Homilía para el Duodécimo Domingo
del ciclo litúrgico C
19 Junio 2022
Lectura: Gal 3,26-29
Evangelio: Lc 9,18-24
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Uniendo a la fiesta del Corpus Christi precedente los pensamientos
de la fiesta del Corpus Christi del 2013
Todos dicen: ¡La Iglesia tiene que cambiar!
Y ¡tienen razón!
Más aún: ¡La Iglesia tiene que cambiar radicalmente!
También en esto están de acuerdo la mayoría.
Pero entonces ¡en la conclusión hay conformidad!
La cuestión es ¿¿¿según qué criterios debe efectuarse esta transformación???

Silencio

Ciertamente hemos celebrado la festividad del Corpus Christi:
Se triade una transformación fundamental,
que el propio Dios dirige por medio de Jesucristo:
Superficialmente se trata de la transformación del Pan y el Vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo;
pero considerado más exactamente
se trata de la transformación de todo el mundo creado
-por el Pan y el Vino-
en una realidad divina en la que está Jesucristo!
Esta transformación del cosmos total
comienza ya con la Encarnación de Dios,
que celebramos en Navidad:
¡Dios mismo se hace ser humano!
Nosotros hablamos de Encarnación:
Dios “se hace carne!
El propio Dios entra en nuestro mundo,
incluso en nuestra materia.
Él acepta la carne,
Él incluso transforma nuestra materia humana,
naturalmente tanto más nuestra humanidad,
Él santifica la materia,
Él santifica sobre todo la humanidad
y Él la diviniza.

Silencio

Nosotros podemos hablar de una “consagración” total del mundo.
En ello consiste el profundo sentido del Corpus Christi:
Celebramos la consagración de este mundo y sobre todo de la humanidad;
celebramos la consagración incluso de la materia.
Teilhard de Chardin, como teólogo y como científico,
desarrolló estos profundos pensamientos sobre la Encarnación de Dios y de forma consecuente también sobre el Corpus Christi.
Él denomina lo que acontece en la celebración de la Eucaristía:
“Misa sobre el mundo”.

Silencio

Jesucristo –el Dios encarnado-
se convierte en el centro “resplandeciente” del mundo material.
Este centro actúa internamente en todos los ámbitos..
Todo el mundo se convierte en “ámbito divino”
-en “medio divino”.
Teilhard dice:
“Cristo, por medio de la Encarnación, ha incendiado el mundo.”

La Eucaristía que celebramos aquí,
es algo así como la “prolongación”,
la Encarnación de Dios, Su Encarnación.
Y en esta Eucaristía está oculta la promesa
de una transformación, de un cambio
de todo el mundo, de todo el cosmos.
Toda la Creación visible, por tanto este mundo material,
está sujeta despacio y de forma irresistible a una gran “consagración”:

Silencio

¡Esto tiene consecuencias!
Teilhard dice:
“Algún día podría parecer
que el camino más directo hacia el cielo,
es el que más rápidamente abandona la tierra.
Ahora podemos comprender por el Cristo Universal
que el cielo sólo es accesible
mediante la plenitud de la tierra y del mundo.”

Silencio

En primer lugar se dice de forma muy práctica y concreta, que la materia no es algo despreciable.
Por el contrario:
Nos debemos alegrar de este mundo material.
Éste no es sólo un regalo que nos hace el Dios Creador.   
Además es “medio divino”, “ámbito divino”
santificado por la Encarnación de Dios.

Este mundo material no es sólo el encargo que el Dios Creador nos hace a nosotros.
Nosotros podemos también participar en su consagración progresiva. e incluso cooperar en ella:
Cuando celebramos la Última Cena de Jesús,
cuando recibimos de modo conveniente y de forma conscientemente real el Pan y el Vino “consagrado”,
entonces acaece en nosotros mismos la “consagración”,
entonces nosotros mismos nos convertimos cada vez más en parte del “ámbito divino”.
Entonces puede y debe salir de nosotros una energía,
que también transforme y “divinice” nuestro entorno diario.

Silencio

Con este fondo también comprendemos
que un mal uso egoísta de la materia
y una explotación y destrucción del mundo material
es pecado y va en contra de la consagración de la Creación.

Naturalmente corresponde a la Iglesia de Jesucristo en este proceso de consagración un significado especial.
Ella es enviada por medio de Jesucristo
para anunciar el nuevo mundo que se transforma,
el Reino de Dios y para contribuir a la progresiva transformación del mundo, que sólo así es posible
y esto desde su principio y ¡naturalmente también hoy!
La Lectura de la Carta a los Gálatas prueba esto en los primeros tiempos de la Iglesia:
“Ya no hay judíos ni griegos,
  ni esclavos ni libres, ni hombre ni mujer,
  pues todos sois “uno” en Cristo Jesús.”

Silencio

Finalmente el Evangelio nos empuja aún
a un aspecto totalmente esencial, incluso central
de la transformación y la consagración de este mundo:
El “Hijo del Hombre”, el propio Jesús, el Dios encarnado se sometió, como todos nosotros,
al poder de la muerte.
Pero: “al tercer día resucitó”.
¡En Él y por medio de Él la muerte se transforma en vida nueva!
El propio Jesús ha puesto toda Su existencia terrenal
al servicio de esta transformación de la muerte en vida.
Y naturalmente también ¡está la Iglesia, estamos todos nosotros al servicio de la vida!

Silencio

Por tanto
-después de que hemos celebrado hoy esta Eucaristía-
volvamos a nuestra vida diaria como personas “transformadas”.
Seamos en esta ciudad personas “como el sol, cuyos rayos, lo iluminan todo y lo calientan”
Contribuyamos por medio nuestra existencia como cristianos transformada y que transforma
para que nuestra ciudad experimente algo así como una “divinización”.

Amén
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