Homilía para la festividad de Todos los Santos
1 Noviembre 2013

Evangelio: Mt 5,1-2a
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Algunas propuestas para esta homilía son de Roland Meter Kerschbaum del “Pueblo de Dios 8/2008.
Tomemos como ayuda las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña de Jesús para comprender mejor lo que celebramos hoy.
¿Ven ustedes una diferencia esencial entre ‘santo’ y ‘bienaventurado’?
¡No hay ninguna!
Cuando en abril el ‘bienaventurado’ Juan Pablo sea declarado ‘santo’,
esto cambia en todo caso algo legalmente eclesial
para nuestra veneración de Juan Pablo;
pero él es hoy también naturalmente ‘santo’ y permanecerá también ‘bienaventurado’ tras su canonización.

‘Santo’ – en esta palabra se halla el concepto ‘salvación’.
Dios es el que es ‘Santo’, el que crea ‘salvación’,
el que regala ‘salvación’.
‘Salvación’ significa por una parte comunión con Dios;
por otra parte, esta comunión con Dios es donación de plenitud de vida, gran dicha y pura bienaventuranza.
‘Salvación’ y ‘felicidad’, ‘santidad’ y ‘bienaventuranza’son como gemelos siameses:
van inseparablemente juntos.

Las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña son algo así como una auto-caracterización de Jesús,
que es sencillamente el ‘Santo de Dios’.
En Su vida humana podemos leer cómo repercute
en la vida práctica Su íntima comunión con Dios,
como Su ‘santidad’ en esta realidad mundana adquiere sentido.
Al mismo tiempo podemos concluir de las bienaventuranzas que Jesús era un ser humano totalmente feliz, precisamente un ‘bienaventurado’.

En Su íntima comunión con Dios podemos participar
no por los méritos propios, ni por una buena conducta moral  sino única y exclusivamente
por la gracia de Dios.
Él nos dispensa mediante el Bautismo,
mediante la Eucaristía, mediante todos
los Sacramentos y también mediante Su palabra
‘salvación’ y ‘bienaventuranza’,
plenitud de la vida y dicha;
Él nos hace santos’ y ‘bienaventurados’.
Este regalo de Dios no está reservado sólo para pocos;
¡es un regalo portador de felicidad para todos nosotros!

Por eso las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña incluyen no sólo un programa para los especialmente elegidos-
aunque éstas fueron mal interpretadas en la Iglesia con frecuencia como ideal devoto para pocos o también como utopía política.
Toda nuestra santidad puede y debe tomar forma en el centro de la vida diaria en el seguimiento de Jesús,
en una vida hoy según el Espíritu de Su vida entonces.

Contemplemos esas bienaventuranzas de forma más cercana:
Jesús mismo ha experimentado la pobreza no sólo
en el establo de Su nacimiento.
Más tarde, Él dice de sí mismo:
“los zorros tienen sus madrigueras y los pájaros sus nidos;
pero el Hijo del hombre no tiene ningún lugar donde pueda recostar Su cabeza.” (Mt 8,20)
Y, sin embargo, ¡Su vida está llena de riqueza y plenitud!
Pero, sobre todo Él sabe y vive:
Todo es don del Padre, nada procede de Mí mismo.
De esto resultan prioridades que dan la felicidad:
Comparado con el regalo del amor, con la donación interhumana y con la amistad verdadera,
la riqueza material no es un valor verdaderamente deseable.

Como nosotros también Jesús conoce el sufrimiento y la tristeza.
Él llora por la muerte de Lázaro y también por la increencia de Jerusalem.
Pero Él no desesperó, sino que colocó frente a todos los poderes de la muerte la fuerza de la vida y puso todas Sus capacidades al servicio de la vida:
curó, consoló, animó y expulsó demonios-
no en último caso los demonios del temor.

Él estaba mucho más lleno que nosotros
de la nostalgia de justicia y de paz.
Él tuvo mucha comprensión para los celotes
de Su época, que estaban hambrientos y sedientos
de justicia, de paz y de libertad para su pueblo
de Israel que se hallaba amordazado bajo
la dominación romana.
Él incluso llamó a algunos de estos celotes a su círculo más estrecho de discípulos.
Pero Él no se dejó conducir por la tentación
de predicar la violencia.
Por el contrario, declara bienaventurados a los pacíficos e incluso pretende ganar a algunos de estos celotes para su programa de pacifismo si bien ellos finalmente bajo la Cruz comprenden lo consecuente que Jesús fue en el camino del pacifismo y lo que les podría traer a ellos el seguimiento pacifista de Jesús
de injurias y persecución, deberlas y calumnias, incluso tortura y la propia muerte por el poder.
De Jesús aprendieron también a no sucumbir ante la hostilidad y el odio.
no se puede servir a la vida con compromisos dudosos y sólo la verdadera vida puede regalar plenitud y dicha.

Responder con todas las consecuencias a la vida significa también ser misericordioso,
volverse hacia los más débiles,
incluso perdonar el pecado y la culpa.
Pasar hambre y pasar sed por la justicia y,
al mismo tiempo, demostrar misericordia al que actúa injustamente ciertamente refleja la cercanía
del Dios justo y del Padre misericordioso.

El propio Jesús reúne las bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña con la frase:
“Por tanto, vosotros debéis ser perfectos como lo es vuestro Padre celestial.” (Mt 5,48)
¡Esto no sólo suena lleno de exigencias, sino que también lo es!
Y, sin embargo, no se trata de un derecho a prestación, ¡ni siquiera de un derecho a prestación moral!
¡Todos aquí ya somos santos!
El problema para muchos de nosotros es:
Este hecho es para nosotros muy poco consciente.
Y cuando lo sabemos no nos atrevemos a confiar y a abandonarnos totalmente en Dios.
Ignacio de Loyola dice:
“Pocas personas sospechan
lo que Dios haría en ellas,
si ellas se dejasen conducir sin reserva
por la gracia.”

Por tanto, ¡abrámonos inmediatamente de nuevo
a lo que nosotros ya somos en la fe y por la gracia
de Dios!
Dejémonos plenificar por aquella alegría
o incluso debo decir: por aquella ‘bienaventuranza’
que nos hace fácil también lo que vivimos en la vida diaria, lo que nos es regalado en la fe.
Amén