Homilía para el Tercer Domingo de Adviento del ciclo litúrgico (A)
15 Diciembre 2019
Lectura: Is 35,1-6b.10
Evangelio: Mt 11,2-11
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“Gaudete” dice este tercer domingo de Adviento.
Gaudete: “¡Alegraos en el Señor en todo tiempo!
Yo digo otra vez: alegraos!”

Naturalmente esto insinúa la pregunta.
¿De qué se alegran ustedes verdaderamente de todo corazón, sobre todo en estos días anteriores a la Navidad?

Muchos de nosotros nos alegramos –a decir verdad-
probablemente de una mesa cubierta de regalos de Navidad.
Y naturalmente los regalos son también un motivo de alegría, en todo caso cuando lo son en verdad expresión de estima o incluso de verdadero amor.
Lástima, que en nuestra época
el regalar esté determinado cada vez más por el comercio y, con frecuencia, sirve para ponerse de relieve uno mismo y demostrar con eficacia
el propio bienestar y también la propia generosidad.

Seguramente la reunión con la familia y quizás también con el círculo de amigos o con el vecindario
sea ocasión de alegría en el tiempo navideño.
Con ello llegamos a la llamada de júbilo de Pablo,
que dio nombre a este domingo, ya claramente más cercano.
Pablo dice: “¡Alegraos!, porque el Señor está cerca.”
Esto me recuerda las palabras de Jesús:
“¡Donde dos o tres se reúnen en mi nombre,
estoy Yo en medio de ellos!”
Esto podría ser absolutamente verdad
si nosotros también en la celebración de la Navidad en casa, hacemos consciente la verdadera ocasión de la fiesta:
¡Dios se ha encarnado!
¡Celebramos el Nacimiento de Jesús,
el Dios Encarnado!
Celebramos Su llegada, Su Adviento a este mundo,
y también en nuestra familia y en nuestras comunidades interpersonales:
¡ÉL está aquí! ÉL está en medio de nosotros y se sienta con nosotros a nuestra mesa!
¡ÉL se alegra con nosotros! ¡ÉL celebra con nosotros!

Para que también en al celebración casera de la Navidad se haga consciente, podría ser seguramente una ayuda, leer en voz alta el texto del Evangelio o contarlo, según una vieja tradición también en el círculo familiar.
También el pesebre bajo el árbol de Navidad nos recuerda durante todo el tiempo navideño,
lo que verdaderamente es la causa decisiva de nuestra alegría festiva.
Por eso el Papa Francisco en este año ha escrito
para todos nosotros una epístola digna de leerse
sobre el significado del pesebre.

Los textos bíblicos de este domingo nos ayudan a comprender aún mejor el motivo más profundo de nuestra alegría,
y sobre todo también a alegrarnos de todo corazón y con todos nuestros sentidos.

Isaías da una vuelta de campana de pura alegría en sus palabras.
Cito estas palabras otra vez:
El desierto y el yermo se regocijarán,
la estepa deberá llenarse de júbilo y florecer.
Florecerá espléndidamente como un lirio,
se alegrará y lanzará gritos de júbilo.
La gloria del Líbano le será regalada,
la magnificencia del Carmelo y
la llanura del Sarón.
Se verá la gloria del Señor,
la magnificencia de nuestro Dios.

¡Adviento! ¡Sí, Él está cerca! ¡Él llega!
¡Con gusto desearía contagiarme de Isaías en su júbilo!
Pero aquí me detengo:
¡Toda la Creación debe llenarse de júbilo y alegrarse!
¿No se derrama ajenjo en este júbilo de toda la Creación?
¿No cerramos los ojos ante la necesidad, tristeza y sufrimiento de innumerables seres humanos?
¿No contribuimos nosotros mismos a la destrucción de la Creación de Dios?
¡Aprovechemos este domingo “Gaudete”,
este domingo de alegría y de júbilo
para quitar del camino todo lo que impide
a la naturaleza creada con tanta gloria y
a nuestras hermanas y hermanos, los seres humanos,
alegrarse y llenarse de júbilo libres de toda preocupación!

Dejémonos invitar por Isaías a
“¡fortalecer las manos débiles para que de nuevo sean fuertes
y las rodillas vacilantes para que de nuevo sean firmes!”
¡Pongámonos en movimiento y ayudemos y colaboremos, para que toda la Creación verdaderamente pueda alegrarse de nuevo sin reservas!

Cuando el Señor venga verdaderamente y nosotros no se lo impidamos será verdad también,
lo que Isaías enumera como motivo más grande de alegría:
“Entonces se abrirán los ojos de los ciegos,
también los oídos de los sordos se abrirán.
Entonces el cojo saltará como un ciervo,
la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo…
Pena y aflicción se alejarán”.

No sería un testimonio de las comunidades cristianas que entusiasmase, si ellas pudiesen dar a los que dudan y preguntan de nuestra época la respuesta,
que Jesús dio a Juan que estaba en la cárcel:
“Id y anunciad lo que veis y oís:
Los ciegos ven de nuevo y los paralíticos caminan;
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;
los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia
el Evangelio.”
Bienaventurado es aquel a quien no escandaliza Su mensaje y todos aquellos que Le siguen.

Amén. ¡Sea con vosotros la alegría del Señor que viene!
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