Homilía para la fiesta de Pentecostés
23 Mayo 2010
Lecura: Hch 2,1-11
Autor: P. Heribert Graab S.J.


¡Fuego bajo el tejado de la Iglesia!
¡Aviso de fuego!
¿Quién va a buscar a los bomberos?
El párroco se siente desamparado ante su iglesia en llamas.
Toda la parroquia está perpleja y como desconcertada.

Si se acordase sólo uno de las palabras de Jesús:
“He venido a arrojar fuego a la tierra;
¡y que quiero sino que arda!” (Lc 12,49).

Por consiguiente ahora se quema:
•    Los escándalos sacuden a la Iglesia hasta los fundamentos.
•    Incluso no puede uno fiarse de los Obispos.
•    En masa abandonan los católicos su Iglesia.

¡Fuego bajo el tejado de la Iglesia!
Espontáneamente experimentamos este fuego como catástrofe incendiaria,
como un acontecimiento destructivo
y llamamos a los bomberos.

Pero quizás tendría más sentido
echar una mirada a la Biblia
y dejar que afluyan los recuerdos:
•    Moisés lo experimentó cuando el Señor le llamó:
Entonces se le apareció un ángel sobre una zarza ardiendo (cf. Hch 7,30)
•    Al final de la Alianza en el Sinaí se relata:
“Todo el monte Sinaí humeaba,
porque el Señor había descendido sobre él
en el fuego.
El humo subía desde la montaña,
como el humo de un horno.
Toda la montaña retemblaba con violencia.”
(Ex 19,18)

Juan el Bautista se refiere a Jesús y dice de Él:
“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.”
(Mt 3,11)
Y hoy celebramos nosotros bautizados “con Espíritu Santo y fuego”, la aparición de Dios en el fuego y en la tormenta:
“De repente vino del cielo un ruido,
como el de una ráfaga de viento impetuoso,
que llenó toda la casa, en la que se encontraban.
Y se les aparecieron unas lenguas como de fuego…”
(Hch 2,2 s)

¡El propio Dios juega con fuego en Su Iglesia!
Más aún: Él sopla con fuerza en las pequeñas llamas
Y mueve las lenguas de fuego por medio de una tempestad impetuosa.
En Pentecostés, por tanto, se realiza el ansioso deseo de Jesús:
“He venido a arrojar fuego a la tierra;
¡y que quiero sino que arda!”

Hoy cantamos y oramos:
“El Espíritu del Señor lo realiza todo con tormenta y brasas…
El Espíritu del Señor ondea sobre el mundo,
poderoso e implacable;
donde cae Su aliento de fuego
está vivo el Reino de Dios.”

Pero nosotros hemos hecho unas representaciones muy “mansas”  del fuego del Espíritu de Dios:
•    Debiera ser un pequeño fuego inofensivo y muy animado en todo lo posible.
•    Debiera calentarnos en lugar de asustarnos.
•    Debiera ser un fuego de amor tierno y no un fuego de amor colérico y que produce sacudidas.

Pero Jesús habla con frecuencia de forma extremadamente amenazadora del fuego:
* Quien maldiga a su hermano,
“será reo del fuego del infierno.” (Mt 5,22)
* Él compara a los “falsos profetas”
- también a los responsables indignos de crédito
en la Iglesia de hoy-
con árboles, que no dan ningún buen fruto
y los amenaza, diciéndoles que serán
“talados y arrojados al fuego.” (Mt 7,19)
* También habla Jesús de la “cizaña”,
que el enemigo siembra entre el trigo.
Al final, será reunida y quemada en el fuego:
“El Hijo del Hombre enviará a Sus ángeles,
que recogerán de Su Reino a todos los que
han seducido a otros y han transgredido
la Ley de Dios,
y serán arrojados al horno,
en el que arde el fuego.” (Mt 13,41 s)
* Finalmente en el Juicio Final, el Hijo del Hombre se dirige a los que están “a Su izquierda” y les dice:
“¡Apartaos de Mí malditos,
id al fuego eterno preparado para el Demonio
y para sus ángeles!” (Mt 25,41)

Todas estas palabras amenazadoras no describen
bien entendido ningunos “hechos”.
Más bien se trata de amonestaciones pedagógicas:
¡Atención! No se trata sencillamente, ni hablar,
como en el Carnaval de Colonia:
“¡Vamos todos, todos al cielo!”

Cuando el Espíritu de Dios es representado hoy
con la imagen del fuego, debíamos tomar nota
sobre todo:
“del Fuego que purifica, del Fuego que transforma, del Fuego que crea algo nuevo.”

En primer lugar el Espíritu de Pentecostés provoca todo esto en nosotros de forma muy personal –
cuando nos abandonamos a Él,
en vez de estar en las musarañas:
* La “purificación” por medio del fuego del Espíritu
puede ser dolorosa;
pero nos libera de todas las impurezas
y de impedimentos embarazosos.
* Con toda “transformación” y bastante más
con la transformación en el sentido del Evangelio,
nos hacemos difíciles,
pero nos hará verdaderos como “personas”,
como personas dignas de crédito, convincentes, amorosas y alegres.
* Por consiguiente como personas “nuevas”,
que dejan tras de sí al “viejo Adam”
y se orientan hacia un futuro provechoso,
hacia el futuro de Dios.

Pero también para nosotros en conjunto
y para la Iglesia como totalidad,
se trata de purificación, transformación
y un nuevo modo de existir.
Los “escándalos” nos apestan.
Pero purificación, transformación y nuevo modo de existir por medio de la tormenta de Fuego del Espíritu de Pentecostés podría claramente ir más lejos:
* Aquí se ponen ante la mirada las estructuras de poder de la Iglesia.
* Aquí se trata del dominio de los hombres mayores.
* Aquí se pone en cuestión la imagen del sacerdote.
* Aquí se trata de la “administración” de los Sacramentos.
* Aquí hay que derribar el lastre de los siglos bajo diversas consideraciones.
*Aquí se abriría en aquella alegría que nosotros podríamos ofrecer como anunciadores del alegre Mensaje al mundo y a cada persona en particular.
* Aquí surge una Iglesia renovada completamente,
cuya fascinación actúa de forma atrayente y seductora.

¡Mantengamos abiertos los ojos y contemplemos a nuestro alrededor con “buenos ojos”.
Ahora descubrirán muchas cosas alentadoras.
Ustedes comprobarán: ¡El Espíritu de Dios está ya en obra!
¡Y pensamos que todos somos Iglesia!
¡Olvidemos a los bomberos!
¡No apaguemos el Espíritu!
¡Démosle más bien espacio!
Él tiene que poderse extender con fuego y tormenta.
Pidamos desde el convencimiento creyente:
“Envía tu Espíritu
y renueva la faz de la tierra.”
¡Y contribuyamos con energía esperanzada
a lo nuestro!

Amén