Homilía para el Segundo Domingo de Pascua (C)
3 Abril 2016
Evangelio: Jn 20,11-18 (¡!)
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Agradezco algunos pensamientos de esta homilía al P. Stefan Kiechle S.J.
Los Evangelios transmiten muchos relatos pascuales.
Por desgracia todos no tienen sitio en la liturgia de los domingos de Pascua.
Y, sin embargo, cada uno de ellos ponen acentos propios para nuestra fe en el acontecimiento pascual.
Uno de estos evangelios pascuales que ‘sólo’ se anuncia en un día laborable de la semana de Pascua es el que he elegido  (Jn 20,11-18) para nuestros servicio religioso del segundo domingo de Pascua.

Quisiera desarrollar un poco tres impulsos pascuales de este texto e invitarles a reflexionar en silencio sobre el impulso correspondiente y ponerlo en referencia con su propia fe pascual:

1. Lo que a nosotros nos parece ya casi natural,
entonces no era en absoluto natural
y tampoco lo es al día de hoy en algunas regiones del mundo y desgraciadamente tampoco en la Iglesia:
Jesús envía precisamente a una mujer, María de Magdala, a Sus discípulos abatidos y amedrentados,
para anunciarles el mensaje pascual-
el mensaje central de la fe cristiana.
La Iglesia primitiva no tuvo ningún problema con esto y le dio a María de Magdala el título honorífico
de “apostola apostolorum”-
ella fue enviada como primera a anunciar
el mensaje impactante de la mañana de Pascua a aquellos, cuya misión será anunciar este mensaje
a todas las personas y a todos los pueblos.
Por favor, reflexionen ustedes en la oración (¡!)
sobre las consecuencias que tiene este “apostola apostolorum”
no sólo para la Iglesia de Jesucristo (en todas las confesiones ¡!), sino también para nosotros y para su propia fe totalmente personal.

Silencio
 
2. En todo el Evangelio de Juan se presenta
la relación de Jesús con Sus discípulos de forma clara e inequívoca como una “relación-maestro-alumno”:
¡Él es el ‘Maestro’ y todos ellos son discípulos!
En este relato pascual, esta relación gana una dimensión totalmente nueva y fraterna:
Por primera vez Jesús llama a Sus discípulos “hermanos”:
“¡Ve a mis hermanos!” reza Su encargo a María.
Y naturalmente Él envía a María a todos los que estaban acurrucados juntos en consternación y tristeza personal por la experiencia del Viernes Santo y esperan la consolación,
también las discípulas de Jesús están bajo la impresión del acontecimiento pascual,
las que subieron con Él de Galilea a Jerusalem y
Le siguieron hasta debajo de la Cruz
como Sus ‘hermanas’.
María misma experimenta su encuentro con el Resucitado como un encuentro con su “hermano”,
es decir, con el Amigo profundamente familiar
lo percibimos aún hoy por el tratamiento realmente tierno “María” y “Raboni”.
Él es y continúa siendo “el Señor”;
Él es y continúa siendo “el Maestro”;
pero desde Pascua Él es también
“el hermano”.¡También nosotros podemos encontrarle fraternalmente a la altura de los ojos!

También esto tiene consecuencias no sólo para la fe de toda la Iglesia, sino tanto más ¡para nuestra fe muy personal y para nuestra oración!

Silencio

3. María de Magdala comienza su mensaje en el círculo de las discípulas y de los discípulos con las palabras:
“¡He visto al Señor!”
Me parece que también nuestra propia fe,
nuestra fe acuñada pascualmente sólo así puede tener su principio: “¡He visto al Señor!”

Probablemente quedará en este tiempo un misterio para siempre entre
lo que sucedió entonces en Pascua verdaderamente,
y lo que p.e. María de Magdala verdaderamente ha ‘visto’.
Seguramente es sólo que ella no Le reconoció a la primera,
que Él  – como p.e. también a los discípulos de Emaús- la encontró a ella de una forma totalmente nueva.
Todos los que Le vieron en estos días pascuales
se confrontaron en Él con una nueva realidad inesperada.
Él se encontró con ellos de una forma totalmente diferente e inesperadamente nueva y, sin embargo,
la antigua y totalmente familiar.
Al alcance de lo real – y, sin embargo, de un modo misteriosamente transparente, imposible de retener.

Yo estoy sombrado: Todos nosotros hemos “visto” al Resucitado;
probablemente a menudo y no Le hemos reconocido!
Pero quizás también hubo de vez en cuando momentos, en los que nos sentimos de forma totalmente personal llamados por Él por nuestro nombre –como María;
momentos en los que percibimos Su presencia,
como aquellos discípulos en el lago que no se atrevían a preguntarle “¿Quién eres tú?” y que, sin embargo, sabían que “es Él – y ningún otro, ninguna ilusión, ninguna fata morgana.

Intenten ustedes recordar en el silencio tales momentos de encuentros pascuales con Él.

Silencio