Homilía para el Séptimo Domingo de Pascua
24 Mayo 2009
Tema: “Entre la Ascensión y Pentecostés” - Experiencias del “entretiempo”.
Lectura: 1Jn 4,11-16
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Este séptimo domingo de Pascua está entre la Ascensión y Pentecostés.
Estos intervalos de tiempo
– a veces son sólo momentos breves-
son de algún modo tiempos especiales:
* son a menudo tiempos de indecisión,
* con frecuencia tiempos cargados de tensión,
* también tiempos de crecimiento –
* en todo caso tiempos pronunciadamente atrayentes.

El tiempo del crepúsculo nocturno
era en mi niñez un tiempo atrayente.
Era el tiempo “entre el día y la noche”.
La luz del día ya no era suficiente para el trabajo;
por motivos de ahorro era demasiado pronto
para encender la luz.
Entonces sencillamente se hacían reuniones
“entre el día y la noche”,
se descansaba un poco, se hablaba sobre el día
o alguien contaba una historia.
Yo recuerdo con gusto tales momentos.

Todos ustedes conocen momentos
entre el llorar y el reír.
La mayor parte de las veces se trata de situaciones bastante tristes,
pero, sin embargo en ellas puede darse un momento cómico,
o éstas miradas más precisamente
también tienen una parte satisfactoria.
Es hermoso cuando al final vence la sonrisa;
y todos liberados con esta sonrisa
pueden ponerse de acuerdo

Sentarse entre dos sillas puede ser
una verdadera provocación;
o también quedarse atrapado entre dos plantas
en un ascensor.

Un proceso de maduración sucede
en el estadio intermedio entre oruga y mariposa.
Si nosotros, como observadores,
nos tomásemos tiempo para ello
sería muy palpitante ver
qué clase de mariposa sale de la poco vistosa crisálida
y con qué esplendor finalmente se “infla”.

Las discípulas y los discípulos de Jesús experimentan entonces en Jerusalem entre la Ascensión y Pentecostés un tiempo muy existencial y en substancia un tiempo de inseguridad
y también un tiempo de crecimiento interior.
Ellos hicieron experiencias
* entre el abatimiento y la esperanza,
* entre recuerdos conmovedores de Viernes Santo
y encuentros consoladores después de Pascua,
* entre la tristeza y la confianza.

Y experiencias enteramente comparables también las conocemos nosotros:
*entre fe y escepticismo,
*entre el sincero deseo de creer
y el no poder creer a veces.

Me parece que nosotros podríamos aprender
de las discípulas y discípulos de Jesús
en tales situaciones de “intervalo”.
De ellos se dice expresamente en
los Hechos de los Apóstoles:
“Ellos permanecían (durante este tiempo)
unánimemente en oración” –
y ¡no cada uno por sí solo sino juntos!

Por consiguiente, ellos encuentran fuerza, consuelo y esperanza,
por una parte en su orientación al Dios de Jesucristo,
que Él había denominado “Mi Padre y vuestro Padre, Mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17).
Pero, por otra parte, no debiéramos infravalorar
el potencial ayudador de unos con otros
y de la comunidad:
*Dialogar juntos, en la inseguridad “entre dos sillas”.
*¡Pero también orar juntos!
*¿Cuándo oramos ya muy privadamente entre cónyuges, en la familia y entre buenos amigos?
Es muy enriquecedor recordar con los discípulos de Jesús, Sus palabras:
“Todo lo que dos de vosotros pidáis juntos en la tierra, lo recibiréis de Mi Padre celestial.
Pues donde dos o tres estén reunidos en Mi Nombre, Yo estoy en medio de ellos.” (Mt 18,19 ss).

La segunda Lectura nos da una indicación posterior:
“Dios es amor y quien permanece en el amor,
permanece en Dios y Dios permanece en Él.”
En la oración creyente de este texto,
podemos reconocer:
No depende de nuestro hacer, de nuestro trabajo.
Más bien somos introducidos en el campo de fuerza
del amor de Dios.
Este campo de fuerza del amor divino, nos influye,
nos orienta continuamente de forma nueva,
nos carga de energía y nos mueve, aproximadamente como nos muestra aquel ensayo con briznas de hierro
en un campo magnético, que recordamos probablemente la mayor parte de nosotros de la clase de física.
Continuamente se dice en la Lectura de la
Primera Carta de Juan:
“En esto conocemos que nosotros permanecemos en Él y Él permanece en nosotros:
Él nos ha dado Su Espíritu” –Su Espíritu de amor.
Mientras las discípulas y los discípulos de Jesús
en este entretiempo esperan el don del Espíritu prometido,
nosotros tenemos la certeza en la fe:
En el Bautismo y en la Confirmación
ya se nos ha dado este santo Espíritu.
Cuando nos hacemos conscientes de este don
al prestar atención a la Lectura,
entonces nos confrontamos con un intervalo más amplio de nuestra vida:
Nos movemos, por una parte, entre el Sacramento
del Bautismo y de la Confirmación,
por medio de los cuales ya se nos dio el don del Espíritu
y, por otra parte, en un ir estando realizados por el Espíritu
durante una vida que lo abarca todo por la fe.

También para esta situación intermedia
que abarca todo el tiempo de nuestra vida,
es enriquecedora una mirada sobre las discípulas
y los discípulos de Jesús:
La oración conjunta y el intercambio confiado
entre unos y otros, condujo a un resultado decisivo:
Se abrieron en sus “tiempos intermedios”
más y más al don del Espíritu.
Finalmente fueron verdaderamente receptivos a
 Pentecostés.
Las puertas cerradas –no sólo de la casa
en la que permanecían,
sino más aún las puertas de sus corazones
se abrieron por medio del Espíritu que arremete.
Cómo desapareció su abatimiento y temor.
Plenificados por el fuego del Espíritu –
verdadera y literalmente “entusiasmados”,
se colocaron ante la multitud asombrosamente-escéptica
y la boca de ellos rebosaba aquello de lo que su corazón estaba lleno – arrastrando y convenciendo.
Lo que decían tocó a las gentes “en medio del corazón”.
Sólo “en este día se añadieron (a su comunidad)
 aproximadamente treinta mil personas.” (Hch 2,41).

Nuestra disposición para dar testimonio de nuestra fe
es también hoy un criterio de
si y hasta qué punto nos dejamos verdaderamente   plenificar en este intervalo por el Espíritu de Jesucristo,
si y hasta qué punto verdaderamente despertamos a la vida.

Cuanto más vivamos en la vida diaria el Bautismo y
la Confirmación,
también tanto más seguros podremos tratar con aquellos intervalos existenciales
que finalmente a todos nosotros nos interpelarán:
* aquel momento entre la vida y la muerte,
en el que esta vida aquí encuentra su final
y esperemos que también su realización;
* y finalmente el tiempo entre la muerte y el “Juicio”:
Pueden ser también sólo “instantes”,
pero en todo caso los instantes decisivos
de nuestra existencia.

Cuanto más nos abramos al Espíritu de Dios,
tanto más confiados nos podremos abandonar
finalmente al amor de Dios.

Amén.