Homilía para el Quinto Domingo de Pascua (C)
24 Abril 2016
Lecturas: Hch 14, 21b-27 y Ap 21,1-5a
Evangelio: Jn 13,31-33a, 34-35
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Pascua y también la Ascensión de Cristo no constituyen en absoluto el final del Evangelio de Jesucristo!
Por el contrario: ¡Después se pone en marcha correctamente!

Recordemos el comienzo:
“Después de que Juan fue encarcelado,
Jesús fue de nuevo a Galilea y anunciaba el Evangelio de Dios y decía: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca.
¡Convertíos y creed la Buena Nueva! (Mc 1,14-15)

En los años siguientes de Su vida pública no hizo nada diferente:
Con hechos y palabras gana a las personas para la ‘Nueva Época’ y para el Reino de Dios venidero.
Las gentes escuchan fascinadas Sus palabras y se dejan ganar porque Él no sólo predica el Reino de Dios, sino que lo vive convenciendo:
El ‘nuevo mandamiento del amor’,
que el Evangelio nos recuerda de nuevo,
para Jesús no es sólo ¡una sabiduría existencial filantrópica!
Se dirige más bien amorosamente y de forma muy concreta a cada uno, que Le necesita:
Él cura enfermedades, expulsa demonios
y devuelve su dignidad a todos los que han sido marginados.
Con ello hace visible y experimentable:
Así y no de otra forma aparece el futuro Reino de Dios.
Así y no de otra forma puede tener éxito este Reino.
Así y no de otra forma puede despuntar ya aquí y ahora.

Desde un principio queda claro:
Esta visión de futuro de la que Jesús responde y
por la que vive es un regalo de Dios,
Pero no cae del cielo automáticamente.
Se trata más bien de que para lograr esta visión
las personas, las más posibles, incluso todas deban estar convencidas de vivir ‘el sueño de Dios’ y
paso a paso permitir que se haga realidad,
Ya que sólo esto hace posible una vida como todos nosotros deseamos en último término:
sólo esto crea un mundo de paz y de dignidad.

En consecuencia, Jesús se afana día tras día:
“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas,
enseñaba en sus sinagogas,
anunciaba el Evangelio del Reino
y curaba todas las enfermedades y padecimientos.” (cf. Mt 9,35)
Por amor a Su propia misión y a Su meta,
Jesús, desde el principio, reúne discípulas y discípulos a los que envía y les dice:
“¡Id y anunciad que el Reino de los Cielos está cerca.
Curad enfermos, despertad a los muertos,
limpiad a los leprosos y expulsad demonios!
Gratis lo recibisteis, dadlo gratis.
Y cuando entréis en una casa, deseadle la paz…” (Mt 10,7ss)

Esta misión del Jesús de Nazareth terrenal
limitada a las aldeas y ciudades de Israel,
finalmente el Resucitado lo amplia a una misión global que abarca todo el mundo:
“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Por eso id a todos los pueblos,
y haced discípulos míos a todas las personas;
y bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñadlos a poner por obra todo
lo que os he mandado.” (Mt 28,18-20)
Y en la misma inspiración une a esto una promesa alentadora:
“Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”

A causa de esta misión y de esta promesa
las discípulas y los discípulos de las primeras generaciones anunciaron el Evangelio de Jesucristo y el mensaje del Reino de Dios de la nueva época.
En la segunda generación figuran Pablo y Bernabé,
de los cuales la primera Lectura cuenta su compromiso infatigable.
Merece la pena seguir en un mapa sus viajes,
que se mencionan en los pocos versículos de la Lectura.
Y todo esto ¡sin el lujo de nuestros medios de transporte!

Pero naturalmente sólo pocos de los primeros cristianos hicieron viajes tan molestos por amor
al Evangelio.
Mucho más cercano fue hablar de Jesús y de Su mensaje liberador en el entorno inmediato.
Así formaron muy rápidamente pequeñas comunidades vecinales.
Y allí se cuidaba la hospitalidad,
de este modo mediante extranjeros hospedados
fue llevada la semilla des Evangelio,
‘como dispersada por el viento’
por el largo y ancho mundo.
Entonces nadie hubiera tenido la idea de calificar como ‘estériles’ las comunidades cristianas en crecimiento.
Y la actitud básica extendida hoy de que mi fe
es un asunto privado, chocaría con le negativa de la incomprensión.
En lugar de lamentar una fe sin fuerza y decreciente,
mejor podríamos aprender de los primeros cristianos y de sus comunidades vitales.
Nosotros mismos ganaríamos mucho para nuestra fe personal y también el Espíritu Santo se sentiría bien de nuevo en la Iglesia actual.
¡De esta forma sería posible hoy un nuevo Pentecostés!

Naturalmente la fe vivida de forma activa y comprometida necesita más que un
“yo he crecido en la fe cristiana”,
expresado casi como una disculpa.
La fuerza convincente de una fe cautivadora vive
no en último caso de una perspectiva de futuro apasionante.
En aquellos tiempos una perspectiva de entusiasmo se hallaba p.e. en el capítulo 21 del Apocalipsis de Juan.
Hemos escuchado como segunda Lectura
el comienzo de este capítulo con un texto que también hoy todavía puede fascinar y ofrecer esperanza:
“¡Ved, la casa de Dios entre los seres humanos!
Él mismo habitará en su centro
y ellos serán Su pueblo;
y Él, Dios, estará con ellos.
Él secará todas las lágrimas de sus ojos
y no habrá muerte, ni luto, ni llanto
porque todo lo viejo se ha desvanecido.
Él, que estaba sentado en el trono, dijo:
Ved que Yo lo hago todo nuevo.”

Cuanto mayor me hago, cada vez más me confronto
con la muerte no sólo de una forma profesional sino totalmente personal.
Y tanto más pongo también mi esperanza y mi confianza en
“Ved, que Yo lo hago todo nuevo”, y en la total visión de Jesús del Reino de Dios.
Por eso mi propio anuncio gira cada vez más en torno a esta promesa.

¿Conocen ustedes alternativas verdaderas a esto?
Y ¿¿¿se mostraron todas las alternativas muy extendidas hoy frente a la necesidad, la miseria y
la muerte, como capaces para alcanzar una vida digna, que merezca este nombre, y un futuro deseable???

Yo creo que todos nosotros no podemos hacer mayor servicio a las personas de nuestro alrededor,
que acercarles este mensaje central de la fe cristiana
tan convincente, para que se convierta para el mayor número posible en la confianza fundamental de su vida.

Amén
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