Homilía para el Segundo Domingo de Cuaresma C
21 Febrero 2016
Evangelio: Lc 9,28b-36
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La cruz de ceniza al comienzo de la Cuaresma
es para muchas personas  – sobre todo aquí en Colonia – un signo muy importante, casi un signo sacramental de nuestra limitación humana;
una forma de traer a la memoria nuestra muerte,
que pertenece de forma irrevocable a la vida
y que paso a paso nos acompaña a través de esta vida.

Reprimiríamos con gusto esta inevitable amenaza de la vida que es la muerte.
Pero día tras día nos confrontamos con ella:
    a las innumerables víctimas de la guerra, del terror y de la violencia ya casi nos hemos acostumbrado.
    los muchos fugitivos muertos en embarcaciones
han desaparecido de los titulares; pero el mar Mediterráneo se convierte a diario en una fosa común.
Todo esto lo podemos ocultar: parece estar muy lejos.

Pero qué pasa si una persona querida o incluso nosotros mismos encontramos en el diagnóstico del médico: ¡Cáncer!
¡Cáncer en estadio avanzado!
¡Y para rematar la noticia: “sin tratamiento”!
¡No hay nada que hacer!
¡Sólo es una cuestión de tiempo!

Ya muy pronto tras el comienzo de Su vida pública
se convierte para Jesús en inevitable presentimiento
incluso en certeza:
Si Yo no me cuestiono mi misión ni la voluntad del Padre, esto significará a la corta o a la larga la muerte.
Sin embargo, Él lo quiere y permanecerá fiel con la ayuda del Padre.
¡Por tanto, el final será inevitable!
Los discípulos de Jesús hacen lo que hacemos todos continuamente:
Reprimen esto.
“¡No debe suceder! ¡No puede suceder!

En esta situación Jesús sube con ellos a la montaña:
Esto es para ellos como una hora de clase,
pero sobre todo algo así como una experiencia alentadora, que les acompañará durante toda su vida.

Esta montaña se convierte para ellos en la montaña de la Revelación, como para el Pueblo de Israel,
el de ellos, el monte Sinaí fue la montaña de la Revelación.
Hasta hoy, el monte Sinaí en árabe se llama ‘el monte de Moisés’.
Y también en el ‘monte de la transfiguración’ está Moisés y con él el profeta de Dios, Elías,
que fueron los mediadores comunes para los discípulos:
Al principio “hablan con Jesús de Su final, que tenía que llevarse a cabo en Jerusalem”.
Por tanto, se trata de la inevitabilidad de la Pasión y de la Cruz y esto por la misión de Jesús.

Pero este mensaje, en el fondo, aterrador,
se halla ahora sumergido en la resplandeciente luz de la Transfiguración.
Más aún:
La presencia del propio Dios, insinuada en la ‘nube’
hace referencia de forma inmediata, precisamente en el contexto de la Cruz, a la manifestación de la gloria de Dios en este Jesús de Nazareth:
“Salió una voz de la nube y se oyó:
Éste es mi Hijo muy amado, escuchadle”
Ciertamente este alegre mensaje lo hemos celebrado hace poco tiempo en la festividad de la manifestación del Señor.
Aunque los discípulos en este momento
‘muerte en Cruz’ y ‘gloria pascual’
todavía no lo puedan comprender realmente como una unidad,
experimentan este momento como un momento dichoso que quieren retener:
“Maestro, sería bueno que nos quedásemos aquí. Queremos construir tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”
Pero, en el relato del evangelista, sigue algo así como una ‘ducha de agua fría’:
“Pero no sabéis lo que decís”

La ‘montaña de la Transfiguración’ no es la verdadera meta de la excursión a la montaña de la vida de ellos y tampoco de la nuestra.
Nosotros, como los discípulos, conocemos horas totalmente felices en la fe, la esperanza y el amor:
    Por tanto, tiempos de experiencia consciente o inconsciente de la proximidad de Dios,
    tiempos, en los que el sentido de nuestra vida se abre,
    tiempos en los que quizás experimentamos a Cristo como el centro de nuestra vida.
Y, sin embargo, en nuestra vida no sólo hay estos puntos culminantes.
Continuamente también hay ‘caidas’ en la vida diaria.
Y también nos agarra la duda, aunque intentemos creer,
y ante la muerte de personas queridas hasta
el desconsuelo y quizás incluso la desesperación.

En el recuerdo de los discípulos quedó marcada profundamente la experiencia de la Transfiguración.
Más tarde este recuerdo se unió con la experiencia de la mañana pascual y fue para ellos una fuente de consuelo y de fuerza también en las horas obscuras de su vida.

Alguien me dijo en una hora de desconsuelo así:
“¡También detrás de las nubes más obscuras aparece el sol!”
Quizás también pueda ser para ustedes esta verdad natural y el recuerdo del Evangelio de la Transfiguración una ayuda en las horas difíciles.

Y quizás también les recuerde
que la experiencia de la Transfiguración fue para los discípulos una participación en la experiencia orante del propio Jesús.
Orar con Jesús puede levantar las obscuras nubes también para nosotros y, como mínimo, abrir un pequeño punto azul en el cielo.

Jesús, llevando consigo a Sus discípulos a la montaña de la Transfiguración, les regaló un momento de estímulo que permaneció en su recuerdo.
Llevemos también nosotros esto como un impulso
a nuestra vida diaria:
También nosotros podemos regalar a personas de nuestro entorno momentos de estimulo, de consuelo y de esperanza:
    mediante el tiempo que nos tomamos sencillamente para escuchar;
    de esta manera nos hacemos presentes sencillamente y compartimos con ellos las cargas;
    mediante una buena palabra o un gesto amoroso;
    y de esta manera transmitimos que echamos una mano simplemente donde sea posible.

Amén.
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