Homilía para el Domingo Vigésimo Quinto del ciclo litúrgico A
24 Septiembre 2017
Lectura: Is 55,6-9
Evangelio: Mt 20,1-6
Autor: P. Heribert Graab S.J.
También hoy se trata de nuevo en el Evangelio de esta exigencia de Jesús aparentemente “disparatada”
“Debéis ser perfectos
como también lo es vuestro Padre Celestial.”

Ante todo aquí está en primer plano, la imagen que Jesús tiene de Dios:
Jesús dibuja Su imagen de Dios –cómo podría ser de otra forma- con la ayuda de una parábola.
En la tradición bíblica la imagen de la viña corresponde al “pueblo de Dios” o también al “Reino de Dios”, a Su nueva realidad.
En consecuencia, en la parábola de Jesús, el dueño de la viña se refiere al propio Dios,
Éste invita continuamente a las personas a Su “Reino”.
Incluso los totalmente últimos son invitados;
incluso los que “todo el día”, todo el tiempo de su vida, quizás también de forma desinteresada, han estado ociosos.
Y finalmente también los últimos reciben
el mismo salario que aquellos
que han soportado el calor, la carga y la fatiga de todo el día.
¡No es extraño que los diligentes y contratados
“murmuren” contra el hacendado!
Se sienten tratados injustamente y, mediante
su murmuración, reclaman la justicia.
Por tanto, reaccionan de una forma totalmente “humana”,
ciertamente como también reaccionaríamos nosotros.
Ya entre los más pequeños escolares,
la alabanza más grande que pueden hacer de un profesor es:
“¡Es justo!” A esta expresión responden también nuestras expectativas sobre Dios:
¡Dios es justo!
Y todo lo que se presenta a nuestros ojos como injusto no puede ser de Dios y no se puede remitir a Él.

El Papa Francisco encuentra resistencia en gran parte de la Iglesia y no por casualidad a su penetrante discurso sobre el “Dios misericordioso”:
¿Dónde queda entonces la justicia de Dios???

Continuamente se demuestra que
nosotros no compaginamos “justicia y misericordia”.
“Justicia misericordiosa” o “misericordia justa”,
esta combinación de ideas nos parece contradictoria.
Pero la Biblia y el propio Jesús nos confrontan continuamente con una imagen de Dios, en la que justicia y misericordia forman una unidad indisoluble y, al mismo tiempo, contradictoria.

El dueño de la hacienda defiende su conducta con dos constataciones:
“no te sucede nada injusto” le dice al interlocutor de los murmuradores,
1. “¿no has recibido el denario acordado conmigo?”
“Pero yo quiero darle al último tanto como a ti…
2. ¿Estás envidioso porque yo soy bueno (misericordioso)?”

Quizás el interlocutor ya no supo qué responder;
pero, verdaderamente contento con la respuesta no estaba.
Y en sentido exacto a nosotros tampoco nos hace felices esta respuesta.
No nos queda más remedio que aceptar los límites de nuestro entendimiento y reflexionar sobre las palabras de Isaías puestas en boca de Dios:
“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
y vuestros caminos no son mis caminos – palabra de Dios.
Tan alto como el cielo está sobre la tierra, así de elevados están mis caminos sobre vuestros caminos
y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos.”

La parábola del Evangelio de hoy, en todo caso, anuncia el alegre mensaje de Jesús:
Dios es igualmente bueno para  todos – y nadie Le es indiferente.
Todos –incluso los últimos- están invitados por Él.
Y quien se enfade por esta invitación,
no comprende evidentemente a lo que es verdaderamente invitado:
a Dios, a Su proximidad, a Su Reino, a Su ‘Cielo’.
Es lamentable que los seres humanos rechacen esta invitación incluso ‘en el último momento’.
Entonces la fiesta se celebra sin ellos.
Entonces tiene que celebrarse, en todo caso,
como en aquella otra parábola que se llama del Padre Misericordioso:
“¡Ahora tenemos que alegrarnos y celebrar una fiesta!” (Lc 15,32).

Para terminar quisiera volver al principio otra vez:
“Debéis ser perfectos,
como también lo es vuestro Padre celestial.”
Esto naturalmente vale también para el mensaje de esta parábola del dueño de la viña.
Incluso cuando en el fondo se trata de su invitación a
todos e incluso a los ‘últimos’, se trata de que nosotros, ya en este tiempo, para nuestra relación interpersonal debemos tomar medida en la perfección de Dios,
por tanto, de que nos orientemos hacia Su ‘justicia misericordiosa’, es decir, hacia Su “misericordia justa’.

Por favor, mediten ustedes continuamente en el transcurso de esta semana, lo que esto significa de forma concreta para su convivencia diaria en su ámbito familiar y profesional.
Pero en un día de elecciones como éste se debían presentar a consideración también los problemas actuales de la convivencia social a la luz de la justicia y la misericordia de Dios:
ambas tienen que confluir con las corrientes de refugiados, con la atención al estado de emergencia , con la pobreza de los ancianos, con la pobreza de los niños, con la precaria situación de los empleos y, y, y.
Ambas pueden y tienen que ir juntas en la política social, en la política del mercado de trabajo, en la política de impuestos y también en la política de formación y en la política de las jubilaciones.
Y de que ambas vayan juntas somos todos nosotros corresponsables, también después de que hoy (¡esperemos que así sea!) hayamos votado.
Por tanto, cumplamos diariamente en los cuatro años venideros con nuestra participación en una democracia vivida.
y ¡vivamos día a día también en público nuestro Bautismo!

Amén.
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