Homilía para el Domingo Décimo del Tiempo Ordinario C
9 Junio 2013
Lectura: 1 Re 17,17-24
Evangelio: Lc 7,11-17
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Nos inclinamos espontáneamente a clasificar los relatos de ambas Lecturas como historias milagrosas y a considerarlas en consecuencia de forma escéptica.
Quizás esta tarde debiéramos elegir otro acceso.

Se trata de la muerte de dos jóvenes,
que eran ambos hijos únicos de sus madres.
Y éstas además eran viudas.
Ya es suficientemente malo que a una madre
le sea quitado su hijo.
Pero estas dos mujeres se quedan ahora además totalmente solas.
En aquel tiempo esto significaba para ellas una catástrofe.
En su sociedad una mujer no valía nada, si no tenía ningún hombre y sobre todo ningún hijo.
Un destino así sea atribuyó al pecado de la mujer y fue penalizado con el desdén.
Después, en correspondencia, fueron miserables
las condiciones de vida de una mujer así.

Jesús dice al comienzo de Su vida pública:
“El Señor me ha enviado para traer una buena noticia a los pobres;
para que Yo anuncie a los cautivos la excarcelación y a los ciegos la vista;
para que Yo ponga en libertad a los oprimidos y proclame un año de gracia del Señor.” (Lc 4,18 s)
Por tanto, Jesús se comprende como enviado del Dios misericordioso, que está sobre todo del lado
del ser humano en pobreza y necesidad.
Al mismo tiempo, en conexión con el relato de la resurrección del joven de Naín,
Juan el Bautista pregunta a Jesús desde la prisión:
“¿Eres Tú el que tienes que venir o tenemos que esperar a otro?”
La respuesta de Jesús es:
“Informad a Juan de lo que habéis visto y oído:
Los ciegos vuelven a ver, los impedidos andan
y los leprosos quedan limpios;
los sordos oyen, los muertos se levantan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.” (Lc 7,22)

Por tanto:
Ya Elías compuso su oración por el hijo sin vida
de la viuda sobre la misericordia de Dios y confió
en que Dios no dejase a esta mujer en la estacada con su necesidad.
En la vida y en el actuar de Jesús esta confianza se convierte en certeza:
En Él, Dios mismo hace evidente su afecto prioritario por las personas –como estas dos viudas–
que están en gran necesidad.

Este afecto prioritario naturalmente tiene que tener consecuencias en nosotros, que confesamos a este Dios, y que queremos vivir en el seguimiento de Jesús.

Silencio

En ambas Lecturas se trata luego de una cuestión,
que también a nosotros nos apremia en último caso:
Se trata de la cuestión de la vida y la muerte.
El alegre mensaje de estas Lecturas, que suena generalmente en la Sagrada Escritura, es:
¡Dios es un Dios de vida!
Por ello la vida llevará a la victoria sobre la muerte.

Con esta confianza ora Elías a Dios y es escuchado.
Por el contrario, en el Evangelio la viuda de Naín experimenta inmediatamente la misericordia del Dios de la vida:
Ella encuentra en Jesús el “Kyrios”, el Señor de la propia Vida:
¡Él no “ora”, Él “ordena”!
“Yo te ordeno joven: ¡Levántate!”

Ya las curaciones de Jesús indican la irrupción del tiempo de salvación.
Ya en las curaciones se muestra que la vida es más fuerte que las fuerzas amenazadoras de la muerte.
Además hay que entender la resurrección de los muertos como testimonio de la resurrección de Jesús, como también de nuestra propia resurrección a una vida, que ya no conoce la muerte.

Silencio

Ciertamente ahora también nos podemos preguntar lo que entonces verdaderamente sucedió,
tanto en un relato como en el otro.
¡Sí –ambos relatos son relatos ‘milagrosos’!
En todo caso, en el sentido de que la vida siempre
es algo ‘maravilloso’.
Nunca es para nosotros esto más consciente
que en las situaciones en las que se muestra
como más fuerte que la muerte.

Pero en ambas historias también hay diferencias:
En la historia de Elías no se dice expresamente que el joven estuviese muerto.
Más bien se dice:
“La enfermedad se agravaba de modo que finalmente ya no tenía aliento.”
Esto encaja –desde nuestra mirada actual– con lo que Elías hizo:
“Se tendió tres veces sobre el joven.”
Esto recuerda muy intensamente el intento de reanimación, cuya técnica aprende hoy todo
el que quiera sacar el carnet de conducir.
Pero Elías además pone toda su confianza en el Dios de la vida y en Su misericordia.
Por eso dice hoy el Papa Francisco:
La misericordia de Dios “no es sólo un sentimiento”
sino “una fuerza que da vida, que a los seres humanos da aliento de nuevo.”
Ambos juntos –el propio compromiso y la confianza en la misericordia de Dios- pueden también hoy actuar ‘milagrosamente’.
Ignacio de Loyola dice exactamente esto
con una sentencia que, a primera vista, suena
de forma paradójica:
“Trabaja como si todo dependiera de ti,
pero confía como si todo dependiera de Dios.”

Silencio

La historia de la resurrección del muerto de Naín
no permite un intento de aclaración semejante.
Aquí Jesús actúa de forma autoconsciente como
el Señor de la vida, contra el que la muerte no tiene ningún poder:
“Yo te ordeno, joven: ¡Levántate!”
Esta historia sólo podía ser contada y comprendida en una comunidad de cristianos, que hubieran hecho la experiencia del Cristo resucitado.
Para la fe pascual de esta comunidad primera y también para nuestra fe, hoy muestra ya retrospectivamente la resurrección del muerto de Naín a Cristo como Señor de la vida y como donante de aquella plenitud de vida, que nos ha prometido a todos.

Según el evangelio de Mateo, Jesús dice:
“Cuando yo expulso los demonios mediante el Espíritu de Dios,
entonces es que el Reino de Dios ya ha llegado
a vosotros.” (Mt 12,28)
En el mismo sentido es válido que:
Cuando Jesucristo despierta a la vida a estos muertos,
entonces es que el Reino de Dios, el Reino de la plenitud de Su vida, por tanto, ya ha despuntado.

En esta época podemos vivir y asumir con confianza creyente la responsabilidad compartida de que la vida tenga posibilidades de crecer cada vez más.

Amén