Homilía para el Domingo Undécimo del ciclo litúrgico C
12 Junio 2016
Lectura: 2 Sam 12,7-10.13
Evangelio: Lc 7,36-50
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
La ‘pecadora’ del Evangelio carece de nombre propio; es sencillamente la ‘pecadora’
y una pecadora conocida en la ciudad.
¿Qué se les ocurre con esta historia?
¿Qué ven en esta mujer los hombres reunidos?

Se comprende que la ven como adúltera o prostituta.
También en la Lectura se habla del adulterio de David.
Y yo he crecido en una Iglesia,
en la que jugaba un papel central sobre todo
el “sexto mandamiento”,
cuando se hablaba de pecado.

¿Por qué no se nos ocurre que está mujer quizás fuese una estafadora conocida en la ciudad?
De todos modos en el Evangelio generalmente son denominados ‘publicanos y pecadores’ en un aliento
y aquí se trata claramente de engaño y explotación. Seguramente cuenta también la historia de aquella adúltera a la que querían apedrear un montón de hombres ‘íntegros’.
Pero precisamente esta historia da la ocasión a Jesús
para poner ante un espejo la sociedad de hombres honorables.

También está en la historia de David de la Lectura de hoy el abuso de poder de David y su asesinato a Urías, el hitita, claramente más importante que el adulterio con la mujer de Urías.

Y echando una mirada al Evangelio me llama la atención que Jesús ponga en un afilado contraste
el amor grande y confiado,
que esta mujer Le manifiesta en su necesidad,
con la desatención, la insidia y el desamor del anfitrión.
Me parece que a la luz del Evangelio nosotros podríamos descubrir también hoy que
en mi propia vida no hay sólo un par de faltas y averías:
más bien me falta en momentos decisivos
aquel Amor que Jesús anuncia y vive Él mismo,
que Èl convierte en ‘ley fundamental’ del Reino de Dios venidero,
por tanto, ‘ley fundamental’ de una realidad futura,
en la que es posible una vida verdaderamente humana, llena de paz y feliz;
para mí falta aquel amor, que también el Evangelio de hoy graba.
Por tanto, para mí no falta solo ‘algo’ insignificante;
sencillamente falta lo esencial,
lo que me hace verdaderamente persona.
De esta forma también me convierto en ‘pecador’,
por tanto, en alguien que se ‘aparta’ del prójimo y
de Dios, que se ‘aparta’ incluso de sí mismo,
de su propia dignidad.

Pero no contemplemos sólo el Evangelio;
reflexionemos también sobre los textos bíblicos
del Antiguo Testamento,
por los que Jesús está marcado y que también
se reflejan en el Nuevo Testamento.
También aquí se habla del pecado individual
(por ejemplo de David);
pero sobre todo se habla del pecado de todo el pueblo:
Los responsables de este pueblo
y cada uno en particular sólo se tienen ante la vista
a sí mismos y su provecho.
De este modo se rebelan en una responsabilidad conjunta contra el Dios amoroso y misericordioso,
contra Su buen orden al servicio de todos
y contra Su ‘Alianza’ con el pueblo y con la humanidad en general.

Este ‘antiguo’ punto de vista del ‘pecado’ con responsabilidad general me parece que hoy es ciertamente de rabiosa actualidad.
En una sociedad democrática no podemos sencillamente apartar el pecado de la injusticia,
del abuso de poder, de la violencia y de la guerra,
de la explotación económica y de la vida a costa de otros.
Nosotros mismos de múltiples modos nos hemos enmarañado en este pecado social (político).
Esto comienza ya con la ‘pesca de gangas’,
En las que, por ejemplo, compramos de la forma más barata posible nuestra ropa,
aunque sabemos o podemos saber,
que estos textiles baratos fueron fabricados por mujeres y niños, que con su salario de miseria no pueden ni vivir ni morir.

Exactamente sabemos o podemos saber
que mediante nuestro modo de vida
destruimos el medio ambiente de muchas formas,
y que un factor importante de nuestra economía es la exportación de armas y que nuestro bienestar directo o indirecto tiene algo que ver con la muerte brutal de muchas personas en el mundo.

Si nos colocamos sinceramente con este fondo frente a nosotros mismos, tenemos motivos para confesarnos a nosotros mismos como ‘pecadores’.
Por tanto, todos dependemos mutuamente de aquel perdón amoroso y misericordioso que constituye
el verdadero alegre mensaje de ambos textos de la Escritura de este domingo.

Para poner verdaderamente en conexión con nosotros mismos este alegre mensaje,
podríamos en primer lugar no sucumbir a la costumbre generalizada hoy de minimizar la propia culpa o sencillamente de reprimirla.
En efecto, esto presupone que no nos orientemos tanto hacia el espejo de la conciencia tradicional,
sino que comencemos a reflexionar auto-responsablemente sobre nosotros mismos y a tomar como base de medida el Evangelio y la Sagrada Escritura en general.
Además debiéramos estar familiarizados con la Biblia lo más posible y convertir en costumbre la lectura de la Escritura y estar en situación de transmitirla a nuestro tiempo y a nuestra vida personal.

En segundo lugar y sobre todo, nos puede ayudar a comprender la Sagrada Escritura en su totalidad
el mensaje de las lecturas de hoy:
¡El término de la misericordia de Dios no es una idea favorita y fortuita del Papa Francisco!
Más bien  se trata de un mensaje central y verdaderamente liberador,
que a mí me afecta muy personalmente.
Yo no necesito minimizar mi culpa ni reprimirla -
el amor y la misericordia de Dios son siempre más grandes que mi pecado y también que nuestro pecado social.

Este reconocimiento me obsequia a mí mismo y también puede regalarnos a nosotros en conjunto la fuerza y la energía de cambiar nuestra vida desde el fundamento.
Tenemos la posibilidad de comenzar de nuevo.
Como persona individual, como sociedad y como comunidad de pueblos podemos ponernos al servicio del Reino de Dios creciente.
Mirado así la misión cristiana recibe una dinámica fascinante de evangelización del mundo.

La misericordia de Dios, Su regalo del perdón y la posibilidad de comenzar totalmente de nuevo continuamente nos libera en tercer lugar, además
para perdonar también por nuestra parte y darle a cada prójimo y a cada grupo de personas continuamente la posibilidad de un nuevo comienzo.
También puede haber entre nosotros un pasado pesado, decepciones mutuas y culpa de una o de otra parte.
Ciertamente esta maravillosa libertad del amor y la misericordia – incluso entre enemigos– es algo así como la señal del Reino de Dios venidero.
Amén.
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