Homilía para el Domingo Séptimo
del tiempo pascual (A)
4 Mayo 2008
Evangelio: Jn 17,1-11a
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Agradezco las sugerencias para la homilía
a Eugen Biser (“Magnificat” Mayo 2008)
Los nombres son “sonido y humo”.
Así reza una sublime rase del Fausto de Goethe.
Cuando se vuelve la cabeza a nuestra sociedad
se podría opinar: ¡Es cierto!
Entre nosotros con gusto se quisiera numerar a las personas.
¡Y esto se hizo también!

Gracias a Dios en el lenguaje bíblico rige exactamente lo contrario:
El nombre designa la esencia de una cosa
y sobre todo de una persona.
Por eso, comienza el relato de la fe judía
con la comunicación del nombre divino:
Moisés pregunta: ¿Quién habla conmigo desde la zarza?
Dios contesta con el nombre,
que descubre algo de Su misterio:
“Yo soy el que soy.”

Quien conoce el nombre,
tiene conocimiento del asunto –por consiguiente aquí la esencia de Dios.
Así en el Evangelio de hoy de Su discurso de despedida,
Jesús puede centralizar terminantemente
la obra de su vida con la frase:
“Yo les (a mis discípulos) he declarado
Tu Nombre.”

Él no lo ha hecho sólo con palabras.
Jesús revela la esencia del Padre
con toda Su persona,
en la totalidad de Su potencia vital
en todo lo que Él hace y en cómo lo hace.

Naturalmente también son revelación de Dios
Sus discursos, Sus parábolas, Sus imágenes y Bienaventuranzas.
Pero sobre todo revelan los signos que Él hizo, 
– nosotros los llamamos a menudo “milagros”
(que también significa esto) –
estos signos y “milagros” manifiestan
la esencia
de Dios y Su amor que se inclina hacia nosotros.

Toda Su vida permite traslucir la esencia de Dios,
toda Su vida hasta Su muerte en la Cruz.
El punto culminante de la revelación divina
es la resurrección en la mañana de Pascua,
la victoria sobre el poder de la muerte.
Dios mismo camina con nosotros por todas las obscuridades del sufrimiento y de la muerte.
Pero ¡sufrimiento y muerte no son lo último!
La verdad más profunda y más íntima de Dios
resplandece en Pascua:
resplandece Su luz de la verdad y de la vida,
en el interior de la obscuridad de este mundo.

Todo esto se centraliza en la frase orante de Jesús:
“Yo les he declarado Tu Nombre.”

Por medio de muchas dudas y tentaciones,
mujeres y hombres en el seguimiento de Jesús
lo han comprendido y Jesús lo atestigua:
“Ellos han reconocido verdaderamente que yo he salido de ti
y han llegado a la fe
de que Tú me has enviado.”

Naturalmente Jesús sabe de sus faltas y debilidades,
Él sabe de su “fe minúscula”.
Pero con estas palabras los acepta tal como son.
Y ¡ora por ellos!
Él pide para ellos y para todos los que les sigan
“otro auxilio” del Padre,
el Espíritu de la verdad.
Él les recordará todo lo que Él ha dicho y ha vivido.
Él los introducirá en la vedad completa.
Él es la “fuerza del Altísimo”,
Él los hará capaces de dar testimonio del mensaje
y de responder de él – incluso con riesgo de su vida.

Ellos confían ahora en esta oración de Jesús,
ya que el Resucitado ha desaparecido de su vista.
Pasan los días hasta Pentecostés retirados en Jerusalem.
Recuerdan orando y esperan la plenitud de la promesa de Jesús,
el envío del Espíritu Santo,
la fuerza de lo alto.
Si ustedes quieren, las discípulas y los discípulos
de Jesús en comunidad con Sus parientes,
de los cuales sólo se cita expresamente a Su Madre, pasan diez días de Ejercicios como preparación
para su propio envío:
Dar testimonio de Jesucristo y Su mensaje.

Casi dos mil años más tarde todos nosotros somos llamados al seguimiento de Jesús.
Y es regalada la fe en Él y en Su mensaje,
En el Bautismo y en la Confirmación
hemos recibido Su Espíritu Santo.
Este auxilio divino,
en el que Jesucristo mismo se nos acerca,
capacita y también nos envía
a testimoniar la fe,
que da a nuestra vida sentido y fundamento,
y a transmitirla a las generaciones siguientes.

En nuestro Bautismo y Confirmación
no recordamos sólo estos días anteriores a Pentecostés.
También la recepción de Rolf Sedler en la Iglesia
y su Confirmación, que celebramos esta tarde
pueden y deben concienciarnos renovadamente,
de lo que significa:
* ser llamados al seguimiento de Jesús
* ser miembros de Su Iglesia,
* ser obsequiados con Su Espíritu
* y tomar parte en Su misión.

Como todo Sacramento, también el Bautismo y
la Confirmación actúan día tras día en nuestra vida.
Siempre suponiendo que nos abramos continuamente de nuevo a la actuación del Espíritu de Dios –
precisamente en estos días anteriores a Pentecostés.

Amén