Homilía para el Sexto Domingo del tiempo pascual 21 Mayo 2006 |
Lectura: Hch 10,25-48 Evangelio: Jn 15,9-17 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
“Esto os encargo: ¡Amaos los unos a los otros!” A nadie se le ocurriría prometer a su compañera en el matrimonio algo así como: “Te quiero amar todos los días de mi vida. Pero evidentemente yo también haré en el futuro lo que quiera.” Amor – ¡no es precisamente grandes palabras! Amor - ¡no es tampoco grandes sentimientos! Amor – significa más bien: * abrirse al otro; * prestarle atención; * aceptarle; * configurar la vida conjuntamente con él. Una moderna canción religiosa lo expresa así: “Amor no es sólo una palabra; amor, ¡son palabras y hechos!” Y Jesús lo concreta: “¡Amaos como Yo os he amado!” ¡Él es la proporción de todo amor! Por consiguiente, el Evangelio nos recuerda hoy, que nosotros nos debemos amar unos a otros, según la medida del amor de Jesucristo. Pero evidentemente no se trata - en todo caso no sólo y no en primer lugar- del amor entre hombre y mujer. El horizonte de Jesús es aquí esencialmente más extenso. El horizonte de Jesús está trazado por Su mandamiento de amor: “Tú debes amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todos tus pensamientos. Éste es el más importante y el primer mandamiento. El segundo es idéntico (¡!): Tú debes amar a tu prójimo como a ti mismo.” ¡A tu prójimo – que no es de ningún modo sólo aquel que está cerca de mi corazón! * Es más bien toda y todo el que me encuentro en el camino. * Es cada uno de los que me necesita. * Es tanto más cada una y cada uno que está unido en la fe. Pero contemplemos la realidad: * Nosotros celebramos hoy juntos –como todos los domingos- la Misa. * Nos damos unos a otros –como todos los domingos- el saludo de paz. * Participamos conjuntamente–como todos los domingos – en la Cena de Jesucristo. * Sin embargo, reiteradamente nos dispersamos sin saludos. * Sin embargo, a menudo no nos conocemos, cuando nos encontramos en la calle durante la semana. * Sin embargo, no nos interesamos con demasiada frecuencia unos por otros. * Sin embargo, no nos dirigimos en absoluto a alguien que se añade nuevamente, que, por consiguiente, es en primer lugar “extranjero”. * Y un extranjero continúa algunas veces durante años como extranjero. La reserva o incluso la negativa frente a los extranjeros parece encontrarse en la humanidad – probablemente desde sus comienzos- hasta en la médula. La palabra “miseria” (en alemán) denuncia ya mucho de esto: “Miseria” significa literalmente: De otro país, por consiguiente, extranjero. En Colonia todavía hay hoy la “Iglesia de la Miseria”, en la que en la Edad Media fueron inhumados los extranjeros. La experiencia enseña: Al extranjero le va asquerosamente. Por consiguiente, vive en la miseria. Esto lo saben de sobra muchos extranjeros y sobre todo refugiados – ¡y esto en un país de tradición cristiana! Con este fondo, echemos ahora una mirada a la Lectura de los Hechos de los Apóstoles: Los judíos en tiempos de Jesús tenían normas muy restrictivas para relacionarse con los extranjeros. A un judío piadoso no le estaba permitido tener trato con un no judío ni tampoco entrar en su casa. El no judío, sólo por el hecho de serlo, era considerado impío e impuro. También Pedro mantuvo como naturales tales normas: Primero en una visión, que se relata en los versos precedentes, Dios mismo le hace comprender, lo que ya debería haber aprendido en la relación con Jesús: ¡No se debe llamar a ningún ser humano impío o impuro! Por consiguiente, así se pone en camino hacia el “pagano” Cornelio. Y allí le espera a él y a sus compañeros judeocristianos la siguiente sorpresa: Justamente este “pagano” Cornelio experimenta ante los ojos de todos lo que a ellos mismos les había sucedido en Pentecostés. El Espíritu Santo descendió sobre Cornelio y toda su casa. Estos judeocristianos –se dice expresamente – no podían concebir que también el don del Espíritu Santo fuese derramado sobre los paganos. Al menos Pedro aprendió esta lección muy rápidamente y ordenó bautizar sin demora a estos paganos en el nombre de Jesucristo. Esta historia de Pedro y Cornelio - y ésta además en el contexto del Evangelio de hoy- contiene también para nosotros una “lección”. Y nos coloca ante toda una fila de preguntas: * ¿Cómo cumplís vosotros con los “extranjeros” aquí en St. Michael? * ¿Quién se dirige a los “nuevos” y les allana el camino en la parroquia? * Ellos celebran con nosotros la Misa. Y después ¿qué pasa? * ¿Cómo tratamos a los que son de otro modo, de otro modo en su aspecto, pero también de otro modo en sus opiniones y de otro modo en la forma de vivir su fe? * ¿Qué pasa con los enfermos y los ancianos? Durante largos años han celebrado con nosotros la Misa y algún día su sitio queda vacío. En general ¿nos damos cuenta de esto? Y ¿qué pasa después? También en relación con la sociedad, en el campo social y en política surgen preguntas: * ¿Cómo nos situamos siempre de nuevo ante la discutida problemática de los emigrantes y de su estatuto de residencia? “¡No sois vosotros los que Me habéis elegido, sino que yo os he elegido a vosotros!” ¿También son ellos elegidos por Dios? ¿O no? No cuadra con esto el deseo secreto o dicho abiertamente de muchos ciudadanos federales: ¿¡ Éstos que se vayan al lugar de donde vinieron!? * ¿Tomamos nosotros– y esto significa: ¡todos nosotros! – verdaderamente posición y enarbolamos bandera como cristianos cuando permitimos que desfilen de nuevo aquí en Göttingen hermanos difamatorios contra prójimos y cristianos (¡) y permitimos que anuncien a gritos sus consignas despectivas? * ¿Dónde estamos en la lucha por el reparto entre pobreza y riqueza? ¿Hasta qué punto nos dejamos contagiar por las ideologías neocapitalistas y por los egoísmos, que se nos venden como coacciones de un mundo globalizado? * ¿No sólo no comprendemos la historia de Cornelio sino tampoco la de “¡lo tenían todo en común!”, la provocación pospascual de la Iglesia primitiva? * ¿Dónde queda nuestra conciencia social mientras a nosotros mismos nos vaya bien? ¡Preguntas y más preguntas! ¡Hay aún muchas preguntas sobre esto! ¡No los apartemos! Hagámonos estas preguntas bajo la exigencia de Jesús: ¡Permaneced en mi amor! ¡Amaos unos a otros como Yo os he amado! Y no olvidéis: Vosotros debéis por la fuerza de este Amor dar fruto y así que este fruto permanezca! Amén. |