Homilía para el Cuarto Domingo de Cuaresma (A)
2 Marzo 2008

Evangelio: Jn 9,1-41
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En parte tomada de mi homilía para el cuarto domingo de cuaresma en 2002.
Aquí es curado un ser humano.
Era ciego de nacimiento.
Y, de forma totalmente inesperada, puede ver de una vez.
Lo sorprendente:
Nadie –ni siquiera sus padres-
se alegran con él.

Todos se portan según el lema de los tres monos:
“no ver nada – no oír nada – no decir nada.”
¡Ellos son los auténticamente ciegos!
•    Están ciegos de temor – de temor ante la “falta de comunicación”.
•    Están ciegos porque no puede ser lo que no debe ser.
•    Están ciegos porque esta curación no cuadra con su esquema de la razón.
•    Están ciegos porque lo sucedido haría retroceder su ideología.
•    Están ciegos porque si no tendrían que confesar a Jesús.
•    Están ciegos porque una confesión de Jesús haría necesaria una reconsideración
y pondría en cuestión las propias estructuras de poder.

El único que verdaderamente ve es el ciego curado.
No sólo están curados sus ojos –
todo el ser humano está curado
su “corazón” está curado.
El ser humano ve lo que tiene ante la vista,
pero el Señor ve el corazón”, se dice en la Lectura.
“Lo esencial es invisible para los ojos”
aprende el pequeño príncipe del zorro.

Y ciertamente este ver lo esencial
este ver con los ojos de Dios
es el acontecimiento de la curación del ciego.
Él ve lo esencial.
Ve en Jesús al “Hijo del Hombre”,
al Mesías prometido
y responde a esta mirada sobre lo esencial
con su confesión: “¡Yo creo, Señor!”
No se deja torcer por todas las hostilidades e interrogatorios.
Él es la única personalidad honrada y rectilínea
de esta historia.

Con ello está también claro
que aquí no se trata de una historia de milagro médico.
El verdadero “milagro” está en otro sitio:
¡Aquí un ser humano aprende a ver lo esencial
con los ojos de Dios!
Y este milagro también hoy sería importante,
esta “curación” nos haría falta a todos.

Se dice que hoy vivimos en una “cultura del disfraz”.
Lo exterior es determinante.
Lo exterior salta a la vista.
A consecuencia de lo exterior formamos nuestros juicios.
Y sabemos naturalmente que nosotros también somos juzgados por lo exterior.
Conforme a esto damos todo el valor a nuestro “disfraz”
e invertimos en esto una gran cantidad de tiempo y dinero.

Por eso el ser humano pierde terreno.
Vemos al profesor y
su reputación científica.
Vemos al líder económico y su éxito.
Vemos al político y sus posibilidades de elección.
Vemos al sin techo y opinamos que huele que apesta.
Vemos al mendigo y su miseria.
Vemos al jonqui y juzgamos su adición.

Pero no vemos a la persona:
No vemos su dignidad,
no vemos su destino personal,
no vemos su dimensión interior.
No vemos con el corazón.
No vemos con buenos ojos.
No vemos con los ojos de Dios.
Estamos ciegos.
Esta ceguera existe también como fenómeno social:
Hemos cerrados los ojos a lo largo de los años
ante el peligro amenazante de la derecha, porque estábamos como conjurados por la amenaza de la izquierda
•    No queremos percibir que Israel
desde hace largo tiempo dirige una guerra
que desprecia la ser humano,
porque nuestros ojos están pegados
por el mortal desprecio humano,
del cual nuestro propio pueblo
es culpable frente a los judíos.
•    Nosotros apenas vemos la miseria de todo un continente –África,
porque nadie se interesa por ello verdaderamente-
ni la política, ni la economía, ni los medios ni siquiera las mesas de café.
•    Así mueren en el continente “negro” casi imperceptiblemente innumerables seres humanos-
del Sida, de hambre, en la guerra, en la huida o en el intento de alcanzar la orilla salvadora de Europa
con barcas inservibles para la navegación.

No vemos con el corazón.
No miramos con buenos ojos.
Tanto más no vemos con los ojos de Dios.
Estamos ciegos.

Ideologías y costumbres de buen ver nos ciegan:
* El racionalismo nos ciega
para las realidades metafísicas,
para la realidad de Dios
y para la irrenunciable veracidad de Su revelación.
* La fe en el progreso médico nos ciega para ver
que la vida humana es exterminada
por medio de la investigación en embriones.
* Nuestro consumismo nos ciega para ver
que el nivel de vida occidental es comprado
con la pobreza de gran parte de la humanidad
y con la destrucción de la Creación de Dios.
* El individualismo nos ciega
a  los espantosos efectos del pecado estructural.
* Las ideologías de producción hacen ciegos para los débiles, que son atropellados.
* Las costumbres burguesas ciegan
para que la Iglesia de Jesucristo sea pervertida
entre nosotros en una Iglesia de clase media.

La conversión a que nos invita la Cuaresma,
podría y tendría que comenzar con la pregunta personal y social:
¿Estoy yo también ciego?
¿Estamos también ciegos nosotros’

Y tendríamos que confesarnos:
Sí, también nosotros estamos ciegos – como mínimo parcialmente.
Esta declaración podría ser el comienzo de una curación.
El evangelista nos pone el relato de la curación del ciego como un lodo sobre los ojos
para que también nosotros aprendamos a ver con ojos abiertos y corazón sensible.

Amen.