Homilía para el
Cuarto Domingo de Cuaresma (A)
6 Marzo 2.005
Lectura: 1Sm 16,1b.6-7.10-13b;
Evangelio: Jn 9,1-41;
Autor: P. Heribert Graab, S.J. (2002)
En resumen, aquí un hombre es curado.
Él era ciego de nacimiento.
Y de una vez, muy inesperadamente, puede ver.
Lo sorprendente:
Nadie – ni siquiera sus padres –
se alegran con él.

Todos ellos se conducen según el lema de los tres monos:
“No ver nada” – “No oír nada – “No decir nada.”
¡Ellos son los verdaderamente ciegos!
* Están ciegos por la angustia – por la angustia ante la “excomunión”.
* Están ciegos porque no puede ser, lo que no debe ser.
* Están ciegos porque esta curación no se ajusta a su esquema de lo razonable.
* Están ciegos porque lo sucedido haría vacilar su ideología.
* Están ciegos porque de lo contrario tendrían que reconocer a este Jesús.
* Están ciegos porque un reconocimiento de Jesús haría necesario un cambio de opinión y pondría en cuestión las propias estructuras de poder.

El único que verdaderamente ve es el ciego curado.
No sólo están curados sus ojos –
toda la persona está curada,
su “corazón” está curado.
“El ser humano ve lo que está delante de los ojos,
pero el Señor ve el corazón”, se dice en la Lectura.
“Lo esencial es invisible para los ojos”,
aprende el Principito de la zorra.

 Y ciertamente este ver lo esencial,
este ver con los ojos de Dios
es el fruto de la curación del ciego.
Él ve lo esencial.
Él ve en Jesús al “Hijo del Hombre”,
al Mesías prometido
y toma partido por esta visión de lo esencial
en su confesión: “¡Yo creo, Señor!”
En todos los acosos, en todos los interrogatorios
no se deja doblegar.
Él es la única personalidad íntegra y recta de esta historia.

Por ello, está ahora también claro,
que aquí no se trata de una historia milagrosa médica.
El verdadero “milagro” está muy en otro sitio.
¡Aquí aprende un ser humano
a ver lo esencial con los ojos de Dios!
Y este “milagro” sería importante también hoy:
esta “curación” nos haría falta a todos nosotros.

Yo leía estos días
que vivíamos en una “cultura de apariencias”.
Lo externo es decisivo.
Lo externo nos salta a la vista.
En razón de lo externo formamos nuestros juicios.
Y evidentemente sabemos que nosotros mismos
también somos juzgados según lo externo.
En consecuencia, anteponemos nuestra apariencia a cualquier valor
e invertimos en ello una gran cantidad de tiempo y dinero.

Por eso el ser humano es relegado a un segundo plano.
Vemos al profesor y su renombre científico.
Vemos al economista y su éxito.
Vemos al político y su posibilidad de elección.
Vemos al sin techo y creemos oler que hiede.
Vemos al mendigo y su miseria.
Vemos al drogadicto y condenamos su adicción.

No vemos a los seres humanos:
No vemos su dignidad,
no vemos su destino personal,
no vemos su dimensión interior.
No vemos con el corazón.
No vemos con buenos ojos.
Más que nunca no vemos con los ojos de Dios.
Estamos ciegos.

Esta ceguera se da también como fenómeno social:
* Hemos cerrado los ojos durante muchos años
ante el peligro amenazante de la derecha
porque estábamos pendientes de la amenaza de las izquierdas.
* No queremos percibir que
Israel de momento hace una guerra que desprecia al ser humano
porque nuestros ojos están tapados por el terrible desprecio humano,
del cual se ha hecho culpable nuestro propio pueblo
frente a los judíos.
* Apenas vemos la miseria de todo un continente – África,
porque apenas aparece en los titulares –
por ejemplo, Sudán
donde se desencadena hace más de veinte años una terrible guerra,
ampliamente ignorada por la publicidad mundial.
No vemos con el corazón
No vemos con buenos ojos.
Más que nunca no vemos con los ojos de Dios.
Estamos ciegos.

La conversión, a la que nos invita la Cuaresma,
podría y debería comenzar con la pregunta personal y con la pregunta social.
¿Estoy yo también algo ciego?
¿Estamos también algo ciegos?
Y tendríamos que respondernos:
Sí, también nosotros estamos ciegos – como mínimo parcialmente.
Esta confesión podría ser el comienzo de una curación.
El evangelista nos pone el relato de la curación del ciego
como un lodo sobre los ojos,
para que también nosotros aprendamos a ver con ojos abiertos y sensible corazón.

Amén.