Homilía para el Segundo Domingo del ciclo litúrgico “C”
20 Enero 2013
Evangelio: Jn 2,1-11
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Probablemente la mayoría de nosotros nos hemos formulado ya alguna vez la pregunta:
¿Cómo hizo esto?
Una pequeña pista sería verdaderamente
una ayuda bienvenida para el cuidado
de nuestra bodega.
Pero curiosamente Juan
-y en general los Evangelistas- no presentan
el más mínimo interés por la cuestión del modo
en que se realizó este milagro.

Para Juan en el Evangelio de hoy se trata en último caso de anunciar la manifestación de la gloria de Dios y la nueva creación del mundo comenzada con Su Encarnación.
Él lo acentúa expresamente al final de su relato:
“Así hizo Jesús Su primer signo en Caná de Galilea
y manifestó Su gloria.”
Por tanto, lamentablemente no conservamos
ningún secreto para la producción de vino excelente.
Pero se nos ha regalado mediante este relato
–como a los discípulos entonces–
algo mucho más valioso.
Hemos escuchado que mediante el acontecimiento de Caná, Jesús manifiesta Su gloria;
Después el relato termina con las sencillas palabras:
“…y Sus discípulos creyeron en Él.”
Aún muy al final de su Evangelio, Juan escribe:
Este signo y todos los demás
“son descritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y mediante esto tengáis
por la fe, la Vida en Su Nombre.” (Jn 20,21)

Yo pienso en una época, en la que esta fe es muy diferente a algo natural y en la que la comprensión de la “Vida” se reduce a una existencia sin el mayor número posible de preocupaciones y placentera,
por tanto, en nuestra época es el regalo de una fe, mediante la que tenemos acceso a la
“Vida en plenitud”, ciertamente un valioso regalo.

En nuestra pregunta escéptica naturalmente resuena esto:
¿cómo puede un ‘signo’ –sobre todo si sólo se informa de él– provocar una fe viva y fuerte?
¡No sabemos lo que verdaderamente sucedió entonces en Caná y cómo sucedió!

Pero conocemos el resultado final de la historia de este signo:
“¡Sus discípulos creyeron en Él!”
Un lenguaje tan escaso, sencillo y sin perifollos habla de que esta afirmación es verdaderamente sencilla.
Naturalmente se añaden otros ‘signos’,
que refuerzan a los discípulos en su fe.
Y sobre todo se halla una enorme motivación para
la fe en la fascinante personalidad de Aquel que realiza este signo y todos los demás.

Pero el efecto final es que su fe induce a los discípulos,

•    a responder de esta fe con palabras y hechos,
•    a ganar a innumerables personas para esta fe en Jesucristo por su propia credibilidad,
•    y finalmente para responder de esta fe con su propia vida.

Cuando el ‘signo’ de Caná fue un arranque inicial decisivo para todo esto,
entonces este ‘signo’ no puede ser sencillamente una quimera o el producto de una fantasía literaria; entonces más bien tiene que ser ¡un acontecimiento verdaderamente imponente!
Y esto de forma independiente de si podemos reconstruir este acontecimiento de forma científica o histórica o ¡precisamente tampoco!

Quizás pueda ser este Evangelio sobre
el ‘primer signo’ que Jesús realizó, ocasión para reflexionar un poco sobre los ‘signos’.
En primer lugar, los signos son elementos esenciales de intercomunicación humana.
Al fin y al cabo nosotros somos criaturas de carne y espíritu.
Una comunicación exclusiva por la palabra o también un anuncio exclusivo por la palabra reducen a las personas a su ‘cabeza’, a su intelecto.
En principio una comunicación, que también toca a los sentidos, se dirige al ser humano en su totalidad.
En consecuencia la Iglesia católica practica anuncio y liturgia como una interpretación conjunta de palabras, imágenes, ritos y precisamente ‘signos’.
Una Iglesia católica, en cuyo centro sólo esté
el púlpito es impensable.

Finalmente tampoco hay que desechar los signos de nuestra vida cotidiana.
Por ejemplo a nadie se le ocurriría suprimir
las señales de tráfico mediante avisos por altavoces.
Ciertamente las señales de tráfico nos empujan
a que haya decisivas diferencias entre diferentes formas de signos.
La afirmación del contenido de las señales de tráfico se basa finalmente en una fijación más o menos arbitraria.
La ‘P’ blanca sobre fondo azul significa por ejemplo ‘plaza de aparcamiento’.
Esto se ha fijado así y no de otra forma.
Sin una fijación así podría significar también:
‘¡Hacer pausa!’

Un signo muy diferente es un beso o un abrazo.
Aquí no se trata sólo de una declaración externa.
Un beso y cualquier otro signo de cariño expresan
de forma inmediata y hacia fuera de uno mismo,
afecto y amor.

Ciertamente en este sentido inmediato también
son representativos los signos de Jesús como algo hacia fuera de sí mismo.
El signo del ‘milagro del vino’ de Caná no es sólo un signo externo de certificación –como por ejemplo un documento certificado o una certificación con sello y firma;
este ‘signo’ de Caná contiene ya más bien en sí mismo el auténtico contenido del mensaje:
* Salva al novio de una situación manifiestamente embarazosa, por tanto, le regala a él y a sus invitados ‘salvación’.
* el signo incluso comunica a todos los asistentes a la boda una alegría festiva;
* este signo pone de manifiesto al Donante como
a alguien, que no hace cuentas, sino que ‘saca de todo’ y obsequia con abundancia generosamente;
* aquí alguien actúa con un poder misterioso y grandioso;
* aquí se ilumina algo de la plenitud y el poder propio de Dios, de Su amor y filantropía y de Su gloria.

Totalmente en el mismo sentido se halla
la multiplicación del pan,
todas las curaciones de enfermos,
el sencillo afecto de Jesús a los marginados
de Su tiempo y tanto más Sus resurrecciones,
en sí mismas signos de la salvación que despunta,
signos de la Vida y de una Nueva Creación,
signos de la manifestación de Dios en este mundo aparentemente tan alejado de Dios.

Exactamente lo mismo sucede con los Sacramentos de la Iglesia, que Jesucristo le ha regalado a ella para nosotros,
‘signos eficaces’ de salvación, que Dios nos regala.
Ellos ‘causan’ en aquel que cree, ciertamente lo que expresan:
•    El Pan y el Vino de la Eucaristía nos regalan vida y fuerza vital, que rebasa lo que podemos obtener de la naturaleza.
•    La comida con Pan y Vino es no sólo expresión de la comunión con Jesucristo y
entre nosotros; esta comida es más bien incluso cercanía y comunión ya vivida.
•    La promesa del matrimonio es mucho más que un contrato; crea más bien unión en la vida y en la muerte.

En cada uno de los Siete Sacramentos se puede mostrar esta inmediata eficacia salvadora-
en todo caso para aquel que cree, como también Jesús indica continua y expresamente:
“¡Tú fe te ha salvado!”

Y finalmente la Iglesia de Jesucristo
- más allá de todas las confesiones-
es un signo de salvación eficaz para todos los seres humanos y para todos los pueblos.
Y esto lo es ¡a pesar de toda apariencia!
Ciertamente también como Iglesia llevamos
‘este tesoro en vasijas de barro’;
porque está claro que el exceso de fuerza viene
de Dios y no de nosotros.” (2 Cor 4,7)
Y ciertamente en el pasado y en el presente se hizo añicos mucha porcelana.
Pero quien mire “con buenos ojos” descubrirá
en qué y en dónde relampaguea este signo continuamente.
Antes de que tropecemos con la ‘porcelona rota’, debiéramos también recordar en este contexto que
¡nosotros mismos somos la Iglesia!
Y entonces debiéramos preguntarnos:
¿yo mismo pongo signos en mi entorno inmediato –
signos del Reino de Dios que despunta y de Su ‘esplendor’?
En este contexto, todavía una mirada hacía atrás
al Evangelio de este domingo:
Cuando otros piensan y dicen de mí:
“Este es como creyente cristiano un ser humano  generoso, alegre y de alegría expansiva”-
entonces yo puedo aceptar, incluso apostar por un ‘signo’en el sentido del relato de las Bodas de Caná.

Amén.