Homilía para el Domingo Cuarto
del ciclo pascual (B)
3 Mayo 2009
Lectura: Hch 4,8-12
Evangelio: Jn 10,11-18
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Probablemente todos ustedes conocen
el cuento del enano saltarín:
“¡Ah qué bien que nadie sabe
que me llamo el enano saltarín!”

Continuamente asoma este motivo
en cuentos y leyendas:
Espíritus, demonios, duendes y magos
no quieren que se conozca su nombre.
Saben que el nombre es más que
una pura designación externa,
más que un número de registro.
El nombre responde del ser,
de la persona que lleva ese nombre.
Quien conoce el nombre,
conoce al portador del nombre.
Quien conoce el nombre,
recibe por medio de este saber
poder sobre él eventualmente.
De ahí el temor de los demonios
a que su nombre sea conocido.

Esta conexión es válida también
en el sentido moderno, transmitido:
Si yo conozco por su nombre un problema,
un peligro, incluso a menudo una enfermedad,
por consiguiente, la esencia de la amenaza,
ya tengo en la mano la clave para
la solución del problema.
Sobre este fondo, yo puedo comprender mejor,
lo que significa que Dios revele a Moisés
y a Su pueblo de Israel Su Nombre:
“Yahwe” – “Yo-estoy-aquí” –
“Yo-estoy-aquí-para-vosotros”. (Ex 3,14)
Dios no sólo se legitima con este Nombre;
antes bien, Él se da a conocer.
Con la mención de Su Nombre,
Él se pone en las manos de Su pueblo
y se define a Sí mismo como
el Dios de la cercanía amorosa y cuidadosa.

En Su Encarnación, Dios se revela,
por así decirlo, “evidentemente”
como el Dios de la cercanía y del amor.
Y, por otra parte, Él expresa con el Nombre como desea ser llamado como Encarnado:
Jesús – “Dios es la salvación” – en referencia a
“El Señor ayuda”.
Jesús ha vivido este significado de Su Nombre-
hasta el encuentro totalmente individual
con el ser humano concreto:
con enfermos y “posesos de los demonios”,
y con los “pequeños” y los pobres.
Después de Pascua, sus discípulos también curan en el Nombre de Jesús –
lo hemos escuchado en la Lectura.

A través de toda la historia de la Iglesia,
en el nombre de Jesús Sus discípulas y discípulos se han puesto siempre al servicio
de los enfermos y de los pobres.
Hasta el día de hoy, el servicio a los pobres
y a los enfermos en nuestra sociedad
se remonta a que los cristianos en el nombre de Jesús han practicado “Caritas” y han cuidado a los seres humanos.
Con este fondo podemos comprender muy concretamente y de forma nueva la trascripción del nombre de Jesús –“Salvador” -.

No menos significativo es el mensaje de la Sagrada Escritura de que nosotros mismos somos llamados por Dios por nuestro nombre único y muy personal (Is 43,1),
que Él ya en el seno de nuestra madre nos ha nombrado (Is 49,1).
También Jesús invita así a Sus discípulos:
“Alegraos porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.” (Lc 10,20)

¡No somos meros números!
¡Somos sencillamente ejemplares del linaje humano!
¡Llevamos un nombre muy individual de Dios!
Y esto es el alegre mensaje del Evangelio de hoy:
Jesús, el “buen Pastor”
¡y éste es un título del propio Dios! –
Jesús, el buen Pastor, nos conoce a cada uno
de nosotros en particular muy personalmente
por el nombre:
“Yo soy el buen Pastor; yo conozco a los Míos y los Míos me conocen a Mí,
como el Padre me conoce y Yo conozco al Padre.”
Ya se dice pocas líneas antes del párrafo que hemos leído en el Evangelio de hoy:
”El (buen Pastor) llama a las ovejas que Le pertenecen individualmente por su nombre 
y las conduce (al pasto).” (Jn 10,3).

Esto es válido no sólo para nosotros que nos confesamos cristianos, sino fundamentalmente para todo ser humano de este mundo:
“Yo tengo otras ovejas” dice Jesús,
“que no están en este establo;
también a ellas las tengo que conducir
y ellas escucharán mi voz;
entonces habrá un solo rebaño y un solo Pastor.”

Quien esté un poco familiarizado con los Salmos,
recordará espontáneamente el Salmo 139:
“Señor, Tú me sondeas y me conoces.
Si me siento o me levanto, Tú lo sabes.
De lejos conoces mis pensamientos...
Tú me rodeas por todas partes
y pones tu mano sobre mí.
Demasiado maravillosa para mí es tu sabiduría,
demasiado elevada, yo no la puedo comprender.”

No se puede comprender este íntimo conocimiento de Dios sobre todo
si lo hacemos consciente:
Este “conocimiento” es totalmente “conocimiento amoroso”.
Jesús usa la misma palabra para “conocer”,
que también designa la más íntima unión
del hombre y la mujer (Lc 1,34).
Este “conocer” del buen Pastor culmina
en la insuperable consecuencia:
“Yo doy mi vida por las ovejas.”

Que esto ciertamente no son palabras vacías,
lo celebramos en estos días pascuales:
“El Resucitado es el buen Pastor.
Él da Su vida por las ovejas.
Él ha muerto por Su rebaño. Aleluya.”
Esto se dice en el versículo de la Comunión de la liturgia pascual de hoy.

También éste es el mensaje de la Resurrección:
Nosotros somos abrazados día tras día por la donación amorosa, muy personal y salvadora
del Resucitado:
* Él nos conoce.
* Él está cerca de nosotros.
* Él nos acompaña en todo nuestro caminar.
* Nosotros podemos llamarle por Su Nombre:
Dios-con-nosotros, Dios mío, mi Jesús, mi Salvador.
* Él nos da Su Nombre:
Curando, consolando alentando,
tanto si nosotros lo percibimos ahora como si no lo percibimos.

Amén.