Homilía para el Domingo Sexto
del tiempo pascual
13 Mayo 2007 (16 Mayo 2004)

Lectura: Hch 15,1-29
Evangelio: Jn 14,23-29
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Se han enfadado ustedes ya alguna vez con la Iglesia?
Yo mismo confieso que me enfado continuamente.
¡Hay suficientes motivos para ello!

Sin embargo, por otra parte es muy curioso que pueda surgir un enfado así:
Jesús mismo ha puesto excelentes fundamentos para una Iglesia, en la que no debía darse el enfado.
Y Él ha enviado además a la Iglesia
- lo acabamos de escuchar en el Evangelio -
el Espíritu Santo como auxilio,
así que verdaderamente ya nada debía ir torcido.

¡Pero sin embargo es así!
La realidad de la Iglesia parece a menudo muy diferente, de lo que se podría esperar desde la perspectiva del Evangelio.
¿Por qué?
Naturalmente tenemos una aclaración para ello:
La Iglesia no es sólo un regalo de Dios;
es, al mismo tiempo, la Iglesia de personas concretas,
que le ponen su sello.
Y este sello imprime toda nuestra sociedad.
Pero Dios toma en serio a los seres humanos en su libertad,
aunque generen continuamente enfados.

Sí, y para ello está el “sombrío Pedro” entre nosotros.
La Lectura de los Hechos de los Apóstoles nos muestra como se puede tratar con los conflictos en la Iglesia también de otra forma
y evitar los enfados.

La temprana cristiandad se hizo una pregunta entonces altamente controvertida y conflictiva:
¿Se puede ser cristiana o cristiano también sin mantener las leyes judías?
Había una mayoría de aquellos que seguían a Jesús desde el judaísmo.
En él habían crecido.
En él estaban en su casa –
como Jesús mismo estaba en su casa
en las tradiciones judías de Su pueblo.

Pero también pronto se unieron continuamente
no judíos a la nueva comunidad que nacía.
¿Cómo se debía tratar con estos “paganos”?
Lo judío ¿formaba parte constitutiva del cristianismo?
¿O se debía perder lo propio del origen judío
y andar caminos propios –
por consiguiente, separarse de las leyes judías, de las tradiciones y de las ideas?

Por ejemplo ¿se tenía que circuncidar a un hombre no judío y, por consiguiente, no circuncidado
para que fuera admitido al Bautismo cristiano?

Ante tales preguntas se andaba a la greña violentamente – no sólo en Antioquia-:
Se anunciaba el enfado.

Para encontrar una solución al problema,
se tomó un camino,
que a nosotros, los cristianos católicos, nos es muy familiar:
Se preguntó a Jerusalem,
- por consiguiente, a la “dirección de la Iglesia” –
por esto,  como muchos católicos y también iglesias católicas locales escriben “cartas a Roma”
¡Por consiguiente, un interesante paralelismo!

Pero la respuesta de Jerusalem difiere considerablemente de más de una respuesta de Roma.
Tomemos como ejemplo evidente la más reciente Instrucción de Liturgia de la Congregación del Servicio Divino:

Los Apóstoles en Jerusalem se preguntaron en primer lugar:
¿En qué dirección va la actuación del Espíritu de Dios?
Pedro formuló el resultado en un grandioso discurso:
“Dios mismo ha tomado la decisión hace largo tiempo, plenificando a los paganos con el don del Espíritu sólo por causa de su fe.”

Roma de ningún modo procede de un modo pusilánime,
para que pudiera soplar en la Iglesia de Jesucristo el Espíritu Santo.

* La decisión del llamado “Concilio Apostólico” favorece la “libertad del cristiano”:
¡Lo decisivo es una fe viva en Jesucristo!
¡Sólo esta fe – y ésta sólo! –
es la condición previa para ser cristiano.
Por consiguiente, no se echarán sobre los hombros de los “paganos” ningunas cargas legales – como la tradicional circuncisión.

Roma, por el contrario, insiste en la Tradición y en la Ley y promulga –en parte, hasta en el más mínimo detalle- normas que obligan.

El así llamado “Decreto Apostólico” de la Lectura de hoy apela al respeto afectuoso para los que están profundamente enraízados en las tradiciones judías y para los que no quisieran dejar estas tradiciones o tampoco las pueden dejar.
Los cristianos procedentes del paganismo debían, conforme a esto, evitar lo más mínimo que pudiera herir profundamente el sentir judeocristiano.
Por consiguiente, no debían dar ningún escándalo a los judeocristianos
para que fuera posible en la celebración de la Eucaristía una comunidad de mesa fraternal
también en el pluralismo creciente de las comunidades.

Algo más tarde y en el mismo sentido ha escrito Pablo a la comunidad de Roma sobre una cuestión muy semejante:
“Acoged bien al que es débil en la fe, sin discutir opiniones. Uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras. El que come, no desprecie al que no come; y el que no come tampoco juzgue al que come, pues Dios le ha acogido.”
(Rom 14,1-3)

Por consiguiente, no se trata de cuestiones de fe
sino muy sencillamente de amor y respeto de los “fuertes”, es decir de los “libres” en la fe, a los “débiles”.

Completamente distinto del tenor de la Instrucción romana:
Esta Instrucción se adapta justamente a los “débiles” como “pueblo creyente”, en el que sólo se expresa el Espíritu de Dios.
Del fraternal respeto a los “débiles”, por consiguiente a la inversa que el Decreto de los Apóstoles, un dominio autoritario de los “débiles”.
El pluralismo, que a más tardar desde el Concilio Apostólico es natural en la Iglesia,
en la Instrucción se le da un frenazo en seco.

Ahora yo no quisiera provocar la impresión de que quiero empujar a “Roma” al “sombrío Pedro”, del que he hablado desde el principio.
Hay que decir como disculpa a los “romanos”
que ellos reciben montones de cartas temerosas, quejumbrosas y también acusadoras sobre todo de los círculos conservadores de la Iglesia.
Así surge en “Roma” muy fácilmente la concepción equivocada de que en tales cartas se articula verdaderamente “el pueblo creyente”.

¡Por consiguiente, busquemos al “sombrío Pedro”
en primer lugar en nosotros mismos
y en todas partes!

* ¿Nuestro primer esfuerzo en todo lo que pensamos, decimos y hacemos es verdaderamente aclarar con un discernimiento espiritual y orante lo que le dice a la Iglesia el Espíritu de Dios?

*¿Está siempre claro para aquellos que se cuelgan de lo tradicional que el agarrarse temerosamente a lo acostumbrado puede ser también expresión de pusilanimidad?

* ¿Podría ser que ellos, descuidada y precipitadamente, nieguen una auténtica fe
a aquellos para los que lo tradicional no tiene el mismo significado?

* ¿Podría ser que descuidada, precipitadamente y demasiado auto-conscientemente excluyan desde el principio que el Espíritu de Dios pudiera actuar también en lo que ellos mismos descalifican como “innovaciones”?

* ¿Confunden posiblemente el “Espíritu del tiempo” con el Espíritu de Dios aquellos de entre nosotros para los que se trata de una Iglesia para los “seres humanos de hoy”, aquí y allá?

* ¿Examinan si sus “adaptaciones” a la comprensión de los “seres humanos de nuestro tiempo”, defiende verdaderamente el núcleo de la fe en Jesucristo?

Y nosotros ¿nos esforzamos todos verdaderamente en aquella acogida y amor que preocupó mucho tanto al Apóstol Pablo como también al Concilio de los Apóstoles en Jerusalem?
De esta acogida y amor entre nosotros trata también el Evangelio de hoy:
“Mi Paz os dejo,
mi Paz os doy;
Yo os doy una Paz
no como la que da el mundo”

Amén