Homilía para el Domingo Quinto
del tiempo pascual
14 mayo 2006
Evangelio: Jn 15,1-8
Autor: P. Heribert Graab S.J
Siempre resuena en nosotros la alegría pascual:
Una canción pascual pone el fundamento
de nuestra alegría en el punto:
“¡Jesús vive! ¡Yo también con Él!
Muerte ¿dónde está ahora tu sombra?”

En los Evangelios pospascuales se trata ahora
de la “duración” de esta alegría pascual:
Debe permanecer viva en nosotros
* también en nuestra vida diaria
* y esto durante todo un año.

Pero esto –según se nos dice en el Evangelio de hoy-
está ligado a condiciones.
¡Que no cunda el miedo!
No se trata de “trabajar” aún más.
Se trata más bien de algo muy sencillo,
por así decirlo, de un regalo pascual
que nos hace Jesús:
¡Él nos regala una comunión vital Consigo mismo!
Se trata de aceptar esta comunión, esta unión con Él:
* En esta unión íntima con Él se nos regala la vida.
* En esta unión íntima con Él
podemos experimentar la plenitud de la vida.
* En esta unión íntima con Él
podemos nosotros mismos producir fruto.

En la formulación del Evangelio se dice:
“Permaneced en Mí como Yo permanezco en vosotros.
Como el sarmiento por sí mismo no puede dar fruto,
sino sólo cuando permanece en la vid,
así vosotros no podéis dar fruto
cuando no permanecéis en Mí.”
Con frecuencia he usado en los diálogos y en las homilías una imagen que es muy semejante a la de la vid y los sarmientos, y que en nuestro mundo es familiar a muchas personas –
la imagen de las ramas de Bárbara.
El cuatro de Diciembre, el día de Santa Bárbara,
cortamos muchos de nosotros ramas de cerezo
y las ponemos en un vaso en el cálido cuarto de estar.
Con el correspondiente cuidado florecen después en la fiesta de Navidad.

Evidentemente en ellas se esconde una enorme fuerza vital.
Pues verdaderamente están ya “muertas”,
cuando yo las corto del árbol.
¡Sin embargo, florecen tres semanas más tarde!
Ciertamente se hace visible para todos
al cabo de un rato, que están muertas en verdad:
hojas y flores se marchitan,
y tanto más de frutos no se puede ni hablar.

Todos nosotros estamos bautizados en comunión interna con Cristo.
Pero con frecuencia falta el cuidado de esta relación.
* La oración se extingue;
* la concelebración de la Misa dominical se convierte en una carga;
* algún día se formula la pregunta:
¿Por qué costeo con mis impuestos eclesiales
todavía algo para la vida de las comunidad de los cristianos,
para la unión vital de todos los sarmientos con la vid como totalidad?
* La orientación de la vida diaria en Jesucristo se ha perdido antes, ya hace mucho tiempo.
* La salida de la Iglesia algún día será el último paso:
Y éste significa – tanto si para mí está claro como si no:
como sarmiento estoy cortado de la vid vital.
La consecuencia: ¿dar fruto? Una frase con “X”:
Aquí “noX” quiere decir ¡ya estoy fuera!
Veo la protesta en algunas caras:
¡Éstos, que se han dado de baja de la Iglesia,
y que con ello, consciente o inconscientemente,
han renunciado a la comunión con Jesús –
sin embargo no son “malas personas”!
Estos también dan “frutos” en el sentido del Evangelio –
incluso quizás más y mejores que más de
un “buen cristiano”.

¡Sí! ¡Esto es muy atinado!
Pero en cuanto a nosotros “buenos cristianos”,
aparece la advertencia de Jesús de permanecer
en Él, no de estar en el Evangelio por casualidad:
Hace tiempo que no consta,
que nosotros estemos verdaderamente unidos
a la vid como sarmientos fructíferos.

En cuanto a los “otros”,
hay que proponer la pregunta de cuales son las raíces
de las que ellos reciben su vida y su fuerza.
En todo caso, en Europa hasta el día de hoy
aquella vid de Jesucristo es la verdadera fuente de vida con amplia mayoría.

Y aquí se explica también mucho la imagen de las ramas de Bárbara
tanto con la mirada en lo individual
como con la mirada en la sociedad como totalidad.
El individuo que se ha desgajado de esta vid,
en la que fue injertado por el Bautismo
y en la que como “joven sarmiento” fue cuidado y educado, lleva aún tanta fuerza vital en sí mismo
- como la rama de Bárbara o justamente como un sarmiento- que puede parecer muy bien todavía largo tiempo “vivo” e incluso puede “florecer”,
antes de que él definitivamente –en el lenguaje del Evangelio- “se seque”.

Él además está encuadrado en una sociedad
que por su parte –también como sociedad en gran parte secularizada – no puede negar sus raíces en la Tradición cristiana.
La secularización comenzó en la Ilustración,
con lo que se llama el “Humanismo cristiano”.
Este Humanismo creía que podía conservar e incluso desarrollar con mayor belleza los “valores” de la Tradición cristiana, sin estar unidos a Cristo mismo y a Su Iglesia.

Así continuó actuando aún largo tiempo en Europa la Tradición cristiana,
llegó aún enteramente a florecer,
quizás produjo aún incluso de modo adicional frutos.
Pero mucho más tarde, el tiempo del nacionalsocialismo y del bolchevismo y sobre todo el “holocausto” mostraron:
Este sarmiento separado de la vid está muerto –muerto y bien muerto – y absolutamente seco.
La historia lo ha arrojado al fuego y quemado.

Lo que reapareció ayer en Göttingen,
no tiene nada que ver con la “vida”
y nada en absoluto con la vida de la vid.
¡Se trata más bien y siempre de nuevo
de llamaradas de un fuego destructivo!

Verdaderamente “nueva vida” apareció después de la Segunda Guerra Mundial,
cuando fue redactada la ley fundamental.
En ella se reconocía muy bien
la letra de cristianos comprometidos y creyentes.
Pero la administración de justicia denuncia hoy
con demasiada frecuencia,
que la activa secularización
no está más que en situación
de revestir de “positivismo” esta ley fundamental
porque ya no tiene ningún acceso interior a aquellos “valores”, que, para muchos padres y madres de la ley fundamental, estaban enraizados en su fe.

Los jueces de la Audiencia territorial en Lüneburg
son aquí sólo reflejo de la sociedad en suma,
como también muchos abogados del tiempo de Weimar, que prepararon jurídicamente los caminos del Nacionalsindicalismo, fueron reflejos de la sociedad de entonces.

Esta interpretación actual de la parábola de Jesús
de la vid y los sarmientos puede no caer bien a más de uno.
Sin embargo, yo desearía animar a reflexionar sobre ello.
Por favor, no se olviden de que esta parábola está dicha muy personalmente también para nosotros hoy ni de que una sociedad nunca puede ser mejor ni más cristiana,
que todos aquellos que forman conjuntamente esa sociedad.

Por consiguiente, comencemos por nosotros mismos,
intensificando nuestra unión a la vid de Jesucristo,
* para que Su fuerza vital también pueda actuar en nuestra sociedad internamente,
* y para que nosotros mismos “demos fruto” - también para la sociedad.

Amén.