Predigt Homilía para el Primer Domingo
de Cuaresma (C)
29 febrero 2004

Lectura: Dt 26,4-10;
Evangelio: Lc 4,1-13;
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El desierto se ha hecho interesante para muchas agencias de viajes.
Cada vez más turistas reservan un tour por el desierto y
participan en un viaje por los paisajes desérticos,
sea el desierto de Negev, el desierto del Sinaí o el Sahara.

“Experimentar el desierto”
se dice en un prospecto de una agencia de viajes.
Arena, soledad, calor, aridez, sed –
estos vocablos, sin embargo, caracterizan un ambiente bastante hostil a la vida,
que, a decir verdad, debía ser espantoso.
Pero, sin embargo, aquí se halla notoriamente una gran atracción.
¿Por qué?

Una primera respuesta a esta pregunta nos la da quizás una historia bíblica muy antigua y muy central.
También aquí un grupo se pone en camino por el desierto.
La causa de la salida:
Para estas personas la vida de su entorno diario se ha convertido en insoportable.
Tienen todo lo que necesitan.
Más tarde hablan de las “ollas de carne de Egipto”, que han dejado.
Sin embargo, lo decisivo para la salida al desierto son las violencias inmisericordes,
a las que estas personas están expuestas en su vida diaria en Egipto.
Sencillamente ya no soportan más la vida.
¿Es tan desacertado descubrir aquí un cierto paralelismo en las causas que inducen a que las personas hoy partan de nuevo para ponerse en camino hacia otro mundo?
Precisamente cada vez más eligen el desierto como meta –
el desierto que parece prometer una alternativa radical:
* una alternativa sobre todo a la violencia a menudo insoportable de nuestra sociedad de rendimiento,
* una alternativa a las múltiples amenazas de nuestra vida,
* una alternativa a las innumerables frustraciones,
* una alternativa al vacío interior y a la falta de sentido,
* una alternativa incluso a las “ollas de carne de Egipto” en la sociedad del bienestar de nuestros días.

Entonces aquel grupo, hace más de 3000 años, hizo muy pronto ya la experiencia de que el desierto de una forma muy diferente y mucho más radical es amenazador.
Por eso se rebelaba contra los que dirigían al grupo,
sin embargo, al mismo tiempo hacía una experiencia muy diferente y muy nueva en la imposibilidad de salida de su situación:
Puesto en cuestión existencialmente
se acordaba justamente de  - “Dios”-.
Contra toda incredulidad, creyendo desesperado
se agarraba a este ancla de salvación:
Sólo Dios puede ayudar.
Se experimentaron única y exclusivamente remitidos a sí mismos ante todo y  después a su casi enterrada relación con Dios.
Ciertamente este Dios les abría en la situación sin salida nuevas perspectivas, un nuevo futuro.
“Vieron tierra de nuevo” –
la tierra de la promesa divina,
en la que “mana leche y miel”.

Esta experiencia del grupo original del pueblo de Israel se ha grabado tan profundamente en la memoria colectiva de toda la humanidad,
que continua transmitiéndose de generación en generación,
que encontró acogida en la “Sagrada Escritura” no sólo de Israel,
que se convirtió, por consiguiente, en un “Credo histórico”, en una confesión de fe,
que hasta el día de hoy también juega un papel central en nuestra liturgia cristiana,
La hemos escuchado en la Lectura de hoy.

* Por consiguiente, en el desierto Israel ha hecho sus grandes experiencias de fe;
* en el desierto se ha unido un pueblo;
* en el desierto, Dios ha hecho a este pueblo grandes signos y milagros;
* en el desierto fueron dados a los israelitas con los Diez Mandamientos,
reglas para una vida en plenitud;
* en el desierto se han preparado para su misión los hombres de Dios Moisés y Elías;
* en el desierto también fue esperado el Mesías.

Mucho más tarde elige Juan el desierto como un lugar apropiado para poner de nuevo en comunicación a los hombres con Dios:
Por eso se lanza al río Jordán
- un símbolo de la vida en medio del desierto -
y predica y bautiza.

En el Evangelio hemos escuchado hoy
que también Jesús mismo se dejó conducir al desierto “por el Espíritu” al comienzo de su vida pública –
a lo largo de cuarenta días.
Para Él, el desierto se convirtió en primer lugar – de forma semejante a como sucedió con aquel grupo hace 3000 años – en lugar de tentación:
En la desolación del desierto, su fantasía le hace simular imágenes de supuesta plenitud de vida  y de dicha imaginaria.
(El “demonio” – aquí están las profundidades inescrutables de la existencia humana –
denominado “demonio” en el lenguaje místico).
Ciertamente Jesús ha experimentado en el Bautismo en el Jordán la cercanía y el Amor de Dios.
Y ahora no tiene más que el vacío interior,
la seca aridez del propio “Yo” sin Dios.
* Si Dios me ama verdaderamente,
entonces tiene que cuidarse de mí
(“transformar piedras en pan”):
* si me ama, no me puede pasar nada
(“me llevarán en las manos”);
* si me ama, Él me conducirá y me dará todo
(“el poder y la gloria de estos reinos”).

Tales y semejantes pensamientos dejan que el Yo se convierta en medida de todas las cosas –
esto fue la “tentación” de Jesús,
esto también es con frecuencia nuestra tentación
en los desiertos de nuestra vida.

Jesús supera esta tentación,
dejándose caer absolutamente
en la fe en el Dios de Israel entonces experimentada en el desierto del Sinaí.
Así también para Él se convirtió el desierto en un lugar de un encuentro con Dios más intenso,
del cual saca fuerza para su misión
hasta la cruz.
¿No tenemos también nosotros una experiencia de desierto así que nos acerque más a Dios, que nos haga bien?
Para ello no necesita ninguno de nosotros reservar un tour por el desierto,
sólo necesitamos contemplar nuestra vida muy sinceramente.
Porque a menudo esto es suficiente en la gris cotidianeidad, stress, soledad o también aburrimiento opresivo;
nuestra vida es a menudo vacío y desierto.

Para muchos el mundo es un desierto,
porque el descontento profesional lo hace triste y árido
o la inutilidad en relación con un puesto de trabajo lo hace fatigoso.
Esto se puede convertir en tentación si se ve el Yo como medida del actuar,
si se pasa por alto al prójimo y a Dios y
así el propio mundo existencial se convierte aún más en desierto.

El ser humano necesita un contraste con la vida usual,
con el bienestar y la riqueza,
con la competencia y la presión del trabajo,
con el stress de la vida diaria y el vacío interior.
Para todo esto necesitamos correcciones,
a fin de que las reglas de nuestra vida de nuevo
sean armoniosas.
La experiencia profundamente asentada de la humanidad nos permite vislumbrar
que el desierto es el lugar exacto para una tal revisión de la vida.
En esta idea quiere estar el fundamento del turismo moderno de desierto.
Éste podría decepcionar finalmente a muchos de aquellos que ven en él la posibilidad para una vida nueva.

Seguramente aquí es ayudadora la consecuencia
que, desde tiempos antiguos, saca la Iglesia de la experiencia de Israel:
Nos invita a un “viaje por el desierto” por medio de la Cuaresma.
Si nosotros –en medio de nuestros desiertos- nos adentramos en la fe sin reserva en nuestra fe
-quizás parcialmente enterrada-
entonces puede convertirse este tiempo en un tiempo, en un lugar de meditación y de encuentro con Dios.
Así también podemos comprender nuestra actual escena del pesebre:
La Cena – por consiguiente, también nuestra celebración eucarística de ahora – como un lugar de encuentro con Dios en medio del desierto.

Amén.