Homilía para el Tercer Domingo Adviento (B)
14 Diciembre 2014
1. Lectura: Is 61,1-2a.10-11
2. Lectura: 1.Tes 5,16-24
Evangelio: Jn 1,6-8.19-28
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
El encontrar a una persona que resplandezca
de alegría hace bien y actúa de forma contagiosa.
Hoy tenemos la dicha de encontrar en las Lecturas de este tercer domingo de Adviento
tres personas que están llenas de alegría
y que no guardan para sí esta alegría:
El Profeta Isaías, el Apóstol Pablo y
Juan el Bautista.

Yo quisiera anteponer a este Pablo,
que es más bien un teólogo sobrio y a cuyo nombre no asociamos muchos de nosotros de forma espontánea la palabra ‘alegría’.
Pero su encuentro con el Resucitado en el camino
de Damasco evidentemente ha encendido de forma profunda en su interior una chispa de alegría.
Esta chispa ya no se puede apagar,
ni siquiera vertiendo a cubos agua fría de decepción, persecución y amenazas de muerte.
Esta alegría de Pablo se convierte aquí y allá
por regla general en chispas que centellean.
Así, por ejemplo, lo expresa en la Lectura de su carta a los cristianos de Tesalónica, cuando despierta entusiasmado a esta comunidad:
“¡Alegraos en todo tiempo!”
Por tanto, ¡alegraos no sólo en momentos especialmente dichosos!
¡Estad alegres siempre y en todo tiempo!
Exactamente igual e incluso otra vez  Pablo refuerza y de forma muy subrayada recuerda también a la comunidad de Filipo:
“¡Estad alegres en el Señor en todo tiempo!”
escribe aquí;
y “otra vez dice: Alegraos!” (Flp 4,4)

Pablo no podría ser Pablo si no uniera a una exhortación emocional así las advertencias que
resultan de esto:
“Que vuestra bondad sea conocida por todos.
El Señor está cerca.
No os preocupéis de nada…” (Flp 4,5-6)
“Y la paz de Dios que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús.” (Flp 4,7)
En el texto de la Lectura de hoy de la Epístola a los Tesalonicenses, se dice por ejemplo:
“¡Orad sin cesar!”
Y “¡Dad gracias por todo!”

Pero sobre todo, Pablo no olvida recordar a sus comunidades y también a nosotros:
¡No seáis vosotros mismos motivo de vuestra alegría y de todo lo que sale de ella!
¡Fuente de vuestra alegría es sólo el Espíritu de Dios!
Por tanto: “¡No apaguéis el Espíritu!”

Ciertamente también de esto depende para el Profeta de la Lectura veterotestamentaria:
“El Espíritu de Dios, del Señor, descansa sobre mí…”
Este Espíritu de Dios me envía sobre todo “a anunciar a los pobres el alegre mensaje, a curar a todos, cuyo corazón esté roto, a anunciar la excarcelación a los presos y la liberación a los cautivos.

El Profeta no anuncia alegría sólo por la fuerza del Espíritu de Dios, también él está en el Espíritu Santo lleno totalmente de esta alegría:
“De corazón quiero alegrarme en el Señor.
Mi alma se llena de júbilo por mi Dios.”
“Pues como la tierra hace crecer sus brotes
y el jardín hace brotar sus semillas,
así Dios, el Señor, hace brotar su justicia.”
¡Dios actúa con justicia y la justicia nos llena de alegría!
Así –y sólo así– también nosotros podemos y debemos regalar alegría a las personas de nuestra época:
¡Estar arraigado en comunión con Dios,
vivir en este mundo Su justicia y
así abrir la fuente de alegría a todas las personas!

Expresado de otra forma y según el Evangelio de hoy:
Como Juan estamos llamados.
“a ser testigos de la Luz”.
¡Nadie de nosotros
-ni siquiera los Santos ni tampoco los cargos oficiales- nadie de nosotros es la propia ‘Luz’!
Nosotros somos más bien –como Juan– la voz que clama en el desierto:
“¡Allanad el camino del Señor!”
¡Allanad el camino para Jesucristo, nuestro Dios y Señor!
¡Allanad el camino para el Reino de Dios y el futuro de Dios, que Él anuncia!
¡Allanad el camino para Su justicia, para Su paz y para Su amor!
¡Así y no de otra forma puede expandirse la alegría
en vuestro propio corazón y en este mundo con frecuencia tan falto de alegría!


Amén.