Homilía para el Domingo de Ramos (B)
5 Abril 2009
Lectura: Flp 2,6-11
Evangelio: Mc 11,1-10
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Las personas que aclaman a Jesús,
todavía no saben
que andan totalmente equivocadas!
Y, al mismo tiempo, saben aún mucho menos
lo que celebran y por qué lo celebran con razón.

Su actual motivo de júbilo
es su esperanza en un rey del pueblo,
en un nuevo David.
Le aclaman porque ellos
han experimentado Sus signos y milagros,
porque ellos han comido de la multiplicación de los panes y han quedado saciados.
Quizás también recuerdan la promesa del profeta Zacarías:
“¡Exulta, hija de Jerusalem!
Mira que viene a ti tu Rey.
Es justo y ayuda; humilde y montado en un asno,
en un pollino, cría de asna.” (Zac 9,9)
Zacarías dice de este Rey,
que destruye los carros de combate y las armas de guerra,
que anuncia la paz para los pueblos.

Es muy natural pensar en todas las esperanzas llenas de júbilo,
que unieron a innumerables personas no sólo en América
con la elección del nuevo presidente Obama.

Y, sin embargo, las personas –podrían no haber sido demasiadas–
han interpretado mal
lo decisivo en la entrada de Jesús en Jerusalem.
De acuerdo en que nosotros hablamos hoy fácilmente:
La inmediata experiencia de la vida pública de Jesús
verdaderamente no la tenemos,
pero a diferencia de las personas de entonces,
a diferencia también de los discípulos de Jesús de entonces,
sabemos cómo continúa la historia.
Sabemos de la catastrófica huída del Gólgota,
a diferencia también de los discípulos de Jesús de entonces
podemos interpretar el acontecimiento de Pascua
y esto por la fuerza del Espíritu de Pentecostés.

Además hoy hemos escuchado en el domingo de Ramos,
la historia de la entrada de Jesús en Jerusalem
con el fondo de aquel antiguo canto bautismal,
que Pablo nos ha transmitido en la Carta a los Filipenses.
También aquí se habla de aquella humildad
que Zacarías atribuye a la promesa
del Príncipe de la Paz.
Pero esta “humildad” separa al Cristo de Pablo
mucho más radicalmente de los “soberanos de este mundo”
que la promesa de Zacarías.

En el Canto de Cristo de la Carta a los Filipenses
no se trata de una modestia “moral”.
Aquí se trata del modo de ser de Dios mismo en este mundo,
que se desprendió y fue como un esclavo-
totalmente igual a los seres humanos
hasta en la última obscuridad de la muerte,
incluso de la espantosa muerte en Cruz.

Aunque Jesús se hubiera esforzado tanto
en preparar a Sus discípulos para esta hora,
en este momento del domingo de Ramos,
no podían figurarse lo que en realidad sucedió.

También la comunidad postpascual de los primeros cristianos,
busca continuamente una respuesta a la pregunta opresiva,
de por qué Jesús tuvo que llegar a la muerte de modo tan terrible.
Y ¿no nos oprime a nosotros continuamente esta pregunta?
Esta muerte ¿no significa verdaderamente el fracaso
de todo lo que Jesús anunció y vivió?
“Nosotros anunciamos a Cristo como el Crucificado-
escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles.” (1 Cor 1,23)
¡Recuérdenlo!

No sólo los evangelistas que nos atestiguan
la Pasión y Muerte de Jesús,
sino también Pablo, que lo interpreta desde la fe pascual-
confían en las experiencias de fe del Primer Testamento:
Saben que incluso allí donde las personas subjetivamente causan desgracia
y donde la promesa parece estar definitivamente muerta,
incluso allí, el poder de Dios de ningún modo termina.
Dios puede ofrecer vida incluso en la muerte,
Él puede incluso en los más profundos abismos de la maldad humana dar sentido.

Así podemos comprender como mínimo a los discípulos de Jesús:
Tampoco en la muerte de Jesús se le ha escapado de las manos la historia de los seres humanos.
Jesús mismo ha permanecido fiel a Sí mismo y a Su misión divina.
En la experiencia de la mañana de pascua
se confirma lo que el pueblo de Dios ha experimentado continuamente en su historia de salvación.

Esta antiquísima, si bien a menudo atacada fe,
llega a Pascua en una insuperable realización
y encuentra hasta hoy su válida expresión
en este magnífico canto a Cristo:
“Por lo cual, Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en el abismo,
y toda lengua confiese: Cristo Jesús es el Señor –
para gloria de Dios Padre.”

De este modo podemos en los días venideros
-ya enteramente durante la Semana Santa-
cantar llenos de la alegría pascual:
“¡En la Cruz está la salvación,
en la Cruz está la Vida,
en la Cruz está la esperanza!”

Amén