Homilía para el Tercer Domingo del ciclo litúrgico B
25 Enero de 2015
Lectura: Jonás 3,1-5.10
Evangelio: Mc 1,14-20
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Los primeros domingos del ciclo litúrgico nos ofrecen una breve ojeada sobre los comienzos
del movimiento de Jesús.
Experimentamos algo de la fascinación,
que sale de este Jesús,
que cautiva totalmente a muchas personas,
y que motiva a algunos para seguirle.
El domingo pasado escuchamos
cómo dos discípulos de Juan – textualmente –
Le siguieron y, por de pronto, se quedaron un día con Él, para finalmente hacerse discípulos Suyos
a lo largo de su vida.
Su encuentro con Jesús
- y de forma paralela en el Primer Testamento
el sueño de la vocación de Samuel-
fueron motivo para nosotros para reflexionar sobre la vocación a un cristianismo comprometido.

Hoy en ambas Lecturas se trata de nuevo de historias de vocación.
En el Evangelio Marcos nos relata
cómo Jesús llama a Su seguimiento a cuatro pescadores, que abandonan su oficio.
En la Lectura veterotestamentaria  escuchamos una parte de la dramática vocación y misión de Jonás.
El aspecto de la misión misionera es conjunta en ambos relatos.
En el Evangelio Jesús dice a los pescadores en el lago de Genesareth:
“¡Venid, seguidme!
Yo os haré pescadores de hombres!”

Esta palabra de envío de Jesús nos debe estimular hoy sobre lo que significa en el nombre de Jesús
‘pescar seres humanos’
y como puede acontecer en el sentido de Jesús.

Sobre la pesca entiendo tanto como puede saber
un interesado lector de periódicos.
En todo caso, sé que hoy los pescadores se sirven
de más de un truco para conseguir una captura lo más rica posible.

Ya he observado en pescadores amateurs en mares interiores como atraen por la noche a los peces a sus redes mediante una fuerte luz eléctrica.

Probablemente también los pescadores del lago de Genesareth  conocerían sencillos trucos para capturar el mayor número posible de peces.
Pero yo no me puedo imaginar que Jesús pensase en estos trucos, cuando hizo a Simón y a Andrés ‘pescadores de hombres’.
También para esta imagen verbal de Jesús es válido,
lo que es importante para toda comparación:
se trata del ‘tertium comparationis’;
por tanto, en último caso, se trata de que las cosas que son comparadas sean semejantes.
El pescador quiere capturar peces;
el pescador de hombres debe conseguir seres humanos.
Todos los demás aspectos (p.e. motivaciones, fin, métodos…) no juegan ningún papel en la comparación.

Mientras el pescador probablemente trabaja para su manutención,
para los discípulos de Jesús debe tratarse de ganar seres humanos para el anunciado ‘Reino de Dios’,
es decir, para la comunión con Jesús.
Por lo que a los métodos respecta,
nosotros debemos y tenemos que copiar los del propio Jesús.
En todo caso, Jesús no trabaja con trucos y con ‘doble fondo’.
Él gana a las personas mediante Su alegre mensaje.
Él las gana por Su credibilidad personal y por Su fuerza de persuasión;
Él las gana por Su amor,
con el que Él se vuelve hacia los seres humanos,
con el que Él les dedica tiempo,
con el que Él percibe sus preocupaciones y necesidades
y con el que Él ‘cura’ de formas diversas.

Sobre esto se me ocurre la famosa novela de Ernest Hemmingway, ‘El viejo y el mar”.
Él no es otra cosa que un pescador muy normal,
que se dedica a su trabajo para su manutención existencial.
Después de un largo día sin ningún resultado en su trabajo, de forma inesperada, captura con su caña
un pez gigantesco.
Ya empieza a pensar en el gran precio que obtendrá de esta pesca excepcional.
Pero este pez enormemente grande y fuerte
se defiende a más no poder.
Pasan dos días y dos noches de lucha,
en los que el viejo mantiene agarrado
con las manos doloridas el cordel cortante,
sin que las fuerzas del pez decrezcan.
Esta lucha y las heridas y la tortura que el pez
le causa, cambian también al pescador.
Se desarrolla una solidaridad mental hacia el pez y
él comienza a llamarle su hermano.

Pienso yo que en cierto modo también Jesús
ha luchado por las personas en todas partes
y las ha ganado como hermanos o también hermanas.
Al servicio de Su misión por el Padre,
por tanto, al servicio del Reino venidero
y con ello al servicio de las personas,
y finalmente ha sufrido Su propia Pasión y la muerte en Cruz, y así ciertamente ha ganado a las personas y las ha incorporado a Su gloria pascual.

No pocos de Sus discípulas y discípulos le han seguido incluso en este Via Crucis
y, por medio de su martirio, han ganado a otras personas para Él.
“La sangre de los mártires es simiente de la Iglesia”. (Tertuliano)

Lancemos también hoy una breve mirada a la Lectura veterotestamentaria y con ella a la vocación y envío de Jonás.
Naturalmente ustedes conocen toda la historia de Jonás.
Saben cómo reacciona Jonás a la llamada de Dios:
Debido a la misión sumamente importante ante la que Dios le coloca, no sabe qué hacer con el temor y sencillamente la rehuye.

Ahora yo estoy firmemente convencido de que Dios nos ha creado con una voluntad libre y de que tampoco Él nos fuerza a nada.
Ciertamente Dios siempre encuentra caminos
para motivarnos a aceptar una misión,
ante la cual lo que más desearíamos es huir.
En todo caso así le sucedió a Jonás.
Sus experiencias a bordo de la barca de huida,
el encuentro con las supersticiosas gentes de mar,
la experiencia de ser arrojado por la borda,
su experiencia de la inevitable muerte que se pone delante y finalmente su salvación ‘milagrosa’-
todo esto unido le persuadió.

De este modo hizo el camino a la gran ciudad de Nínive para convertir a la muchedumbre que había allí por encargo de Dios, es decir, para moverla a un trato humano en reverencia y alabanza ante Dios.
Hemos escuchado en la Lectura cómo acabó la historia:
Jonás experimenta un grandioso éxito.
Por esta causa las gentes de Nínive comienzan una nueva vida.
Se convierten a Dios y a sus prójimos.

En ninguna parte se dice que esta transformación
sea obra de Dios;
pero, entre líneas, no se puede dudar;
el propio Dios está en aquel, a quién Él llama y envía, aunque su misión sea grande y alarmante a primera vista.
Esta experiencia de Jonás también la podemos aprovechar nosotros para nuestra vida en el seguimiento y en el servicio de Dios.
Amén.