PredigtHomilía para el Domingo Décimoséptimo
del ciclo litúrgico C

28 Julio 2013
Lectura: Gn 18,20-32
Evangelio: Lc 11.1-13
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Con toda sinceridad:
Yo hubiera participado con gusto en directo en la escuela de oración de Jesús para Sus discípulos,
en lugar de remitirme a lo que los Evangelios
han transmitido, por así decirlo, como ‘breve protocolo’.

Pero, naturalmente merece la pena
utilizar los Evangelios y la Sagrada Escritura
como libro de texto en la escuela de oración
y con ello hacer experiencias personales.

Hoy me llama la atención en primer lugar,
con cuanta evidencia, por no decir, con cuanta ingenuidad, Jesús nos recomendaba para nuestra oración aquella pesadez con la que alguien pide pan a un amigo en el tiempo nocturno dedicado al sueño.

Esto hace que se me ocurra otro ejemplo de Jesús
con el que anima a Sus discípulos en su oración
a sacar de quicio a Dios. (Lc 18,1-8).
Pienso en la parábola del juez desconsiderado
y de aquella viuda que no se cansaba
de reclamar continuamente a este juez su derecho:
“Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie,
es tanto lo que esta viuda me inoportuna ,
que le haré justicia para que me deje tranquilo.
Sino al final llegará a golpearme en el rostro.”
También aquí me sorprende la evidencia con la que Jesús traza un paralelo con la oración:
“¿No hará entonces Dios justicia a Sus elegidos,
que claman a Él día y noche?
Yo os digo: Él les hará justicia inmediatamente.”
Como una quintaesencia de estos relatos ejemplares dice Jesús en el Evangelio de hoy:
“Por eso, Yo os digo: Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá.
Pues quien pide, recibe;
quien busca, halla;
y a quien llama se le abrirá.”

Muchos de ustedes replicarán espontáneamente:
“¡Con todo respeto, querido Jesús!
Pero en esto Tú estás en un error.
Probablemente podemos todos nosotros contar muchas historias de seres humanos,
que han orado continua e intensamente día y noche
y, sin embargo no fueron escuchados.”
Precisamente una mujer en estos días me contaba
su sufrimiento causado por su deseo muy ardiente
de tener un hijo, pero, a pesar de todas sus oraciones, completamente en vano.
Esta mujer se siente dejada en la estacada por Dios.

Cito de nuevo las palabras de Jesús:
“Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá.
Pues quien pide, recibe;
quien busca, halla;
y a quien llama se le abrirá.”

¿No les llama la atención que Jesús no indique
con una única palabra como es concretamente
la escucha de la oración prometida?
No se trata de ninguna ‘artimaña’,
pues dos versículos después Jesús da una aclaración:
“Si vosotros… dais a vuestros hijos lo que es bueno,
cuánto más dará vuestro Padre del cielo
el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan.”

Todos nosotros con frecuencia tenemos una fijación en nuestra oración con una idea muy determinada de lo que esperamos de ella.
Con lo cual trazamos unos límites muy estrechos
a la generosa bondad de Dios.
Pero Él quisiera regalarnos Su Espíritu Santo,
es decir, la plenitud de Su amor.
Ahora nuestras ideas compactas sobre nuestros deseos paralizan la propia fantasía.
No estamos en situación de imaginarnos
las alternativas concretas del amor de Dios.

Quizás también nos cerramos a posibles alternativas,
porque tememos que pudieran aparecer
como aquella alternativa, que le fue ofrecida a Jesús en el Monte de los Olivos:
Él había orado ante la Pasión inminente:
“¡Padre, si quieres aparta de mí este cáliz!
Mas no se haga mi voluntad sino la tuya.”
Pero la ‘alternativa’ de Dios fue un ángel del cielo
que Le dio nueva fuerza.

La pregunta, sobre la que nosotros finalmente tenemos que hallar una respuesta, dice así:
¿Lograremos –como Jesús– esta confianza
sin reservas en el amor de Dios,
que finalmente dice Sí a Su voluntad,
aunque ésta lleve en una dirección muy diferente
a la de nuestras propias ideas deseadas?

Pero confiar enteramente en Dios no significa de ningún modo, confiar de forma totalmente ciega,
ni en Jesús ni en nosotros:
Muy al comienzo de la escuela de oración, Jesús enseña a Sus discípulos a rezar el ‘Padre Nuestro’.
Todas las peticiones de esta oración central del cristianismo se centralizan en un solo ruego:
“¡Venga a nosotros tu Reino!”
¡Cómo único ruego se halla este ruego sin alternativas!
Este ruego responde a la constatación de Jesús
de que el Reino de Dios y Su futuro feliz para este mundo ya ha despuntado,
y después la promesa de Jesús de que esta ‘nueva Creación’ del Reino de Dios
hallará su plenitud, en todo caso, en una realidad,
que sólo está sostenida por el Amor de Dios.
Por tanto, nuestra oración en este tiempo dependerá no en último caso
de si y hasta qué punto los contenidos de nuestra oración y petición son compatibles con el Reino de Dios y el Mensaje de Jesús.

Amén.