Homilía para la festividad de San Ignacio de Loyola
Domingo, 31 de Julio de 2016
(Domingo Décimo Octavo del ciclo litúrgico C)
Lectura: 1 Cor 10,31-11,1
Evangelio: Lc 14,25-33
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Como jesuitas estamos agradecidos a San Ignacio de Loyola, cuya festividad celebramos este año en domingo, naturalmente esta Orden de los Jesuitas, que él fundó,
la cual distingue nuestra vida –de una manera o de otra- y que para nosotros ha sido nuestra ‘casa’.

Pero además Ignacio ha regalado a muchos cristianos y a la Iglesia en su totalidad muchos estímulos fundamentales para una vida de fe,
para una ‘vida espiritual’:
naturalmente ‘sus’ Ejercicios (Ejercicios Ignacianos, por tanto), o también sus Reglas para el ‘discernimiento de espíritus’,
que tanto para personas en particular como
para grupos y comunidades son una gran ayuda
para hallar las decisiones importantes vitales.

Pero hoy quisiera entresacar de la herencia de la espiritualidad ignaciana un aspecto, que puede tener un significado fundamental para la fe cotidiana y para la oración diaria de toda cristiana o cristiano.
Se trata del arte de hallar a Dios en todas las cosas.
Con un cierto deslizamiento, Ignacio hizo de este leitmotiv espiritual el lema de su Orden:
‘¡Omnia ad majorem Dei Gloriam!’ –
‘¡Todo a mayor gloria de Dios!’

Para esto Ignacio recoge una frase de Pablo dirigida a la comunidad de Corinto, que hemos escuchado en la Lectura:
“Por tanto si coméis o bebéis o hacéis otra cosa:
¡Hacedlo todo para glorificación de Dios!”
En su epístola a los Colosenses expresa Pablo
esto otra vez de forma algo diferente:
“¡Y todo cuanto hagáis o digáis,
hacedlo en nombre de Jesús, del Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de Él!”

Por tanto, en lo más cotidiano es posible glorificar a Dios.
Los acontecimientos más cotidianos los podemos realizar ‘en el nombre del Señor’,
es decir, naturalmente también ‘en Su sentir’ y con Su objetivo.
Así todo nuestro pensar, hablar y hacer en la vida diaria se convierten en servicio divino, en oración y sobre todo en acción de gracias.

Merece la pena tener en cuenta este pensamiento fundamental de forma prácica:
Un ejemplo puede ser algo tan banal y al mismo tiempo de primera necesidad existencial como comer y beber.
Ante todo me alegro agradecidamente por todo
“lo que ha crecido por las fuerzas de la naturaleza
y el esfuerzo del ser humano”. (Bendición del tiempo atmosférico).
Y yo sé gozar alegremente de una comida preparada de forma sabrosa y de un buen vino.
Después, una mesa bien preparada me trae a la conciencia lo injustamente que están repartidos
los bienes de esta tierra por culpa nuestra y
cuantas personas también hoy aún mueren de hambre.
Cuando se pide por los hambrientos
me invade un sentimiento precisamente miserable.
Y me pregunto:
¿Qué hago yo mismo de forma caritativa y política para que haya más justicia?
O también por el contrario: ¿En qué colaboro yo culpablemente en el injusto reparto de los dones de Dios para todos nosotros?

¡Naturalmente este planteamiento tiene mucho que ver con el ‘Reino de Dios venidero’.
que yo continuamente predico
y por el que todos nosotros casi diariamente pedimos!

Este pensamiento del ‘Reino de Dios’ como centro de nuestra fe forma también un puente para muchas otras cosas que hacemos día tras día:
En el trabajo, en la familia, en el tiempo libre y
en las aficiones, en los diferentes planos de la política y en cualquier otra cosa.
Todo puede contribuir a la gloria de Dios y convertirse en oración
cuando acaece ‘en el nombre del Señor’ y en
Su sentir, por tanto en servicio al ser humano y
a un futuro de Dios en el mundo.
Por tanto: ¡Todo a mayor gloria de Dios!

Por el contrario sería genial, si cada vez tuviéramos más éxito en “encontrar a Dios en todas las cosas”.
Naturalmente también es válido aquí –
sobre todo al comienzo de un camino espiritual en esta dirección:
“¡Quien busca, halla!” (Mt 7,8; Lc 11,9, Evangelio del Domingo último)

Se ofrece buscar en la creación de Dios,
en la que también hoy se pueden descubrir muy bien Sus huellas.
Pero sobre todo debiéramos descubrir la imagen de Dios, a Dios mismo en todo ser humano que es creado a Su imagen.
Esta imagen puede estar a veces completamente desfigurada;
pero quien busca hallará, como mínimo, huellas.

Bien entendido – ¡se trata de hallar a Dios en todo!
¡Pónganse sencillamente en búsqueda!
¿Con cuanta frecuencia miran las torres de la catedral de Colonia?
¿Comprenden ustedes espontáneamente el lenguaje de la arquitectura gótica:
“¡Arriba los corazones!”?

Quien conozca un poco más exactamente nuestra catedral, quizás sepa también que la capilla lateral pegada inmediatamente a la estación es la
“capilla del Santísimo” de la catedral, en la que oran personas creyentes en todo tiempo.
Cuando ustedes mismos entran en tren en la estación sobre el puente de Hohenzollern,
¿dirigen una mirada muy consciente hacia allí,
son conscientes de Su presencia y Le dirigen
un breve saludo?

“Hallar a Dios en todas las cosas”-
es un consejo sobresaliente de San Ignacio.
Para esto no se necesita ninguna catedral ni ninguna Iglesia.
Pueden hallar a Dios en todas partes,
si ustedes perciben la realidad con los ojos abiertos.

Amén
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