Impulsos para la Meditación y la Oración
del Segundo Domingo de Pascua,
ciclo litúrgico B
  - 8 Abril 2018
Lectura: Hch 4,32-35
Evangelio: Jn 20,19-31
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“Fuego nuevo y pascual, que enteramente extinguido parece ceniza”.
Este pensamiento se prolongó como un hilo rojo a través de la celebración de la noche de Pascua en la iglesia Palloti de Valendar.
Yo quisiera hoy hacer mío este pensamiento,
teniendo ante la vista el Evangelio del Segundo Domingo de Pascua.

Una tradición ampliamente extendida denomina a este Evangelio la “historia del incrédulo Tomás”.
Pero si lo escuchamos más exactamente percibimos algo de la decepción insondable de Tomás según las experiencias conmovedoras del Viernes Santo:
El fuego de su entusiasmo por Jesús,
toda su esperanza está totalmente extinguida.
Aquí sólo ha quedado ceniza:
“Si yo no veo la marca de los clavos en Sus manos
y si no meto mi dedo en la señal de los clavos y mi mano en Su costado, no creeré.”

No podría ser tan difícil comprender esta decepción y el temor de precipitarse por segunda vez en este abismo de decepción si se hiciese evidente que era una pura ilusión el mensaje que sonaba de forma tan absolutamente irrealista de María Magdalena y de todos los demás.

Con este fondo, ¿preguntémonos por la esperanza que sirve de soporte a nuestra propia existencia;
preguntémonos por nuestras propias decepciones;
y preguntémonos por el sentido de nuestra propia fe?

Silencio

El mensaje de Pascua suena así:
Incluso allí donde nosotros sólo reconocemos ceniza totalmente extinguida, fría,
hay un profundo y oculto ardor,
que, mediante el encuentro con el Resucitado,
¡puede provocar un fuego nuevamente iluminador y generador de calor!

¿Qué provoca en Tomás un nuevo fuego, una nueva esperanza, una nueva vida?
¿Qué podría obsequiar a las personas en general y también a mí mismo una nueva esperanza, una fe vital y pascual y el nuevo fuego del entusiasmo?

Silencio

Hace algunos días de nuevo me di de manos a boca inesperadamente con el capitel de una antigua columna de hace ochocientos años de la catedral de Vézelay.

 
En él se representan en dos escenas a Judas,
por tanto, también a uno de los discípulos de Jesús,
que, como Tomás en la Última Cena había estado junto con Jesús.
La historia de Tomás es una historia de la duda;
la historia de Judas una historia de desesperación y de suicidio.
Ambas historias tratan del fuego extinguido
y de la ceniza que permanece.

El cantero desconocido de Vézelay representa a Judas como alguien que, en su desesperación,
sólo ve la salida del  suicidio….
Pero al mismo tiempo el cantero representa a su lado a Cristo Resucitado como El Buen Pastor,
que se echa a la espalda el cuerpo de Judas
y le introduce consigo en la nueva vida pascual.

Ustedes conocen el juicio tradicional sobre Judas:
Es señalado para siempre y condenado “como traidor”.

El capitel de Vézelay nos muestra al buen Pastor,
y donde nosotros decimos: perdido, el Resucitado dice: hallado.
Donde nosotros decimos: condenado, Él dice: salvado.
Donde nosotros decimos no, Él dice sí.
Donde nosotros decimos “ceniza”, Él dice “fuego”.

El Dios infinitamente misericordioso
le carga sobre Su espalda.
La caída de Judas en toda su tragedia no es una caída sin esperanza.
En ella hay algo muy consolador y lleno de esperanza.
Ninguna vida es definitivamente un fracaso.
Ningún ser humano está perdido sin esperanza.

La misericordia de Dios puede atizar
incluso en la “ceniza” de la absoluta desesperanza
el fuego ardiente de la nueva esperanza y de la nueva vida.

Silencio

Ciertamente esto celebramos en Pascua:
Resurrección de la muerte,
Resurrección de la insondable desesperanza,
Resurrección para una vida, ¡que merece este nombre!

Amén.
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