Homilía para el Quinto Domingo 
de Cuaresma (A)
13 Marzo 2.005
Lectura: Ez 37, 12b – 14; Evangelio: Jn 11,1-45;
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2002)
¿Qué provoca este Evangelio de la resurrección de Lázaro en nosotros?
¿Cómo nos situamos ante esta historia?
* ¿Nos inclinamos con respeto creyente ante el milagro que Jesús realiza?
* Reaccionamos más bien escépticamente:
“Bueno, una historia milagrosa –
¿¿¿qué debe conservarse de ella ya???”
* O nos rompemos la cabeza sobre cómo hay que explicar este “milagro” hoy:
¿Quizás Lázaro estaba sólo muerto en apariencia?
¿O toda la historia es acaso sólo una “historia piadosa”?
* También eventualmente hemos interiorizado tanto aclaración y racionalismo
que sencillamente rechazamos esta historia como “fraude”,
acaso como un mito religioso,
que nuestro conocimiento científico actual no puede resistir. 

Por favor, no esperen hoy de mí ninguna respuesta
a las preguntas que se plantean aquí.
Una respuesta tal tendría que considerar en primer lugar
que nosotros confesamos en la fe a Dios como el Creador
y Le vemos el Señor de las leyes de la naturaleza.
En efecto, una tal respuesta tendría que hacer razonable también,
por qué da sentido en Jesucristo infringir las leyes de la Creación,
de las que expresamente se dice:
“Dios vio que todo lo que había hecho era muy bueno”.

Yo quisiera dejar abierta esta respuesta,
porque me parece que no importa mucho.
Juan, el autor del Evangelio,
no habla nunca muy conscientemente de un “milagro”.
Para él es el actuar entero de Jesús
y también la resurrección de Lázaro un “signo”.

Un signo ¿para qué?
Según el testimonio de todos los Evangelios
la vida de Jesús, su mensaje y su actuar
tienen una dinámica interna hacia Pascua.
El mensaje pascual de la muerte de Jesús en la Cruz y
de su Resurrección
constituye el núcleo del Evangelio y de la fe cristiana.
Este mensaje es también al mismo tiempo
el componente más antiguo de la tradición cristiana.
Todo lo que es transmitido de Jesús,
hay que leerlo y comprenderlo en el contexto
del mensaje nuclear.
Se trata del desarrollo y aclaración de este único y
central mensaje pascual:
“Jesús descendió al Reino de la Muerte;
pero al tercer día resucitó de entre los muertos.”
Por tanto, nosotros confesamos a Jesucristo
como el Vencedor de la muerte,
como el “Salvador” de los poderes de la muerte,
que también amenazan nuestra vida,
y como el Señor de la Vida,
como la Vida misma.

Para este núcleo del alegre mensaje
son “signos” las curaciones de Jesús.
Para este núcleo del Evangelio es un “signo”
la resurrección de la hija de Jairo,
la resurrección del joven de Naím,
la resurrección de Lázaro.
Estos signos quieren decir:
El tiempo de la Vida verdadera ha empezado.
La plenitud de aquello que los profetas han prometido  ha empezado:
“Yo abro vuestras tumbas
y os saco de vuestras tumbas.”
El cumplimiento de esta promesa es el tema de todas las imágenes pascuales de la Iglesia oriental.
Y se continúa diciendo en la Lectura de Ezequiel de este domingo:
“Infundiré en vosotros mi Espíritu
y viviréis”.
Y esta promesa precede a la maravillosa visión de la resurrección de Israel,
de los huesos secos,
que, por la Palabra del Señor,
son revestidos de tendones, carne y piel,
y a los que Dios infunde su Espíritu
para que tengan nueva vida.

Todo esto se ha hecho realidad en Jesucristo.
Todo esto es no sólo mensaje de la fiesta de Pascua,
sino ya mensaje de este tiempo de Pasión.
¡También celebramos ahora ya – al comienzo del tiempo de Pasión- domingo tras domingo la Pascua!
Todo esto da también esperanza a nuestra vida.
Todo esto también lo expresa la Iglesia siempre de nuevo en múltiples signos:
Todos nuestros Sacramentos son signos de la Nueva Vida.
El Bautismo, p.e. – que nos sumerge en el agua de la Vida.
La Eucaristía – que nos fortalece con el Pan de Vida.

El que en nuestra iglesia el Crucificado no lleve la corona de espinas sino una corona real,
es un signo de nuestra fe en la victoria de la Vida sobre la muerte.
El que desde hace pocos días el relicario de nuestra iglesia  ya no esté guardado en la obscura cámara acorazada,
sino que resplandezca aquí, en la iglesia
es igualmente un signo de la gloria de la Vida,
en la que creyeron imperturbablemente los mártires
hasta en su muerte corporal.

Todos estos símbolos de las historias bíblicas
y de la tradición eclesial nos son regalados,
para que contra toda la desesperanza de este tiempo
permanezca viva en nosotros la esperanza pascual.

Amén.