Homilía para el Tercer Domingo del tiempo pascual (B)
26 Abril 2009
Evangelio: Lc 24,35-48
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Estos Evangelios pascuales refieren lo inaudito!
¡No puede existir ninguna duda
de que este Jesús de Nazareth
murió en la Cruz en el Gólgota,
que Él estaba muerto – y bien muerto!
¡Un acontecimiento diario!
Pero después Sus amigos testimonian:
¡Este Jesús vive! ¡Se nos ha aparecido!
* Le pudimos tocar.
* Él ha comido con nosotros,
* ¡Dios Le ha resucitado de entre los muertos!

Verdaderamente este alegre mensaje no convenía a las personas de entonces,
como tampoco les conviene hoy.
Quizás aquí juega un papel el temor:
* posiblemente el temor a decepcionarse;
* más probablemente aún el temor
a abandonarse enteramente en otro, en Dios,
en lugar de en algo evidente,
en algo de la propia experiencia
y en algo comprensible por medio de la propia conclusión.

En todo caso, entre los judíos no era de ningún modo comprensible en tiempos de Jesús
una “resurrección de los muertos”:
* En la tradición transmitida de Israel no había sitio –
puesto que aquí era considerada como bendición divina una larga vida.
* Y uno de los grupos más influyentes del judaísmo,
los saduceos, rechazaban también tenazmente sólo la idea de una resurrección.

Judíos “modernos” e ilustrados seguían también el ideario helenístico del ambiente pagano de su tiempo.
Aquí se diferenciaba entre el cuerpo material-mortal del ser humano
y su alma espiritual-inmortal.
Quizás en los discípulos se mezclaban estas representaciones dualistas
con la fe en los espíritus transmitida, cuando Jesús en este día de Pascua caminó entre ellos.
Por eso se espantaron profundamente y
quedaron atrapados por el temor,
de ver ante ellos a un espíritu.

Tales temores actúan entre los cristianos también hasta hoy.
¡¿Quién va por la noche con gusto a un cementerio?!
¿Podemos ser tan ilustrados,
cuando nos sobrecoge el temor en un obscuro cementerio ante encuentros con “espíritus de muertos”, con “pobres almas”.

Tampoco tales temores nos conmueven sólo por los restos de la fe pagana en los espíritus.
También aquí actúa más bien el enorme influjo,
que ha ejercido el dualismo del pensamiento helenístico y que aún ejerce.
Nosotros “tenemos que agradecer” a este dualismo la representación de un alma inmortal,
que continúa viviendo después de la muerte del ser humano,
mientras que la resurrección (del cuerpo)
se ha desplazado al “último día”,
al final de este tiempo terrenal.

Asombrosamente ante tales representaciones
está ahora en mis ojos lo siguiente:
Evidentemente en el pasado muchos teólogos estuvieron tan fascinados por la imagen humana de Platón y sus alumnos,
que hicieron difícil la lectura de los testimonios
de resurrección del Evangelio con ojos bíblicos.

La imagen humana bíblica es –a diferencia de la imagen humana helenística –
totalmente integral;
se podría decir en nuestro modo de hablar actual
que la imagen bíblica del ser humano es “personal”.
Cuando un ser humano muere,
entonces muere, según la idea bíblica,
todo el ser humano.
La Sagrada Escritura no conoce ninguna continuación de la vida de un “alma inmortal”.
La Biblia toma la muerte verdaderamente en serio, como la radical ruptura de esta vida.
Expresado de otra forma:
Con la muerte el tiempo de la vida humana ha expirado.

Con este fondo, el acontecimiento de Pascua abre una dimensión completamente nueva.
En la resurrección, Dios crea al hombre nuevo.
Le crea para una vida nueva-
no en el tiempo, sino en la eternidad de Dios.
Esta eternidad no es un tiempo prolongado hasta lo infinito,
sino algo muy diferente al tiempo,
algo irrepresentable para nosotros,
aquí nuestras representaciones del tiempo son absolutamente ciertas.
Por consiguiente, para nosotros hay solo un “después de la muerte”,
que nosotros vivimos aún en el tiempo.
Para los resucitados por Dios no hay ningún después,
sino sólo un eterno “ahora”.
Por el contrario “muerte” y “resurrección” y “último día” coinciden desde la perspectiva de la eternidad de Dios.

Ahora merece la pena,
El Evangelio de Pascua de este domingo
leer otra vez de nuevo.
El Resucitado, o digamos mejor:
El que ha despertado a la gloria de Dios
ha salido del espacio y del tiempo.
Esto se puede expresar por las personas que están “parcialmente” en el espacio y el tiempo
sólo de forma gráfica y en lenguaje análogo:
El Resucitado pasa por las puertas cerradas.
Él está “al mismo tiempo” aquí y allí:
* se aparece a las mujeres en la tumba vacía;
* Él acompaña a los dos discípulos en su camino hacia Emaús;
* presurosamente de regreso a Jerusalén, se enteraron de que Él también se había aparecido a Simón.
* Y ahora se coloca en medio de ellos.
No se necesita poner todas las apariciones del Resucitado afanosamente en una sucesión temporal:
¡Él es independiente del espacio y del tiempo!

Y, sin embargo, Él no es ningún “espíritu”:
* Él se deja tocar.
* Le ven con “carne y huesos”.
* Él come un trozo de pescado asado ante su vista.
* Él insiste en una consideración integral del ser humano.
Él muere en “cuerpo y alma”.
Pero también es resucitado totalmente a la nueva vida pascual.

Pero, al mismo tiempo, este hombre “nuevo” pascual es el hombre “viejo”,
Al que Sus amigas y amigos conocen por muchos acontecimientos vividos juntos:
* Como siempre los saluda con el saludo familiar “¡la paz sea con vosotros!”.
* Les muestra Sus manos y Sus pies:
Las heridas de Su vida no han “des-aparecido”.
Es Él verdaderamente- Él, el Crucificado.
* Él une de un modo familiar para ellos lo que
 Él siempre ya ha dicho y hecho:
Él les enseña, Él desarrolla para ellos la Escritura;
Él los manda como testigos de lo que han visto, vivido y oído.

Por medio de esta nueva mirada sobre el relato pascual, se convierte para mí verdaderamente en mensaje alegre y generador de alegría.
Pienso en la palabra de Pablo:
“Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos como el primero de los que durmieron”
(1 Cor 15,20).
Esto significa:
* Nosotros mismos somos llamados por Dios a seguir a Cristo-
no solo en esta vida, sino también en Su nueva vida en la eternidad de Dios.
* Nosotros resucitaremos con Él con todo lo que somos y lo que nos hace personas,
por consiguiente –dicho de una forma tradicional-
“con cuerpo y alma”.
Más aun: Llegaremos a ser nosotros mismos.
* No sólo Le reconoceremos a Él como es,
sino también a nosotros mismos y mutuamente.
Por consiguiente, nos volveremos a ver y
a reconocer.
A causa de este Evangelio creo también en esto,
aunque no esté expresamente en la enseñanza de la Iglesia.
* Y es muy importante para mí:
Todas las heridas y llagas de esta vida
y todas las fatigas, cargas y decepciones,
que nos han marcado en esta vida,
no serán sencillamente suprimidas y olvidadas.
Forman parte esencial de nosotros mismos y serán “transformadas”
en la Resurrección por el amor de Dios Creador,
que dice de Sí mismo:
“¡Ved que Yo hago todo nuevo!” (Ap 21,5)
Amén.