| Homilía para el Quinto Domingo de
Cuaresma (B) 29 Marzo 2009 | 
| Lectura: Hb 5,7-9 Evangelio: Jn 12,20-33 Autor: P. Heribert Graab S.J. | 
| Ya desde el miércoles de
ceniza están tapadas las obras de arte de esta Iglesia – no –como de forma tradicional- con paños de color violeta sino de colores naturales – adaptados al estilo de la Iglesia. Parece que están en primer plano los criterios estéticos. Pero la tradición litúrgica y pastoral de la Iglesia, ve en el ocultamiento una expresión de tristeza muda y de conmoción. El ocultamiento caracteriza el tiempo de Pasión: Sin palabras, profundamente tristes y conmovidos en lo más íntimo: * estamos ante la realidad de inimaginable violencia en este mundo; * dirigimos la mirada a la crueldad inhumana, que los seres humanos llevan a cabo unos contra otros; * hacemos realidad el antiguo conocimiento de rabiosa actualidad: ¡El hombre lobo para el hombre! Más aún: Dirigiendo esta inconcebible brutalidad contra los seres humanos, finalmente se dirige incluso contra el propio Dios. Lo que aún se conmueve en la verdadera humanidad, está indeciblemente confuso a la vista de esta realidad. Nuestra confusión busca una expresión –aunque insuficiente- en los ocultamientos del tiempo de Pasión y sobre todo en la liturgia de la Semana Santa. Luchamos siempre de nuevo por hallar respuestas a la cuestión existencial de la Pasión y de la Cruz. A veces hemos intentado –como los judíos de entonces– pedir “signos” de Dios. Quizás buscamos también –como los griegos de entonces– respuestas concluyentes en el sentido de la “sabiduría del mundo”. Y mientras nosotros mismos estamos conmocionados por la Pasión y muerte hallamos algo así como una respuesta también en lo estético. Por el contrario la fe nos remite a “Cristo como Crucificado” – para la mayoría de las personas, también de nuestra época, un “escándalo” o sencillamente necedad que clama al cielo. (Cf. 1 Cor 1,22s) ¿Hasta qué punto puede decir Pablo en serio que Jesucristo precisamente como Crucificado es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” para los llamados? (Cf. 1 Cor 1,24) Nadie quisiera ser llevado a muerte tan brutal como lleva consigo una crucifixión- ¡tampoco este Jesús de Nazareth! ¡Y hubiera habido alternativas para Él! Naturalmente Él en el último momento hubiera podido retractarse, hubiera podido abandonar el camino seguido, aguar Su mensaje o salir fuera del país. ¡Entonces hubiera salvado la vida! Pero ¿a qué precio? Hubiera traicionado sus convicciones. Lo que él había dicho y hecho hasta entonces, toda Su vida –todo hubiera sido en vano. Hubiera sido una derrota del amor – de aquel amor que Él personificaba como ningún otro. Los poderes de este mundo habrían vencido. Jesús se decidió – y ciertamente con temblores y miedo, orando “entre gritos y lágrimas”, Se decidió a permanecer fiel a Sí mismo y a Su misión. Toda Su vida respondió al Nombre de Dios “Yo estoy aquí”. Por este Nombre se decidió en la obscura noche en el monte de los Olivos: “¡Yo estoy aquí!” Este Nombre, Dios mismo, debía confirmarse por las personas en desesperación y trance de muerte, por las víctimas de la injusticia, violencia y brutalidad. Por todos ellos, Él decidió ser el grano de trigo que cae a la tierra y muere, pero que ciertamente da mucho fruto y contribuye a la plenitud de la vida como ruptura. Ciertamente esto quiere decir la Carta a los Hebreos cuando escribe: Él ha aprendido “obediencia” por el sufrimiento – Por consiguiente “obediencia” en el sentido de “fidelidad a Sí mismo y a Su misión”. Así Él logró la “perfección” y se convirtió para este mundo en “Autor de la salvación”. Desde la perspectiva de abajo, desde la mirada de toda la humanidad a su caída en la muerte, se puede hablar en lugar de la palabra “obediencia” también de “solidaridad”: En Su Pasión y en Su muerte en Cruz Jesús se expone con nosotros al camino de la obscuridad última y aparentemente sin salida de la Pasión y la muerte, Para, por medio de esta obscuridad, llevarnos consigo a la Luz de la mañana pascual que despunta. Un número inimaginable de personas están en búsqueda de alguien que las pueda comprender en su sufrimiento y acompañar en su difícil camino. En el Crucificado tienen su sitio en Dios sufrimiento, dolores, soledad, tienen su sitio en Dios lágrimas, súplicas y gritos. Más aún: En Cristo, Dios por medio de la muerte regala nueva vida, una perspectiva llena de esperanza. Aún un último pensamiento: Del Evangelio yo saco un reto de Jesús, un reto contra toda capitulación ante la obscuridad. “Sí”, dice Jesús, “ahora mi alma está estremecida. Pero ¿puedo decir: Padre, líbrame de esta hora? ¡No! Pues he venido en esta hora, para que la gloria pascual-resplandeciente de Dios se haga evidente. Por ello: Padre, ensalzo Tu nombre!” Amén |