Homilía para la Fiesta de Pentecostés
15 Mayo  2.005
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2002)
Me fascina siempre de nuevo
la constatación de los Hechos de los Apóstoles
en la fiesta de Pentecostés:
“Cada uno oía hablar en su propia lengua.”
Me fascina que, por lo menos entonces,
personas de muy diferente origen
se comprendiesen mutuamente.

Como las personas de entonces
nos extasiamos de asombro –
porque en nuestro vivir diario
y tanto más en el actual acontecer terreno
experimentamos exactamente lo contrario:
Los seres humanos hablan sin entenderse,
sólo oyen lo que corresponde a sus propios intereses,
hablan un lenguaje egocéntrico,
utilizan las palabras como armas hirientes,
y donde sus palabras no alcanzan,
lo que deben alcanzar,
recurren a luchar a brazo partido

Naturalmente nos preguntamos,
¿cómo es posible hoy, lo que entonces sucedió
en Pentecostés?

* ¿Cómo puede suceder,
qué en nuestra familia encontremos un lenguaje,
que una a unos con otros
a marido y mujer, a padres e hijos,
en lugar de promover alienación?

* ¿Cómo puede suceder,
que los compañeros se comprendan mutuamente
por encima de los temores de la competencia?

* ¿Cómo puede suceder,
que comprendamos incluso a extranjeros
que llegan a nosotros
de una lengua y una cultura muy diferentes,
con otros usos y costumbres?

* ¿Cómo puede suceder,
que políticos obsesionados por el poder
en Israel/Palestina o donde quiera que sea
aprendan un lenguaje de aproximación y de paz?

* ¿Cómo puede suceder,
que la Iglesia y nosotros mismos en la Iglesia,
hablemos de nuevo un lenguaje,
que “llega”, que se comprende,
un lenguaje que crea confianza, que gana,
quizás incluso un lenguaje, que apasiona,
que entusiasma?

Evidentemente es algo posible – también hoy:
En la noche de Pascua, por ejemplo, se bautizaron 
en muchas iglesias
- como también entre nosotros – personas adultas
que, en su camino hacia la fe,
encontraron continuamente a cristianos,
cuyo lenguaje les abrió las puertas de la fe.
Y seguramente también podría contar Kati Löwe,
que hoy es aceptada y confirmada en la Iglesia,
de tales encuentros con particulares y con comunidades,
que han preparado para ella esta fiesta de Pentecostés.

En el fondo, ella tendría que poder decirnos,
cómo es creado el lenguaje del Espíritu de Dios,
que se articula, entonces como hoy,
por medio de personas concretas.
Yo desearía mencionar un par de criterios
de este lenguaje espiritual de plenitud:

* Con seguridad no es un lenguaje monológico,
sino más bien un diálogo,
que se compone en gran parte de prestar atención y escuchar sucesivamente.

* Es evidente que
el lenguaje del Espíritu de Dios
es un lenguaje de afecto, bondad y amor.
Y este lenguaje se sirve no sólo de palabras,
sino que además tiene un rico vocabulario
de gestos, signos y acciones...
Es un lenguaje que, incluso, hace hablar al silencio.
Es un lenguaje que invita,
un lenguaje comunicativo,
un lenguaje que crea amistad y forma comunidad.

* Jesús habla del “Espíritu de la Verdad”.
Esto tiene que hallar su reflejo en nuestro lenguaje:
Un lenguaje espiritual es un lenguaje abierto,
rectilíneo
y un lenguaje verdadero,
por consiguiente, un lenguaje sin rodeos,
un lenguaje sin malas intenciones tácticas,
un lenguaje que crea confianza,
Por consiguiente, se trata también de un lenguaje,
que pone de acuerdo la verdad y el amor –
aproximadamente en el sentido de la vieja sabiduría popular, según la cual
no se debe utilizar “la verdad”
como arma arrojadiza contra otra persona,
sino como se coloca un abrigo sobre los hombros de una dama,
de modo que se lo pueda poner cómodamente.
 (Desgraciadamente esta imagen ha llegado a ser
bastante incomprensible
porque apenas quedan “caballeros”.)

* Nosotros llamamos al Espíritu Santo de Dios
el Espíritu de la Sabiduría y de la Inteligencia.
Esto se refleja en el lenguaje espiritual:
No se trata de saber
y tampoco de saber como un sabelotodo.
Aquí se trata más bien de una experiencia,
de una experiencia de fe;
de una inteligencia en lo que al fin y al cabo la mantiene unida a este mundo,
de una inteligencia en aquel sentido
de que da fuerza moral a la vida.
Por consiguiente no se trata de arrojar
a otro verdades del catecismo,
se trata más bien de un lenguaje “espiritual”,
que abre todos los sentidos a la fe, a la esperanza y al amor.

* Un lenguaje espiritual da testimonio
del “Espíritu de Piedad y del Temor de Dios”.
Donde las personas están indiferentes frente a Dios,
donde se separan de Dios,
o incluso ellas mismas quieren ser “como Dios”,
allí acaba la mutua comprensión.
Allí se representa aquella insulsa y atea historia
de la Torre de Babel, que todos conocemos.
El World Trade Center es sólo un indicio
de la realidad de esta historia – también hoy.
Más bien las personas comienzan a comprenderse
por encima de todas las  barreras lingüísticas,
donde comienzan a aceptar a Dios
e incluso a abandonarse en Dios.

Sería hermoso,
si nosotros al menos en nuestra familia,
en nuestra comunidad y en la Iglesia
aprovechásemos la fiesta de Pentecostés como ocasión
para aprender otra vez este lenguaje espiritual
y para hacer progresos en él.

Esto sería un primer paso
y la condición para ello
que se volviese a hablar más y también se comprendiese el lenguaje de Pentecostés
también en nuestro entorno profesional y social
y quizás incluso en la “gran política”.

Amén.