos sólo en enigma,
después veremos cara a cara.
Ahora conozco de un modo parcial,
pero después conoceré como soy conocido.
Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas tres;
pero la mayor de todas ellas es el amor.”

Estas palabras de Pablo de la Primera Carta a los Corintios (13,12-13)
cierran nuestra contemplación orante de la “intervención en el espacio”
de Noriyuki Haraguchi.
Que el Señor nos conceda esta confianza creyente del Apóstol
en la mirada a la Iglesia y también a nosotros mismos.