Homilía para el
Tercer Domingo de Cuaresma (A)

27 Febrero 2.005
Lecturas: Ex 17,3-7; Rom 5,1-8;
Evangelio; Jn 4,5-42.
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2002)
Sombra y luz –
ya se trató de este contraste de símbolos
en los dos primeros domingos de Cuaresma.
Y hemos visto:
Sombra es sencillamente la ausencia de luz;
por consiguiente un déficit que se elimina por medio de la luz.

Hoy se trata también de un déficit y de su eliminación.
Y de nuevo responden tanto el uno como la otra
a palabras imagen y a palabras símbolo.
El déficit se transcribe con palabras como:
Sed, sequedad, aridez, desierto.
Déficit significa también aquí:
Ausencia de algo de primera necesidad,
en concreto:
Sencillamente aquí no hay agua.
Más exactamente:
Falta agua viva, refrescante, dadora de vida.

Y de nuevo el mensaje que produce alegría:
Como Dios es Luz
y ahuyenta las sombras, las obscuridades,
las tinieblas de nuestra vida,
así Él también es manantial de agua que dona vida,
que apaga la sed de Su pueblo en el desierto,
pero también la sed existencial,
la más profunda nostalgia de felicidad de un ser humano.

Acto seguido contemplemos el Evangelio más exactamente:
Aquí no se trata de ningún modo de una historia moralizante.
Por cierto, continuamente predicadores,
pero también pedagogos han señalado a esta mujer samaritana
con el puntiagudo dedo índice.
Y con seguridad son rigurosamente
contrarios a aquellas relaciones
tradicionalmente representaciones burguesas moralistas –
entonces como hoy.

Sin embargo en las palabras de Jesús y en su modo de comportamiento no se encuentra el más mínimo reproche.
Por el contrario:
somos testigos de una forma de llevar el diálogo
muy sensible y delicada, de la cual podrían aprender una
multitud de pastores de almas y de terapeutas.
Jesús hace notar a la mujer de un modo muy cuidadoso
qué es lo que le ha hecho sufrir verdaderamente en su vida hasta ahora.
Él le hace consciente su sed existencial no apagada,
su más profunda nostalgia de la vida y del amor.
Y como con una “varita mágica”
Él hace brotar del centro de su vida árida
un manantial que satisface toda su nostalgia.

Quizás debiéramos reflexionar a la luz de este Evangelio
también alguna vez sobre los innumerables
“cajones de sastre” de nuestro tiempo.
Aún cuando nos hemos acostumbrado demasiado
desgraciadamente a las parejas que naufragan,
sin embargo, aún las vemos como un fracaso moral.
Explicamos este fracaso de las parejas
por ejemplo con la incapacidad del ser humano de hoy
para abordar relaciones estables y duraderas.

Pero ¿no podría ser,
que detrás de estas relaciones continuamente cambiantes
se halle la sed no apagada de felicidad,
de amor ilimitado,
de una vida realizada?.
¿No podría ser,
que aquí se abra paso aquella infinita nostalgia de amor y vida,
que en cada uno de nosotros es fundamental,
sencillamente porque somos creados a imagen y semejanza
de aquel Dios, que según nuestra fe,
es la Vida y el Amor por antonomasia?

Y evidentemente para esta profunda nostalgia
no hay ninguna realización satisfactoriamente duradera
por medio de algo contingente,
por consiguiente, de algo por fuerza limitado,
por ejemplo de las relaciones interpersonales,
que naturalmente tienen límites,
porque en resumen de cuentas todo lo humano es limitado.
Nosotros mismos chocamos con cierta frecuencia contra nuestras propias limitaciones.

Es evidente que
no podemos superar tales limitaciones de las relaciones humanas,
enhebrando muchas relaciones.
¡Por la adición a los valores finitos
no se alcanza ningún resultado infinito!.
“Intranquilo está nuestro corazón hasta que descanse en Ti.”
(S. Agustín).

Por lo demás no es sólo la búsqueda permanente de nuevas relaciones un indicio de la nostalgia no apagada o
de una aridez interna del ser humano.
Lo que la mujer del Evangelio
busca en sus relaciones cambiantes,
lo buscan muchas personas hoy
- y quizás también nosotros mismos –
continuamente a la caza de nuevos “eventos”,
tanto que para tales “eventos”,
entretanto hay un mercado que rinde beneficios,
un mercado, en el que finalmente se hacen negocios
con aquella sed de vida infinita,
que sólo en la comunión con Dios puede ser apagada.
Visto así este mercado es un mercado fraudulento.
Nosotros tenemos todo lo necesario para vivir
y aún mucho más.
Y, sin embargo, permanece la gran nostalgia no realizada.
Por ello las personas están a la búsqueda de “excitantes”.
Algunas los buscan en el alcohol o en otras drogas.
Otras lo intentan con el “puenting”,
deporte extremo o con borrachera de velocidad.
Otras se lanzan a inusitados viajes alrededor del mundo -
continuamente de nuevo,
porque cada “excitante”, cada “evento” luego pide a gritos,
ser repetido y aún excedido en lo posible.

En el interior de esta decepcionante y frustrante experiencia,
Jesús abre ahora a la mujer del pozo de Jacob
una perspectiva de vida y de futuro de calidad totalmente distinta.
Él la conduce en el encuentro personal y en el diálogo al conocimiento
- más aún a la experiencia – de que hay una posibilidad de apagar la sed existencial enteramente.
Puede muy bien ser el final de la agitación poco satisfactoria hacia la felicidad vital.
Poder vivir verdaderamente.
Ser auténtica persona.
Incluso llegar a ser manantial,
que induzca a los demás a la vida.
Tener junto con ellos una vida,
que merezca este nombre.
¡Si fuese así!

Todo esto llega a ser posible de una vez,
porque esta mujer se confía en el transcurso del encuentro
a Aquel, que ella ahora reconoce como el Mesías de Dios,
como el Salvador del mundo,
como el manantial de la vida verdadera.

Probablemente a esta mujer samaritana,
que desde pequeña conoce la Thorá,
le viene a la mente de inmediato en este encuentro en el pozo de Jacob, Moisés y el agua de Dios dadora de vida de la roca.
Incluso probablemente ella ve en Jesús al nuevo “Moisés”.

Y en los primeros cristianos,
que siguen contando la historia de Jesús en el pozo de Jacob,
podían resonar aún otros textos del Antiguo Testamento,
por ejemplo las palabras del Salmo:
“Como busca la cierva corrientes de agua,
así, Dios mío, te busca mi alma.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.” (42,2-3).

O también el versículo sálmico:
“Tú das de beber a los hombres con el río de tus delicias.
Porque en Ti está la fuente de la vida.” (36,9-10).

Quizás pensaban también en la visión de Ezequiel,
del manantial, que se convierte también en una corriente de vida, que nace en el Templo del Señor,
a cuyas orillas crecen exuberantes árboles frutales,
que nunca estarán sin fruto;
y cuyas aguas suscitan vida incluso en el “Mar Muerto”. (Ez 47,1-12).

Para nosotros también es apropiada la segunda Lectura de este domingo,
de la Epístola a los Romanos de Pablo
en línea con el texto de la Escritura que resuena así:
“El Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado.” (Rom 5,5).
Esto nos ha sucedido en el Bautismo.
La pila bautismal es nuestro pozo de Jacob.
Sería importante descubrir de nuevo
el manantial de agua viva
que entonces se abrió en nosotros mismos.
Después la nueva vida podría convertirse en nosotros también
en una fuerza dinámica y productiva
que nos hiciese posible una nueva orientación vital y una nueva praxis existencial.
Más aún:
Entonces este manantial de vida rebosaría
y –como entonces- también las personas de nuestro entorno
se realizarían con una vida nueva y feliz.

En primer lugar arrastraría la resignación
que se ha impuesto en la Iglesia alemana y en las comunidades.
Se originaría una disposición de salida,
como la que fue llevada por medio de la mujer del Evangelio a Sicar y después a toda la región de Samaria-
una disposición de salida como en el primer domingo de Cuaresma
en Hildesheim en la fiesta de admisión de los neófitos
de la noche pascual.

Amén.