Homilía para el Domingo Décimo octavo
del ciclo litúrgico C

4 agosto 2019
Evangelio: Lc 12,13-21 (y Lc 10,25-37/10,38-42/11,1-13)
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La actualidad del Evangelio de hoy es alarmante.
Probablemente cada uno de nosotros puede relatar
las disputas por las herencias en el círculo de sus conocidos o incluso en la propia familia.

¡Naturalmente todos nosotros sabemos que el dinero no da la felicidad!
Incluso en una vida que está marcada por el consumo, éste no nos proporciona ¡lo que nosotros verdaderamente entendemos por vida!
Tanto más no hallamos una vida plena,
dejándonos agobiar por excesivas exigencias.
También hoy la muerte pone en cuestión todas nuestras riquezas,
pero también el poder y el prestigio,
que hemos adquirido con más o menos esfuerzo.
Un antiguo refrán popular nos recuerda esto:
¡La última camisa no tiene ningún bolsillo!

Con este fondo, las personas se preguntan cada vez más por el sentido de su vida,
por metas y tareas, por lo que merece la pena vivir, por los contenidos existenciales que plenifican y hacen feliz.

En los años sesenta del siglo pasado, una canción del Botho-Lucas-Chores se convirtió en una “canción callejera”:
“Como respuesta a todas las preguntas danos tu palabra”.

El Evangelio de Lucas da la respuesta a la cuestión esencial del Evangelio de hoy ya de antemano
y en los capítulos precedentes que, como textos de los Evangelios hemos escuchado en las últimas semanas, domingo tras domingo.

¿Se acuerdan ustedes? Hace tres semanas dio la primera respuesta el relato de Jesús del samaritano misericordioso:
No dice y ni siquiera invita a pensar:
“¡Ahora has acumulado lo suficiente!
Ahora puedes descansar, comer y beber, alegrarte y gozar de la vida.”
Más bien “ve y actúa” como aquel extranjero de otras creencias:
¡Ponte tú y lo que tienes al servicio de las personas en necesidad!
Se para ellos sencillamente “prójimo”, y
déjate conducir por aquella misericordia y amor,
de los que el propio Jesús nos da ejemplo concreto.

A continuación sigue en el Evangelio de Lucas otra respuesta.
La hemos oído hace dos semanas: en referencia a la visita de Jesús a casa de Marta y María en Betania.
Marta se ocupa abnegada del servicio de la hospitalidad y, por tanto, vive lo que sugiere el relato del samaritano.
A primera vista parece que el propio Jesús se contradice, criticando a Marta.
Pero bien mirado observamos:
Jesús no censura a Marta en absoluto.
Finalmente está incluso agradecido
por hallar en los amigos tan amable hospitalidad.
Pero tampoco coincide con la crítica de Marta a su hermana.
Por el contrario, destaca que María en este momento vive una parte de la hospitalidad por lo menos tan importante como la de su hermana:
¡Escucha al invitado!
En concreto: Ella lee cada palabra de Su alegre mensaje desde los labios de Jesús.
Dicho con las palabras del Evangelio de hoy
Ella acoge en sí aquella indispensable riqueza,
que procede del propio Dios y que puede hacer plena toda nuestra vida ¡también hoy!

Otra respuesta esencial a la cuestión de una vida plenificada y feliz, la dio Jesús el domingo pasado
cuando Él enseñó a orar a Sus discípulos y también a nosotros:
Podemos llamar a Dios llenos de confianza nuestro Padre amoroso.
Podemos buscar Su proximidad y venir a Él con todo lo que nos aflige y con todas nuestras necesidades y deseos.
Incluso cuando Él no hace lo que esperamos,
podemos estar seguros de que nos ofrece lo único verdaderamente importante,
lo único que plenifica y hace feliz:
Su espíritu de amor, de justicia,
de paz y de misericordia.
Dios nos obsequia sin reserva de sí mismo.
Así estamos en estrecha relación con Él masivamente y no es necesario para nosotros reunir “tesoros”.

El amor a Dios y el amor al prójimo forman una unidad.
El regalo del Espíritu de Dios nos capacita
para vivir este amor y así finalmente llegar a ser felices.
Aquella canción de los años sesenta dio en el clavo:
“Como respuesta a todas las preguntas danos tu palabra”.

Amen.
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