Homilía para el Domingo Séptimo de Pascua (C)
8 Mayo 2016
Evangelio: Jn 17,20-26
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Sobre la base de una homilía del año 2006
El Evangelio de Juan nos transmite la gran oración de despedida de Jesús a Sus discípulas y discípulos,
cuando va a dejar en este mundo.

En un lugar destacado Él pide al Padre:
“Guarda en tu Nombre,
a los que Tú me has dado,
para que ellos sean uno como nosotros somos uno.”
Finalmente pide por aquellos ‘doce’
que Él había elegido como ‘Apóstoles’.
Después continúa como hemos escuchado en el Evangelio de hoy:
“Pero Yo no te ruego sólo por éstos,
sino también por todos los que creerán en Mí por su palabra.
Todos deben ser uno:
Como Tú, Padre, estás en Mí y Yo estoy en ti,
también ellos deben estar en nosotros,
para que el mundo crea que Tú me has enviado.”

Ciertamente en el círculo de los ‘doce’ había ya caracteres muy diferentes y seguramente también opiniones muy distintas.
Sin embargo, Juan tenía ante la vista sobre todo, cuando redactó esta petición de unidad, a las comunidades de la joven Iglesia tan diferentes entre sí.
No es difícil darse cuenta por los escritos del Nuevo Testamento, qué fuerzas centrífugas actuaban ya
en los primeros comienzos de la formación de las comunidades.
Pensemos sólo en las dificultades de una comunidad de judeocristianos y paganocristianos.
 
Por tanto, es natural destacar la petición por la unidad, que corresponde indudablemente a los altos dirigentes de la Iglesia, entonces como hoy.
Y entonces como hoy las tensiones de las iglesias eran un escándalo para la credibilidad del mensaje cristiano.

En estos días previos a Pentecostés muchos cristianos en todo el mundo oran por la unidad
del mensaje cristiano.
Yo quisiera presentarles a continuación una fascinante visión de unidad.
Para ello me baso en un especialista en la pastoral bíblica, en el Profesor Dr. Bernhard Krautter de Stuttgart.
Él desarrolla esta visión de unidad, juntando la oración de Jesús por la unidad con el número doce de los Apóstoles elegidos por Jesús originariamente.

Jesús había llamado a los Doce,
cuando, tras los éxitos iniciales, Su fracaso ya era previsible.
Él los denominó sencillamente sólo los ‘Doce’,
sin confiarles en principio una misión especial.

Cuando un creyente judío oye el número doce,
piensa de forma espontánea en los doce hijos del patriarca Jacob, que se convirtieron en los fundadores de las doce tribus de Israel.
Jesús eligiendo especialmente ahora a doce hombres,
coloca simbólicamente doce nuevos fundadores de un ‘nuevo Israel’.
¡Estos doce no necesitan ninguna misión especial!
Sencillamente deben estar presentes.
Su mera existencia es una señal para un nuevo pueblo de Dios, que escucha el mensaje de Dios y sigue la invitación.

En la comunidad judeocristiana de Jerusalem
no se sabía todavía el significado de los Doce.
Por eso fue tan importante para ellos, completar este número tan rápidamente como fue posible con la elección de Matías.
De esta forma manifiesta la comunidad su exigencia de ser el “Nuevo Israel”.

Desgraciadamente muy pronto, en la comunidad de paganocristianos cayó en el olvido el significado del número doce.
Ya Pablo menciona sólo una única comida y nunca la califica como constitutiva para la Iglesia.
El Concilio Vaticano II ha recurrido de nuevo a esta idea del nuevo Pueblo de Dios:
En su famosa constitución “Lumen Gentium” sobre la Iglesia.

El Concilio habla de nuevo de la Iglesia como el nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios.
Y aún más:
El Concilio habla del Pueblo de Dios en camino y lo liga a los cuarenta años de travesía por el desierto de Israel.
Así como Israel estuvo cuarenta años en camino por el desierto hacia la tierra prometida de Canaan,
así está también la Iglesia de camino hacia el Reino de Dios venidero, que Jesús ha prometido.
Por tanto, la Iglesia no está en absoluto en la meta.
Aún no está terminada.
¡En esta época no está en la meta! Está en camino.

Pero estar en camino significa también poder equivocarse y poder confundirse.
Por consiguiente, conversión y renovación pertenecen esencialmente a la auto-comprensión
de la Iglesia.

Por tanto, con este fondo debiéramos entender la oración de Jesús por la unidad de todos los que creen en Jesucristo:
Profesor Krautter pregunta:¿no es válida una  reflexión
en conexión con la representación de la Iglesia
como “Pueblo de Dios en camino”
y en conexión con el significado simbólico del círculo de los Doce y restituir al “círculo de los Doce” también hoy y en Roma su significado original?
¿Serían “los Doce” pensables como un gremio,
que es conducido por el Papa como el primero entre hermanos en una cierta presidencia honorífica?
Se podría tratar de un puesto semejante al que ocupaba Pedro en la comunidad primitiva.
Este círculo de los Doce sería, por tanto,
un órgano colegial, una forma de Senado del Papa,
donde se discute, se aconseja para luchar por
la verdad, quizás también se disputa y al final
-con oración y ayuno como en la Iglesia primitiva-
se decide por votación.

¿Cómo sería si un círculo así de los Doce representase a todas las grandes iglesias, que,
en la “cátedra de Pedro” tuvieran voz y voto?
Quizás pudiésemos reencontrarnos en una “unidad en la diversidad” así, no sólo los cristianos católicos, por tanto, los “petrinos”, sino también los cristianos ortodoxos del Oriente y los cristianos “paulinos” de la Reforma.

Quizás entonces no sería el cargo de Pedro, por tanto, el cargo de Papa, un impedimento para la unidad de la Iglesia, sino el factor de integración,
el signo visible de la unidad de la cristiandad totalmente transformadora del mundo.

En el Credo de los Apóstoles confesamos nuestra fe común en la Iglesia santa, católica (=ecuménica, es decir, transformadora del mundo, cristiana) y “apostólica.

En las preces pedimos por esta unidad,
como Jesús ya oró en Su oración de despedida.

Amén.
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