Homilía para el Tercer Domingo
del tiempo pascual
- 18 Abril 2010
Lectura: Hch 5,27-32
Evangelio: Jn 21,1-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Estos domingos posteriores a la Pascua todavía son llevados por el Aleluya jubiloso y pascual.
Sin embargo y al mismo tiempo, las Lecturas de hoy
cambian enteramente a un tono muy serio.
Nos vuelven a colocar sobre el suelo de la realidad dura y diaria:
El Evangelio nos confronta para que el Resucitado sea reconocido sólo con los ojos de la fe,
como sucedió ya entonces con los primeros testigos.
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la resistencia,
con la que chocó el mensaje pascual desde el principio.
Y otra vez el Evangelio:
La resistencia, con la que choca el mensaje de la Iglesia ¡tiene su fundamento en la propia Iglesia!

En primer lugar ¡contemplemos el Evangelio un poco más de cerca!
La conmoción del Viernes Santo sigue actuando.
Los primeros encuentros con el Resucitado
verdaderamente todavía no han “llegado”.
Nada es ya como antes,
cuando iban de un lugar a otro con Jesús
y Él estaba en el centro de ellos de forma permanente.

En estos días de Pascua Le experimentaron en la fe-
al menos aquí:
* en la tumba, cuando la misma María de Magdala
no Le reconoció, aunque Él era tan familiar para ella;
* después, cuando de repente, se puso en medio de ellos, a pesar de las puertas cerradas;
* o en el camino de Emaús –
también aquí Le reconocieron en la fracción del pan,
cuando Él ya había desaparecido de su vista.

Encuentro pascual con Jesús –sí–
¡pero de forma diferente a antes de Su muerte
en la Cruz!
¡Comunidad pascual en la fe!

¿Cómo se puede continuar ahora?
Pedro toma la iniciativa: ¡Voy a pescar!
Por consiguiente, en primer lugar se da el intento
de volver a la vida diaria con la que estaba familiarizado.

Esta vida diaria –¿quién de nosotros no la conoce? –
resulta sumamente frustrante:
redes vacías, corazones vacíos…
Él había dicho que ellos deberían ser pescadores.
¡Ser pescadores también debía ser
a través de los siglos hasta el día actual
nuestra misión como cristianos!
Pero en la Iglesia de Jesucristo se da continuamente la misma frustración:
Iglesias vacías,
sólo cuatro gatos en los actos parroquiales,
cada vez más fugas de la Iglesia,
y tanto más: ¿quién nos quiere escuchar ya
en esta sociedad?
Con frecuencia tienen la impresión profesionales como honoríficos en esta Iglesia:
¡también nosotros nos hemos matado tanto
-todo en vano!

El Evangelio hoy nos da un consejo:
¡Pescad en otra parte!
Expresado de otra forma:
¡Escuchad más atentamente lo que dice Jesús!
Y seguidle – aún cuando Él os parezca a veces un extraño y cuando lo que Él diga parezca contradecir vuestras experiencias.

Creer significa ponerle en el punto crucial de toda la vida y poner toda la confianza en Él por entero.
Sus discípulos hacen esta experiencia al amanecer en el lago de Genesareth.
Pero sobre todo experimentan:
Cuando nos abandonamos en Él con una fe confiada
entonces somos obsequiados con largueza-
no sólo con una abundancia de peces inimaginable.
Somos obsequiados –como los discípulos en el lago–
más aún con Su cercanía amistosa,
que ofrece calor y seguridad.
De ello responde el fuego que calienta,
que ya arde en la orilla,
y una comida con pan y pez,
que Él ya ha preparado.
De ello también responde el feliz reconocimiento: ¡Es Él!
Esto no tiene ya ni siquiera que expresarse:
Precisamente el reconocimiento es
Su evidente regalo –
entonces para los discípulos y también hoy para nosotros.

Y aún otro regalo tiene preparado este Evangelio –
para los discípulos y también para nosotros:
¡El éxito no lo podemos ni lo tenemos que “conseguir” nosotros!
Pero: ¡Podemos colaborar con lo nuestro!
“Traed los peces que habéis pescado”, dice Jesús.

Una “gota de hiel” en nuestra alegría pascual
es la resistencia con la que a continuación choca nuestra alegría pascual.
Jesús había dicho: “Si el mundo os odia,
sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros.” (Jn 15,18)
¡Qué verdad! Los discípulos experimentan esto poco después de Pascua.
Y la Iglesia de Jesucristo ha experimentado esto
en todas las épocas de su existencia.
Hoy son perseguidos en el mundo a consecuencia de su fe alrededor de 250 millones de cristianos.
El 75 por ciento de todos los perseguidos por su religión ¡son cristianos!
Y nuestros medios apenas dan a conocer este hecho.

Aún peor y más hiriente es otro hecho,
con el que masivamente estamos de nuevo confrontados en estos días:
La Iglesia misma es cómplice la resistencia,
que ella provoca a veces directamente.
Con este fin otra vez una mirada al Evangelio:
¡Jesús construye Su Iglesia sobre seres humanos falibles!
Ya muy tempranamente Sus discípulos
se escandalizaron de Él:
“¡Lo que Él dice es inaguantable! ¿Quién puede escuchar esto?” (Jn 6,60)
Entonces Jesús se sintió forzado a preguntar:
“¿También vosotros os queréis ir?” (Jn 6,67)
Uno de Su círculo de amigos más íntimo
–Judas– Le traicionó más tarde.
Otro –Pedro– Le negó
–a pesar de todos sus juramentos de fidelidad–
por tres veces en la situación más difícil de Su vida.
Y precisamente a él –a este Pedro– Jesús le confía expresamente la tarea pastoral,
la especial responsabilidad para Su Iglesia
“¡Apacientas mis ovejas!”

Tres veces le había preguntado antes:
“¿Me amas?”
Pedro estaba profundamente avergonzado por su triple negación.
Pero él cumple su confesión:
“Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que yo te amo.”

Nosotros debiéramos recordar continuamente:
La Iglesia de Jesucristo es y permanece como una comunidad de seres humanos falibles y pecadores,
¡que es conducida por el amor de Jesucristo y
por el amor a Jesucristo!
Y esto tiene que tener consecuencias
para nuestras relaciones recíprocas –
¡sean o no comprendidas fuera!

Amén.