Homilía para el Tercer Domingo de Pascua (C)
10 Abril 2016
Lecturas: Hch 5,27,32/40b-41 y Ap 5,11-14
Evangelio: Jn 21, 1-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Las tres Lecturas de este domingo nos ayudan
a comprender mejor el misterio pascual.
Sobre todo nos ayudan
no a deshacer la enorme tensión entre
el Viernes Santo y la mañana de Pascua,
pero sí a integrarlos algo más en nuestra fe.

Comencemos con la segunda Lectura del Apocalipsis.
Aquí están el Crucificado y el propio Resucitado
en el punto central.
Se le representa como “el cordero, que fue degollado” y así “es digno de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.

La tradición de la Iglesia interpreta este texto sobre  todo con el fondo de la teología sacrificial del culto del Templo veterotestamentario.
Esta teología es hoy para muchos de nosotros difícilmente comprensible.
Por eso intentemos hallar otro acceso.

Quizás nos ayude la palabra de Pedro de la primera Lectura: “Hay que obedecer a Dios más que a los hombres.”
Esta palabra de Pedro se halla en estrecha conexión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos:
“Padre, si quieres, ¡que pase este cáliz delante de mí!, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” (Lc 22,42)
Su misión es anunciar el Reino de Dios
y transformar la realidad actual desde el fondo.
Él no capitula ante esto bajo ningún concepto,
sino que se mantiene consecuente en el enfrentamiento.
Él no reacciones ante la violencia con la contraviolencia.
Él mismo vive la no violencia, que anunció en el Sermón de la Montaña como ‘Ley fundamental’ del Reino de Dios.

De este modo Él atrajo en este ‘mundo viejo’ –al menos a primera vista – a los insignificantes, y halló como un cordero indefenso la muerte en Cruz.
Por tanto, separemos tranquilamente la expresión ‘cordero de Dios’ de la teología sacrificial tradicional y entendamos el ‘cordero’ como un símbolo de la no violencia.
Entonces la muerte de Jesús en la Cruz no es una muerte sacrificial por el crimen de Su pueblo, es decir, de toda la humanidad.
Él es más bien – como muchos otros- llevado brutalmente a la muerte a consecuencia de la ambición de poder criminal del ser humano
¡y como consecuencia de su propia no violencia!

En el Apocalipsis sigue ahora la inesperada confesión de fe:
”Al cordero degollado alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos.”
Con referencia a esto se continúa diciendo:
“Y los veinticuatro ancianos se postraron en profunda adoración.”
Sólo con una fe llena de confianza en el Dios de la vida también nosotros podemos oponer a la catástrofe de todos los Viernes Santo de la historia
la esperanza pascual de la ‘victoria’ de la vida.

Silencio

Tras estas reflexiones todavía una breve mirada a la Lectura de los Hechos de los Apóstoles y al Evangelio.
“¡Se tiene que obedecer más a Dios que a los hombres!”, dice Pedro ante el Sanedrín.
Porque los Apóstoles siguieron la palabra de Dios y la misión de Jesús fueron perseguidos, encerrados en la prisión y tras su liberación fueron interrogados otra vez.
Y finalmente se dice:
“Se alegraron de haber merecido tal ultraje por causa de aquel nombre.”

¿Verdaderamente era éste el motivo de su alegría?
¿Acaso fueron perseguidos porque pudieron seguir a Jesús en Su Via Crucis?
¡Este motivo me parece demasiado breve!
Se alegraron más bien mucho más porque podían continuar la misión de Jesús:
porque podían anunciar el mensaje del Reino de Dios-
y esto no sólo con palabras
sino también curando a las personas
y así ya hicieron experimentable el Reino de Dios que despunta.
Que el que a consecuencia de esto fueran perseguidos, como su Maestro, lo consideraron
una confirmación de su seguimiento a Cristo.
Y naturalmente en todo esto se hallaba su experiencia pascual como fuente última de su confianza, de su fuerza, de su esperanza y de su alegría.

Esta noche hagámonos la pregunta,
de hasta qué punto nosotros mismos como cristianos nos vemos convencidos y llenos de alegría en el seguimiento de Jesús;
hasta qué punto nos identificamos por nuestra fe con la visión del Reino de Dios que llega y nos comprometemos con ello;
hasta qué punto seguimos nuestro llamamiento más íntimo o nos gusta más estar en manos de los poderes habituales, de los dirigentes y de los formadores de opinión

Contemplemos al menos por un momento aún
el maravilloso Evangelio pascual de este domingo:
contiene la confirmación alegre que, más tarde de Pascua, se convierte en la visión del Reino de Dios ya hecha realidad.

* Aquí está en primer lugar este signo de la pesca abundante. La ‘abundancia’ es una de las características más grandiosas de la nueva realidad de Dios en el mundo antiguo.

* Después los discípulos hallan en la orilla el fuego de carbón encendido y sobre el fuego ya pescado asado y pan crujiente. Signos del calor humano y de la hospitalidad sensible.
Experiencia del Reino de Dios no en un ámbito público-social sino en un ámbito privado interpersonal.
También aquí acontece el Reino de Dios, hoy lo mismo que entonces, en el lago.

* Y finalmente en diálogo con Pedro otros dos impulsos para nosotros hoy:
1.¡En el Reino de Dios se trata de perdón y misericordia!
Más aún: Incluso a Pedro, que le había negado,
Jesús le ofrece una enorme confianza y le transmite responsabilidad. ¡Así también a nosotros!
2. Pero al mismo tiempo se contrapone siempre
la nueva realidad pascual a la realidad antigua de violencia y muerte.
Tampoco esta experiencia se le ahorra a los cristianos hasta hoy.
Cuánto teme este mundo viejo por sus prebendas
y con cuanta despreocupación recurre a la violencia
para su defensa,
para no reconocer finalmente que hoy hay en todo el mundo grupos de cristianos perseguidos.

Con esto se cierra el arco, que abarca las Lecturas de este domingo entre Viernes Santo y Pascua.
Tomémoslo como estímulo para nuestra vida diaria:
También sobre nuestros Viernes Santos resplandece ya la clara luz de la mañana pascual;
y la ‘vieja’ realidad también de nuestros días está ya superada por la ‘nueva’ realidad pascual,
que también a nosotros, como a Pedro y a los Apóstoles entonces, nos puede dar alegría y confianza.

Amén
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