Homilía para el Domingo de Ramos 17 Abril 2011 |
Lecturas: Flp 2,6-11 Evangelio: Mt 27, 11-54 Autor: P. Heribert Graab S.J |
Este Domingo de Ramos tiene dos
caras,
que expresan una única realidad creyente. Esta mañana estaba en primer plano en la procesión de las palmas la entrada del Rey Cristo en Su ciudad. Esta noche nuestra celebración divina recibe su impronta mediante la Pasión de Jesús. Pero esta Pasión finalmente culmina en la Resurrección, en la que Cristo se manifiesta como verdadero Rey, como Señor de la Vida. “Por un solo ser humano llegó la muerte al mundo, por un solo ser humano llega la Resurrección de los muertos. Pues como por Adam todos murieron, por Cristo todos vivirán”, dice Pablo (1Cor 15,21-22; también Rom 5, 12 ss.). Diariamente estamos confrontados con que todos nosotros mediante la muerte, estamos unidos en un destino común. Dios mismo, por medio de Su encarnación en Jesucristo, se sometió a este destino común: Jesucristo “no hizo alarde de Su categoría de Dios, sino que… se rebajó y fue obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz.” Textos del Nuevo Testamento y de la Tradición de la Iglesia hablan de que Jesús entregó Su vida como “sacrificio” para salvarnos de la maldición del pecado y de la muerte. Para muchos de nosotros apenas es comprensible todavía la idea religiosa primigenia del “sacrificio”. Esto es válido también para ideas centrales de nuestra fe como el “sacrificio de la Cruz” o el “sacrificio de la Misa”. Quizás una frase del Salmo, que la Carta a los Hebreos pone en los labios del propio Jesús, pueda aportar una comprensión mejor: “Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo para hacer Tu voluntad.” (Hbr 10,6s) Esto naturalmente recuerda la palabra de Jesús en el Evangelio de Juan: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado.” (Jn 4,34). También recuerda la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní: “Padre, si es posible, que pase de Mí este cáliz. Pero no se haga Mi voluntad sino la Tuya.” (Mt 26,39). Según el relato de la caída en el pecado del primer libro de la Biblia, la muerte es la consecuencia de la rebelión del ser humano contra Dios: Dios dice a Adam: Debes volver “al suelo, del que has sido sacado.” (Gn 3,19): “Por un solo ser humano entró la muerte en el mundo.” Por un solo ser humano, es decir, por Jesús “que es igual a nosotros en todo menos en el pecado”, fue transformada nuestra caída mortal en nueva vida. En lugar de la rebelión contra Dios, pone Él Su completa disponibilidad al servicio de la voluntad de Dios. Después, la voluntad de Dios sigue siendo para Jesús la única regla de conducta de Su vida, cuando, rechazó con la Pasión y Crucifixión la sublevación humana contra Su mensaje de amor y contra Su vida en Dios. Pasión y Crucifixión, el “sacrificio” de una vida humana, la cruel muerte de Su Mesías- ¡todo esto no es voluntad de Dios! ¡Todo esto es la perversa voluntad del ser humano señor de sí mismo! Pero es la voluntad de Dios que Su amor a los seres humanos, supere toda arbitrariedad humana. Para ayudar a la irrupción de forma definitiva, del amor de Dios en este mundo, Jesús fue “obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz.” Este “no se haga Mi voluntad sino la Tuya -hasta las últimas consecuencias de Su muerte en Cruz- era y es el auténtico “sacrificio” que salva, un “holocausto” de la propia voluntad y como consecuencia también la entrega de la propia vida.” Comenzando por la mayor parte de Sus primeros discípulos hasta los mártires de nuestros días, innumerables cristianos han seguido a Jesús por este camino de amor incondicional. También nosotros hemos sido llamados a este camino de seguimiento de Jesús, aunque nuestro seguimiento probablemente no exija poner en riesgo nuestra vida. Pero todo el que se sabe obligado a la voluntad de Dios y de Su amor, incurrirá con frecuencia en contradicción con este mundo. Amén |