Homilía para el Segundo Domingo de Adviento (B)
4 Diciembre 2.005

Sobre el tema “Pecado y Pecador” con referencia
a la las Lecturas del día:
Is 40,1-5.9-11 y Mc 1,1-8
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El pequeño Federico llega el domingo de la iglesia.
“¿Sobre qué ha predicado el párroco”?
le pregunta su padre
“Sobre el pecado.”
“Y -¿qué ha dicho?”
“¡Él estaba en contra!”

Por consiguiente, esto es tan sencillo
que una homilía puede ser así de breve.

Tengo que desilusionarlos a Vds.: Yo seré algo más largo.
Pero desearía aprovechar el tema,
del que el pequeño Federico ha informado tan precisamente.
“Pecado” – esta palabra apenas aparece en nuestra lengua.
La palabra es “no correcto” –como se dice hoy.

Pero ciertamente este hecho es según mi opinión
más que sorprendente.
¿No encontramos el “pecado” a cada paso
aunque no sea en nosotros mismos, sí en los demás?

Hablamos con más gusto de “culpa”.
Pero no es en absoluto lo mismo:
Cuando yo digo “culpa”,
entonces objetivo el hecho malo
y al mismo tiempo lo resuelvo fuera de la relación
entre el ser humano y Dios.
“Pecado”, por el contrario pone siempre en juego también al “pecador”,
por consiguiente pone al mismo tiempo ante la vista al sujeto “pecador”  y
su perturbada o destruida relación con Dios y con Su orden de valores.

Esto también es válido donde se trata del pecado social o estructural,
por consiguiente donde se trata de circunstancias y estructuras pecaminosas e injustas en una sociedad:
Cuando yo aquí hablo de “pecado”,
* entonces yo tengo siempre ante la vista también la responsabilidad de los seres humanos concretos;
* entonces nadie se puede ocultar tras la evasiva:
“Las circunstancias son así –
no se puede hacer nada –
yo nada en absoluto”;
* entonces yo mismo también entro en juego;
* entonces yo mismo soy abordado en toda mi responsabilidad personal ante Dios.

La Biblia y, por consiguiente, también las Lecturas de este domingo –
hablan de “pecado” y no de “culpa”.
Nosotros – ¡también nosotros los cristianos! – preferimos el concepto “culpa”.
Con ello dejamos claro inconscientemente y sin quererlo,
lo mucho que ya nos hemos amoldado interiormente a la comprensión secularizada de culpa de nuestro entorno.

“Culpa” – “Es lo que ha discurrido sesgadamente”;
no – “¡Aquí yo he pecado!”.
“Culpa” – “Aquí yo me puedo dis-culpar:
aquí yo no tengo que pedir perdón -
ni al prójimo ni siquiera a Dios.
“Culpa” – Esto yo mismo lo puedo poner en orden.
Esto se puede corregir.

Nosotros celebramos regularmente antes de Navidad y también antes de Pascua
una celebración de la Reconciliación.
Verdaderamente se podría pensar que en estas ocasiones la iglesia se llena hasta reventar

¿No tendrían que “surgir” aquí
* todos los que siempre son los primeros para sí mismos?
* ¿todos los que sobrecargan tanto sus relaciones personales que un día se rompen?
* ¿todos los que dedican demasiado poco tiempo a sus hijos?
*¿todos los que tienen ante la vista sobre todo sus carreras y que quizás tampoco retroceden ante el acoso?
*¿todos los que “enseñan los dientes” a sus prójimos?
* ¿todos los que viven en discordia consigo mismo y con muchas personas de su entorno?
* ¿todos los que no perciben su responsabilidad social?
* y no finalmente ¿todos los que descuidan su fe
y para los que Dios se ha convertido en una bagatela?

Ustedes pueden alargar esta letanía a su gusto.
Pero en todo caso, finalmente reza la pregunta:
¿No tendríamos que sentirnos todos invitados
a la celebración de la Reconciliación?
¿No tendríamos que estar agradecidos de todo corazón por una tal ocasión de reconciliación?

Sin embargo, en realidad llega un número absolutamente abarcable de participantes
a esta celebración de la Reconciliación.
Y las “colas” delante de nuestros confesionarios
prometen – en el caso de que las haya –
sólo cortos tiempos de espera.
¿Cuál será el motivo?

En la celebración de la Reconciliación nos presentamos nosotros mismos ante Dios
como seres humanos pecadores.
Pero probablemente nadie se ve con gusto
como “pecador”.

En la celebración de la Reconciliación Le pedimos a perdón a Él y al mismo tiempo también a los concelebrantes y a nuestros prójimos en general,
aunque, sin embargo, la mayoría de ellos no se sienten directamente afectados por nuestros pecados.
Por consiguiente, tenemos que dejar que se nos regale algo,
ya que nos exponemos bajo esta consideración a un papel pasivo.
¡Esto no lo hacemos con gusto!
Pues diariamente se nos pone ante los ojos,
que sólo valemos algo
cuando somos jóvenes, dinámicos y precisamente activos.

Y el pensamiento de que nuestro pecado tenga repercusiones mucho más allí del círculo de los directamente afectados,
se nos queda absolutamente lejano.
¿Quién ha reflexionado ya alguna vez sobre el asunto de que todo pecado hace retroceder a la comunidad de los cristianos e incluso a todas las personas en su camino hacia la meta común?
Ya que, en general, este pensamiento para nosotros no tiene sentido,
preguntamos indignados:
“¿Qué le importa a la Iglesia mi pecado?”

Sin embargo, nosotros debemos ahora ser absolutamente activos, si bien de forma diferente a la que nos gusta:
La reconciliación no es posible sin nuestra intervención.
Juan nos pide hoy en el Evangelio:
¡Preparad los caminos del Señor – “por medio de vuestra conversión”!
¡AllanadLe las calles – por medio de vuestra conversión!

Este modo de actividad tampoco ahora nos conviene.
Ya determinamos nosotros mismos con gusto cómo queremos ser activos.
Aunque - ¿en el fondo es consciente para ustedes
cuántas de sus actividades aparentemente naturales son extrañas a la opinión pública
por lo que todos hacen – por lo que otros esperan de nosotros?

Todavía es de más peso otra cosa:
Aquella conversión que Juan pide de nosotros
no tiene cualquier cosa ante la vista,
lo que ha “discurrido sesgadamente”.
Esta conversión afecta más bien a nosotros
mismos como personas, precisamente como pecadores –
y como tales nosotros no nos vemos.

Porque esto es así, también se nos hace difícil escuchar el alegre mensaje de las Lecturas de hoy:
Este mensaje reza:
¡Dios perdona!
¡Dios sale a vuestro encuentro!
¡Todos vosotros veréis Su gloria!
¡Os bautizará con el Espíritu Santo!
¡No temáis,
consolaos recíprocamente!

¡Esto es en verdad Adviento – llegada del Señor!
Esto significa: ¡Preparación y consentimiento a la Navidad!

Amén