Homilía para el Domingo Undécimo del ciclo litúrgico (B)
14 Junio 2015
Lectura: Ez 17,22-24
Evangelio: Mc 4,26-34
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Hoy tres imágenes invitan a la contemplación:
  • La imagen de un cedro en la Lectura de Ezequiel,
  • la imagen de la cosecha que crece en el Evangelio,
  • y la imagen del grano de mostaza también en el Evangelio.
El enorme cedro es aún hoy el árbol del escudo del Líbano.
Como árbol del escudo real estaba ya en el reino davídico.
El cedro simboliza el poder y la conciencia de la propia valía.
Pero el poder y conciencia de la propia valía del pueblo de Dios empezaron a tambalearse cuando el Reino de Jerusalem quebrantó la Alianza con Dios,
cuando los dirigentes del pueblo ya no pusieron su confianza en Dios,
sino sólo en su propio poder y esplendor, en su política y en sus armas.

Los profetas bíblicos –también Ezequiel- interpretan la deportación de las clases altas del pueblo al exilio babilónico como consecuencia sufriente de este olvido de Dios.
Lo profundamente que esta catástrofe quedó grabada en la memoria del pueblo,
se refleja en el Salmo 137:
“Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos, cuando pensábamos en Sión.
Colgábamos nuestras cítaras en los álamos de la orilla.
Allí nos pedían canciones los que nos habían deportado y nuestros opresores, júbilo:
“¡Cantadnos canciones de Sión!”
¿Cómo podríamos cantar las canciones del Señor, lejos, en tierra extranjera?”

En los versículos, que preceden a la Lectura de hoy, Ezequiel escribe sobre la infidelidad de los reyes de Jerusalem y compara al gran rey de Babilonia Nabucodonosor con un águila, que arranca las altas copas de los cedros y las llevará al ‘país de tenderos y negociantes’.
Esta imagen del ‘águila’ me recuerda continuamente el águila bicéfala del reino de los Habsburgo y el águila del escudo alemán del imperio nazi:
El pintor Pieter Brueghel ha visto el águila bicéfala de los Habsburgo como símbolo de la opresión de los Países Bajos.
El águila real del nacionalsocialismo representa la opresión e incluso el exterminio de todos los pueblos de nuestra época.

Sin embargo, Ezequiel anuncia en los versículos de la Lectura de hoy un mensaje de consolación.
el propio Dios desgajará una ‘suave rama’ del orgulloso cedro y la plantará en Sión.
De ella florecerán nuevas ramas,
dará frutos y crecerá como un árbol magnífico.
En él habitarán toda clase de pájaros
y “todos los árboles de los campos (= pueblos de la tierra), conocerán que Yo soy el Señor.
Yo, Jahwé, convierto en bajo al árbol alto,
al bajo lo convierto en alto…
Yo, el Señor, lo he prometido y lo cumplo.”
cf. Magnificat:
“Él derriba a los poderosos y
enaltece a los humildes.”

En primer lugar, suena la profecía de Ezequiel
como anuncio de un reinado purificado de nuevo políticamente y que despunta  en Jerusalem.
Sin embargo, en la intención de Ezequiel y tanto más en una interpretación que vuelve la vista a atrás de la mirada de Jesús se trata de una visión definitiva del ‘Reino de Dios’.

En la comprensión de Jesús no cae ‘perfecto’ del cielo.
Más bien crece en el tiempo.
Ezequiel lo ve ciertamente así:
La ‘rama tierna’ del cedro necesita mucho tiempo
para convertirse en un árbol vigoroso.
Jesús necesita para expresar esto la doble imagen de la cosecha que crece y del grano de mostaza,
el más pequeño de todos los granos,
que, finalmente “se convierte en la más grande de todas las demás plantas y es portadora de grandes ramas, de tal modo que a su sombra pueden anidar los pájaros del cielo.”

Para nosotros todas estas imágenes contienen en primer lugar y sobre todo un mensaje manifiestamente consolador:
No podemos crear un futuro alegre y filantrópico de este mundo porque más bien crece ‘por sí mismo’-
es decir, Dios mismo hace crecer Su futuro para
Su creación, lo mismo que la naturaleza hace madurar los granos.

Pero también significa:
Tan pronto como nosotros mismos nos arroguemos el configurar este mundo según el propio gusto y a la vista de los propios intereses, de la propia ventaja y de la propia ganancia, se nos vuelve incontrolable la historia y se genera siempre de nuevo una ‘ciudad babilónica’, una ciudad, cuyas torres “con una punta alcanzan el cielo”, una ciudad autoconstruida, en la que nos prometemos poder, gloria y autonomía.
Pero, en realidad, esta autogloria de los seres humanos precipita a este mundo continuamente en guerra y caos.
Por tanto, confiemos finalmente en la actuación de Dios sobre este mundo y consideremos de forma imperturbable que la propia ciudad de Dios para nosotros ya es comprendida en crecimiento,
aunque nosotros –como aquel sembrador de la parábola de Jesús- no sepamos lo que sucede cuando Dios hace crecer y cómo sucede esto.

Pero interpretaríamos mal lo pertinente a las parábolas de Jesús si nos recostásemos cómodamente en el sillón, saliendo de cualquier apuro y liberados de todos los deberes.
Todo agricultor naturalmente sabe que
aunque la cosecha crezca ‘por sí misma’,
necesita el cuidado de los seres humanos.
El ser humano tiene que crear las condiciones previas para que en la tierra pueda crecer y prosperar algo:
- Tiene que fertilizar en la justa medida,
- tiene que regar si fuera necesario,
- tiene que proteger la cosecha que crece de la tormenta, de las plagas y también de las plagas en forma humana.

Ciertamente este ‘cuidado’ también está encomendado a nosotros,
Para que la cosecha del ‘Reino de Dios’ pueda salir y prosperar.
Un agricultor moderno aprende hoy las reglas del cuidado de las plantas mediante un estudio de la agricultura.
Sugerencias y ayudas para el cuidado del ‘Reino de Dios’ creciente las conseguimos mediante un continuo ‘estudio’ de la Sagrada Escritura y sobre todo dado que nos orientamos hacia el propio Jesucristo t Le seguimos hoy y en nuestra vida y en medio de nuestro mundo tan caótico y estéril.

Amén.
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