Homilía para el Tercer Domingo de
Adviento (B) 14 Diciembre 2008 |
Lecturas: Is 61,1-11 y 1 Tes 5,16-24 Evangelio: Jn 1,6-8.19-28 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
Esta „fiebre“ de Navidad,
esta alegría anticipada y totalmente llena de confianza -quizás nos recuerda- lo que fue el Adviento en nuestra infancia. Mucho de lo que se ha perdido para nosotros, al hacernos “más adultos” -¡desgraciadamente! Una chispa de esta alegría anticipada palpitante, una lluvia de chispas de este entusiasmo infantil, cae sobre nosotros ahora en la Lectura de Pablo del tercer domingo de Adviento – justamente Pablo -¡quién lo hubiera pensado! Como un profético y entusiasmado staccato caen sobre nosotros estas breves frases llenas de energía: “¡Estad siempre alegres! ¡Orad sin cesar! ¡Dad gracias por todo! ¡No apaguéis el espíritu! ¡No despreciéis el don de la profecía! ¡Examinadlo todo! ¡Quedaos con lo bueno! ¡Guardaos de toda forma de maldad!” “¡No apaguéis el Espíritu!” – éste es el núcleo. ¡No os dejéis someter por la rutina! ¡El establishment cristiano es una contradicción en sí misma! ¿No lo percibís hasta en la punta de los dedos? ¡Jesucristo, nuestro Señor, llega! ¡Llega también hoy! ¡“Adviento” es anunciado –aquí y ahora! Si somos sinceros, añadimos: Los motivos de nuestra alegría anticipada son otros. Un par de días libres en medio del año. Una comida festiva en el círculo de la familia. Volver a ver a los niños. Sí, también una “auténtica” Misa navideña. con las canciones antiguas, que llegan al corazón. Pienso que todo esto nos lo desearía Pablo de corazón. Pero nos preguntaría: ¿Nada más? Quizás nos recordaría también el año anterior: ¿Ha merecido la pena todo el estrés? ¿No quedan al final con demasiada frecuencia esperanzas decepcionadas y un vacío interior? ¿Con cuánta rapidez nos alcanza continuamente la vida diaria? El tema de este tercer Domingo de Adviento quiere decir “Gaudete” – “¡Alegraos en el Señor en todo momento! Os repito: ¡Alegraos! Pues el Señor está cerca.” (Introito, Flp 4,4-5). Y no sólo la Lectura de Pablo está llena de alegría. También el texto de Isaías expresa alegría jubilosa. En primer plano habíamos contemplado los destinatarios de Isaías con tan pocos motivos para la alegría como los de Pablo. En tiempos de Isaías, los israelitas habían regresado del exilio a una ciudad destruida como para llorar -quien después de la guerra volvió a Colonia puede hacerse una idea de esto. Además les hacía difícil la vida una aplastante carga fiscal. También fueron oprimidos los cristianos en Salónica o en Filipos: Por eso habían apostado porque el Señor volvería pronto, en todo caso durante su vida. Habían desatendido frecuentemente otras perspectivas existenciales. Pero esperaron en vano: Ya lloraban a los primeros muertos de sus filas y nada sucedía. En su entorno eran una minoría pequeña y marginada. Y, sin embargo: ¡Gaudete! ¡Alegraos! Verdaderamente tenéis motivo para ello. Isaías se llena de júbilo en la confianza a la fidelidad de Dios. Como Él ha conducido a Su pueblo a través de todos los peligros y como Él le ha bendecido continuamente, así responderá también hoy de Sus promesas. Él curará a todos los que tengan su corazón roto. Él consolará a los tristes. Él ofrece júbilo en lugar de desesperación. La “receta” para este maravilloso cambio la proporciona Isaías: Nosotros debiéramos dejarnos vestir por Él, nuestro Dios, con las vestiduras de la salvación e introducirnos en el manto de la justicia, que Él nos tiende. Ezequiel expresa lo mismo con otra imagen: Debiéramos dejar que sucediese en nosotros un “transplante de corazón”. Entonces Dios tomará el corazón de piedra de nuestro pecho y nos dará un corazón de carne. Así nos ofrece una nueva vida – motivo de júbilo y alegría. También Pablo conjura la fidelidad de Dios. Nosotros podríamos ver resplandecer el brillo del Reino de Dios prometido en el breve tiempo de la vida pública de Jesús –como un rayo de sol en el cielo encapotado. Nosotros podríamos abandonarnos: El Cristo que volverá expulsará toda obscuridad de todos los pueblos. Entonces la luz resplandeciente de Su futuro iluminará “secretamente” también al gran escepticismo. “¡El Dios, que os llama es fiel. Él lo hará!” Y ahora el mensaje de alegría de Juan en el Evangelio de hoy. También éste se nos dice a nosotros – no sólo a las gentes de entonces: “¡En medio de vosotros está Él, el que vendrá!” Nosotros Le podemos reconocer a diferencia de los oyentes de Juan. Él nos ha llamado a Su seguimiento. En Su nombre somos bautizados. Estamos unidos con Él en amistad. De Él mismo hemos escuchado: “¡El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está cerca!” (Mc 1,15) Él nos ha, por así decirlo, sumergido en esta nueva realidad feliz. “¡Convertíos y creed (finalmente) el Evangelio”, en este mensaje liberador y alegre! Vosotros creéis muy superficialmente que todo es posible. Vosotros no confiáis en las románticas esperanzas navideñas, que tan a menudo también os han decepcionado. Vosotros construís – a pesar de algún escepticismo- continuamente sobre las grandes sentencias de la propaganda y de la política, al menos cuando se presentan con un ropaje serio. Vosotros creéis naturalmente los resultados de los informes “científicos”. En general, la ciencia genera una gran confianza anticipada. Pero, ¿por qué no confiáis en las promesas de Dios y en el alegre mensaje de Jesucristo, aunque éste podría ofrecer un motivo productivo para toda una vida y para una alegría, que va más allá del momento e incluso se extiende más allá de la muerte? Ninguna fe, ninguna esperanza está tan sólidamente fundamentada * en la fidelidad de Dios, * en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, * en la experiencia de fe de innumerables generaciones de cristianos – Ninguna fe, ninguna esperanza está tan sólidamente fundamentada como este mensaje de Adviento: ¡Él vendrá! ¡Él está en medio de vosotros! ¡Alegraos! Yo os digo de nuevo: ¡Alegraos! Amén. |