Homilía para el Tercer Domingo de Cuaresma (B)
15 Marzo 2009
Lectura: Ex 20,1-17
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Sobre la llamada proclamación del decálogo en el Sinaí, cuyo núcleo son los “Diez Mandamientos”,
que hemos escuchado en la primera Lectura,
hay una caricatura magnífica:
Moisés baja con las dos tablas de la Ley de piedra.
En su comitiva toda una legión de portadores,
bajo el peso de los libros con innumerables “decretos de aplicación”, van claramente
más inclinados que Moisés bajo el peso de las tablas de piedra.

Esta caricatura caracteriza muy adecuadamente la diferencia entre el modo de pensar del antiguo Israel
y nuestra época moderna e ilustrada.
El pensamiento bíblico está unificado.
Conoce el centro de la existencia humana
y la esencia interior del ser humano.
El ser humano es creado por Dios a Su imagen
y semejanza.
De ahí resulta su autocomprensión.
De ahí resulta la orientación fundamental de su vida.
De ahí resultan consecuencias filantrópicas para su actuar.
Las instrucciones concretas de actuación no son entendidas como limitación, como mandamientos y prohibiciones pesadas,
sino como orientaciones para una vida acertada,
cuya meta es llegar a ser lo que somos:
Seres humanos en el sentido de aquel que nos ha creado.

Nuestro problema es:
El lenguaje de la Biblia se nos hace difícil de comprender.
La palabra “Ley” en el sentido de la tradición bíblica,
tendría que ser traducida hoy
por “instrucción” u “orientación”,
más exactamente por “instrucción para una vida realizada”.
Por el contrario, la palabra “Ley”
significa, según nuestra comprensión actual,
un conjunto de artículos, de prescripciones y prohibiciones positivistas.
“Positivista” significa:
Estas prescripciones son fijadas por seres humanos
-más o menos según consideraciones de utilidad-,
para configurar de forma soportable, como mínimo hasta cierto punto, la vida en común.

Cada vez que la vida en común es perturbada sensiblemente,
-como p.e. en este momento por el estremecedor amok en Winnenden-
se pone en marcha la discusión sobre nuestras leyes:
¿Tendría que haber nuevos reglamentos?
¿Tendrían que complementarse los vigentes, precisarse o endurecerse?
Además en Alemania hay que añadir la inclinación perfeccionista de cerrar todas las fuentes,
si en una de ellas se cuela un niño.

Yo pienso que en las circunstancias dadas,
una comprensión de la ley positivista
es absolutamente oportuna.
Poner las leyes continuamente en cuestión
y mejorarlas según las posibilidades.
Por ejemplo es insoportable que nuestra ley vigente sobre armas
- y más aún en América -
esté acuñada por el influjo del lobby de armas.

Pero soy de la opinión
de que todo trato de arreglo positivista de las leyes
finalmente termina en una cura de los síntomas.
¡El positivismo jurídico no está en situación
de curar la “enfermedad” de nuestra sociedad
desde las raíces!.
Sería un proceso de curación de nuestro verdadero deseo,
para lo cual deberíamos volver a reflexionar sobre la comprensión de la ley bíblica
y sobre su núcleo y fundamento:
Una imagen del ser humano comprendida desde Dios.

Con el segundo plano actual de lo sucedido en Winnenden -
se ilustra el ejemplo de la violencia desbordada.
¡Aquí no se trata de un caso único!
Diariamente la violencia crece como un carcinoma en esta sociedad:
En las familias, en el patio de la escuela,
en los llamados “juegos”, en la calle,
este año de forma alarmante también en
el Carnaval de Colonia
y no por último en los medios de comunicación.

Ahora es falso afirmar,
que todos estos escenarios de violencia son típicos de nuestro tiempo.
Por el contrario: una violencia así impregna ya el comienzo de la historia de la humanidad.
Y en pecado original en el paraíso se trata del “poder”.
Y el asesinato fraterno de Caín documenta
el mal uso del poder por medio de la violencia.
También en el mismo capítulo del libro del Génesis
expone Lamech, un descendiente de Caín, su concepto de la vida como un ejercicio de violencia sin fronteras:
“Sí” dice él “yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí.
Caín será vengado siete veces,
mas Lamek lo será setenta y siete.” (Gn 4,23 s)

Sólo dos capítulos después se trata de la catástrofe del “diluvio universal”.
Según la interpretación de la Sagrada Escritura esta catástrofe es la consecuencia del desbordamiento de la violencia en esta tierra
También se manifiesta de nuevo la violencia que menosprecia al ser humano en la venta de José
por sus hermanos a la esclavitud
y después en Egipto en la esclavización de todo su linaje.
Dios libera a Su pueblo de la “esclavitud de Egipto”
y después le da la Ley del Sinaí, la Torá,
orientación para una vida humana en común.
Aquí no están en primer término las disposiciones particulares.
En los “Diez Mandamientos” se trata de la violencia de forma extremadamente sucinta en el quinto mandamiento:
“¡Tú no debes asesinar!”
A este (y a otros) mandamientos particulares
se antepone un texto detallado sobre la relación de los seres humanos con el Dios liberador,
por consiguiente, con el Dios amoroso de Israel,
cuya esencia es liberar a Su pueblo y a los seres humanos en suma de las redes de la violencia.
¡Desde aquí se entiende todo de otra forma!

Como después del amok de Erfurt,
presenciaremos ahora de nuevo infinitas discusiones  sobre las conclusiones de Winnenden.
Se tratará de detalles jurídicos, pedagógicos, psicológicos y de otros mil.
Sólo lo esencial no tendrá esta vez ninguna posibilidad
si nosotros como cristianos no respondemos de ello de forma inequívoca.

Se necesita el “hilo rojo”,
que ata los detalles en una totalidad.
Se necesita el fundamento que apoya las muchas medidas individuales posibles
y esto debía ser para algo más sólido
que el “fundamento” de la construcción del metro de Colonia,
¡en la que no todo ha salido bien!

¡Quien quiera ofrecer un fundamento convincente fuera de la tradición creyente cristiano-judía, debe hacerlo!
En esto yo no puedo servir de ayuda.
Yo sólo puedo confiar e insistir en que 
nuestra fe puede poner un fundamento milenariamente probado, ciertamente también repetidas veces deteriorado por “la chapuza en la construcción”.
En nuestra sociedad sería un reto urgentemente necesario para este fundamento de su propia historia;
en nuestra Iglesia –y esto significa en nosotros mismos – sería al mismo tiempo preciso delimitar
“la chapuza en la construcción” de este fundamento hasta el punto en que sea posible.

Amén.