Homilía para el Primer Domingo de Adviento (B)
30 Noviembre 2008
Evangelio: Mt 13,24-37
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Algunas sugerencias de Karl Heidingsfelder de “Pueblo de Dios” 2009/1
En alguna parte en Bagdad o Mosul,
alguien salta por los aires
y arrastra a 10, 15 personas a la muerte.
El miércoles por la noche en Bombay:
agresión simultánea a hoteles, hospitales, estación:
ametralladoras, granadas de mano, más de 130 muertos-
¡de un momento a otro!.

¿Alguien de los confusos tenía alguna sospecha?
¡Probablemente no!
¡Nadie conoce el día ni la hora!
Esto es válido para nuestro fin personal.
Esto es válido de igual modo para el fin de la humanidad
y también para el fin de todo el cosmos.

¡Nadie conoce el día ni la hora!
En todas las épocas, los seres humanos han intentado
romper este no saber:
* En tiempos de Jesús:
Interpretando las catástrofes naturales como
el principio del fin.
* No pocos cristianos hasta el día actual:
Recurriendo a los misteriosos números simbólicos de la apocalíptica bíblica para hacer cómputos del fin.
* Y los sabios hoy:
Los astrónomos y los físicos formulando teorías
sobre las posibles consecuencias de un ensanchamiento del universo aparentemente cada vez más rápido.
Todos ellos hurgan con palos largos en la obscuridad.
¡Nadie sabe el día ni la hora!

Esto es válido para el fin del cosmos,
para el fin de la humanidad
y no en último lugar para nuestro propio fin personal.
De ahí la triple advertencia en el Evangelio de hoy:
“¡Estad atentos!”
“Pues, no sabéis cuando llegará la hora.”

Pero ¿a qué debemos estar atentos ahora?
¿Al fin?
¿Incluso a un fin quizás con sobresalto?
¡No!
¡El Evangelio no trata de lo que viene!
¡El Evangelio dice, quien viene!
Lo que importa es permanecer atento
a la llegada del “Hijo del Hombre”,
al Adviento de Jesucristo.
La fiesta de Navidad que está próxima
no se halla en el primer Adviento en primer plano,
sino la segunda venida del Hijo del Hombre
y con ella la plenitud del Reino de Dios
y con ella también la realización de nuestra propia vida, nuestra plenitud.

“Y un principio es inherente a todo fin”
- se dice.
El montón de escombros cósmico,
del que el evangelista informa en su visión condicionada por los tiempos de entonces,
no significa el final definitivo de todo.
El aparente final será el comienzo “de un cielo nuevo y de una tierra nueva”.
A esto apunta nuestra esperanza.
A esto apunta la advertencia de vigilancia.

Jesús, durante Su vida terrena ha dicho continuamente:
Este cielo nuevo, esta tierra nueva, el Reino de Dios – ya es realidad – aquí y ahora.
“Mirad, voy a hacer algo nuevo,
ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,19)
Jesús ha hablado de esta nueva realidad en las parábolas:
p.e. en la parábola de la mostaza,
que es una semilla muy pequeña.
Pero cuando va creciendo se convierte en un árbol,
“al que van los pájaros del cielo y anidan en sus ramas.” (Mt 13,32)
“Sed vigilantes”, por consiguiente también significa:
Sed vigilantes para el crecimiento lento y silencioso del Reino de Dios futuro.

También en el Evangelio de hoy Jesús recurre a una parábola de crecimiento de la naturaleza.
¡Aprended de la comparación con la higuera!, dice Él;
“Tan pronto como sus ramas están fuertes y echan hojas, sabéis que el verano está cerca.”
Ciertamente se trata también hoy de reconocer los signos de los tiempos,
pero justamente no sólo los signos caóticos
de una época que se arruina a sí misma,
sino más aún los signos del futuro de Dios que se abre paso.

Pero los signos de los tiempos tienen carácter de señal:
Dios nos dice en situaciones determinadas
con lo que aquí y ahora hay que bregar.
Estar vigilante, por consiguiente, no significa
andar dando vueltas y esperar pasivamente.
Se trata de una vigilancia activa y comprometida
en el sentido del Reino de Dios venidero:

En la situación del Monte de los Olivos, la víspera del Viernes Santo, Jesús concreta: “¡Vigilad y orad!”
La oración nos ayuda como a Él
a superar nuestros temores a lo venidero.
Nos ayuda, como ayudó a Jesús, a conocer la voluntad del Padre.
Nos ayuda siempre a orientarnos interiormente
hacia la venida del Hijo del Hombre.

Estar vigilante – lo podemos leer en la vida de Jesús
significa también estar atento:
atento a las situaciones, en las que es requerido nuestro servicio,
atentos a la responsabilidad que se nos encarga,
en el marco de aquel proceso de crecimiento del Reino de Dios.

Además también en este momento hemos escuchado una parábola de Jesús:
“Un hombre, que se fue de viaje,
transfirió toda la responsabilidad a sus sirvientes,
a cada uno, una tarea determinada...”
¡Don significa siempre también tarea!
¿Cómo puedo emplear mis capacidades?
¿Aprovechar mi tiempo creativamente para otros?
¿A quien puedo animar hoy (¡)?
¿A quién puedo dar consuelo?
Y ¿a quién dar nueva esperanza?

Por consiguiente: ¡vivir la vigilancia muy concretamente!
De esto se trata en estas semanas de Adviento.
Y entonces esto sería un programa alternativo ventajoso para el Adviento secular y a menudo
sentimentalista de nuestro tiempo.

Amén.