Homilía para el Cuarto Domingo
del tiempo pascual
7 Mayo 2006
Evangelio: Jn 10,11-18
sobre el tema del “llamamiento”
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
¡Esto no marcha!
¡No puedo con esto!
¡No lo arreglaremos!
A menudo cuánto nos bloqueamos nosotros mismos con estos dichos corrientes.

Más de uno sueña con un matrimonio perpetuamente dichoso
con el compañero/ compañera amada.
Pero todos conocen también en su ambiente no sólo un matrimonio que ha naufragado.
¡Los que se separan
también tuvieron otros sueños!
¿Y nosotros somos mejores que ellos?
¿Por qué debe marchar bien en nuestro caso?
¡El riesgo es demasiado grande!

Asombrosamente también desean hoy la mayor parte de los jóvenes –sobre todo las mujeres- hijos propios.
Pero aquí la dura realidad construye un muro ante uno.
Y es cada vez más alto, más impenetrable:
* Las relaciones económicas.
* La falta de perspectivas profesionales.
* Las dificultades para poner de acuerdo profesión y familia.
* El compañero “correcto” para la realización de tales deseos...
Por consiguiente: Por de pronto hay que poner el deseo en su sitio.
Y después es demasiado tarde:
Esto ya no marcha.

Otros sueñan con una “profesión ideal”,
con una tarea existencial que realice profesionalmente.
Una mirada a la estadística del mercado de trabajo muestra pronto:
Puedes enterrar el sueño porque es ilusorio.
“¿Y de qué quieres vivir?”
quizás aún preguntan los padres,
“¿y de qué quieres alimentar a una familia?”
Por tanto: ¡Esto no lo puedes olvidar!

Incluso se pueden dar personas
que sueñan en los años jóvenes con una profesión eclesial:
Juguetean con el pensamiento de llegar a ser sacerdote,
de entrar en una orden religiosa,
o también en otro modo de compromiso
para hacer carrera
en la parroquia, en el trabajo eclesial con jóvenes
-por ejemplo como monaguillas y monaguillos-.

Pero ¿esto sólo vale entre amigos, compañeros de clase o de estudios?
Los padres fruncen las cejas: “¿estás chiflado?”

Y ¿quizás incluso el “celibato”?
¡Esto no marcha en absoluto!
Y la Iglesia: Cuyo futuro parece también malo para ser tenido en cuenta.
* Las parroquias se fusionan.
* Las iglesias están vacías.
* Los párrocos viejos se matan a trabajar
y están fastidiados por el estrés,
porque no hay jóvenes.
* Las órdenes religiosas suscitan a veces la impresión de que sólo se trata de quién será el último para “apagar la luz”.
* El Obispado ya no tiene dinero para pagar a los referentes parroquiales y pastorales..
¿Alistarse en una tienda así hecha polvo?
¡Esto no tiene ningún sentido!¡Esto no marcha!

Estos días he encontrado un texto alentador
que a más de uno de nosotros debía tener siempre presente.

¿Qué marcha?
¡Más de lo que tú piensas!
¿Qué marcha cuando ya no reconozco mi camino?
¡Más de lo que tú ves!
¿Qué marcha, cuando estoy embarullado y todo se asfixia en mí?
¡Más de lo que tú sientes!
¿Qué marcha cuando estoy en una tristeza, que
me desgarra el corazón?
¡Más de lo que tú te atreves a pensar!
¿Qué marcha cuando yo tengo dudas?
¡Más de lo que tú crees!
¿Qué marcha, cuando ninguno marcha?
¡ÉL CONTIGO!

¡ÉL CONTIGO!
Aquí –me parece- que está el quid de la cuestión.
Nuestro ambiente nos inculca desde pequeños:
Tú mismo eres el herrero de tu dicha.
Lo que quieras hacer de tu vida –
¡tú mismo tienes que ponerte en camino –y sólo!
Depende de tu trabajo - ¡nada más!

El cielo –¡no me río!-
¡pertenece a los gorriones!
A Dios -¿le has visto tú ya?
Mundo secularizado –¡pobre y desesperanzado mundo!
Sólo fronteras humanas y miseria humana –
hasta en el tribunal administrativo superior de Lüneburg:
sólo “derecho” positivista,
sin valores, sin verdadera medida humana!

Y en esta miseria,
en esta falta de perspectivas -
el Evangelio de hoy:
¡Un mensaje alegre, liberador, alentador y pascual!

Jesucristo – Señor de la vida:
“Yo tengo poder para entregar la vida.”
Pero también: “¡Para recuperarla!”

Pero sobre todo:
Yo vivo esta vida como el “Buen Pastor”
Seguramente ésta es una imagen de un ambiente impregnado de lo agrícola.
Pero también nosotros comprendemos como hombres de ciudad:
¡Este Cristo está para nosotros aquí!
Nosotros podemos fiarnos de Su compañía –
y esto “¡en la vida y en la muerte!”

Una palabra importante de este Evangelio
ya nos ha ocupado el domingo pasado:
“reconocer” – “conocer”.
“Yo conozco a las mías y las mías me conocen a Mí.”
Recordemos: “reconocer” / “conocer” –
dicho bíblicamente
es comprender en totalidad.
Esto significa:
Amar, comprender, conocerse a fondo, estar presentes unos para otros, poder-se-confiar-unos en otros.

“Conozco a las mías” –
precisamente no estamos solos
cuando seguimos Su “llamamiento”.
Da igual adónde nos conduzca este “llamamiento-
* a una cierta profesión
* a un matrimonio y una familia (también se trata de un “llamamiento”),
* a una “profesión” eclesial – a título honorífico o profesional,
porque siempre rige:
El que nos llama, nos se retira, no nos deja caer.
Él mismo no huye “cuando viene el lobo”,
Por consiguiente, cuando hay dificultad y los problemas se precipitan sobre nosotros.
Él conoce nuestras deficiencias,
conoce nuestros temores.
¡Y ciertamente en tales situaciones Él está sencillamente presente!

Hablo por propia experiencia:
Con setenta y tres años puedo decir:
¡Nunca me he arrepentido de este “llamamiento”!
Continuamente estuve ante la cuestión:
¿Cómo continuo ahora?
¿Cómo termino con esta o aquella situación concreta?
¿Cómo hago comprensible,
lo que ahora tiene que decirse en el sentido del Evangelio?

Y continuamente he experimentado:
¡Él estaba aquí!
Incluso me ha puesto a menudo en las boca las palabras.
Yo no tenía ni tengo el más mínimo motivo
para pavonearme de forma presuntuosa.
¡Lo decisivo lo ha hecho siempre Él!
Y por eso tengo en este llamamiento siempre gran alegría
más aún que al principio.

¿Qué marcha?
¡Más de lo que tú piensas!
Cuando se vive de la fe
cuando no sólo se sabe “Él me conoce”,
sino también se está abierto a ello,
a aprender a “conocerLe” más y más,
cuando se está en casa en la Iglesia
es decir en comunión con Él y con los Suyos –
¡esto marcha un montón!
También aquí en St. Michael marcha
más de lo que yo hubiera pensado.

Probablemente se tiene que cambiar aún mucho
en esta Iglesia (¡Ecclesia semper reformanda!)
- por consiguiente, también entre nosotros mismos y en nuestro pensamiento-.
La actual necesidad de financiación nos recuerda quizás que, quien emplea toda su vida al servicio del Evangelio,
con toda seguridad también debe vivir de él.
Esto ya está en la Biblia.
Pero de la remuneración en paralelo con el servicio público no se dice nada evidentemente.
Esto es incluso peligroso
porque puede conducir fácilmente sólo a “servidores asalariados” en el servicio eclesial.
Personas, que allí sencillamente sólo hacen
“su trabajo” –
en un vicariato general, en una parroquia, en una escuela católica o donde sea.
Lo que Jesús sostiene de aquellos, lo ha expresado más que claramente en el Evangelio de hoy.

Un capuchino entusiasmado de su profesión dijo estos días:
“Estoy convencido de que hay en Alemania
como mínimo doscientos jóvenes que tienen las aptitudes necesarias y el llamamiento para llegar a ser capuchinos.
¡Ellos tampoco lo saben!”
Yo creo que el hombre tiene razón –
y esto no sólo mirando a su orden.
* Hay también en la joven Iglesia una fe muy viva,
* hay un admirable compromiso,
* hay capacidad de entusiasmo,
* hay muchos que buscan sinceramente
* y hay muchos llamamientos para el servicio del Reino de Dios.

Visto así, ¡no temo por el Evangelio de Jesucristo
y tampoco por Su Iglesia!
Por lo demás, verdaderamente tampoco temo
por el futuro del matrimonio y de la familia.
También son innumerables los jóvenes y las “parejitas” jóvenes que son llamadas.
Ellos tampoco lo saben.

Pero nosotros debíamos alentarlos
en lugar de dejarnos contagiar nosotros mismos
por el profeta de calamidades de una sociedad secularizada
y de unos medios regionales, en los que se trata sólo de impuestos, tasas de sintonización
y finalmente de dinero.

En este sentido, celebramos también ahora de nuevo Pascua,
confesamos nuestra fe
y oramos esperanzadamente alegres
para que los jóvenes confíen en Él
* que les abra futuro,
* que pueda plenificar su nostalgia de vida y de sentido de la vida,
* que los “conozca”
* y que no los abandone en ningún caso.

Amén.