Homilía para la Fiesta de Pentecostés
20 Mayo 2018
Lectura: Hch 2,1-11
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Continuamente me fascina de nuevo
la constatación de Hechos de los Apóstoles
en Pentecostés:
“cada uno oía hablar en su propia lengua”
Me fascina que al menos entonces,
personas de origen muy diferente se entendieran mutuamente.

No cabemos en nosotros mismos de asombro, como les pasaría a  las personas de entonces, cuando experimentamos en nuestra vida diaria y tanto más en el actual acontecer mundial exactamente lo contrario:
•    Las personas hablan sin entenderse unos con otros,
•    sólo oyen, lo que corresponde a sus propios intereses,
•    hablan un lenguaje egocéntrico,
•    utilizan las palabras como armas hirientes,
•    y donde sus palabras no alcanzan,
lo que deben alcanzar, las agarran a brazo partido.

Ahora preguntémonos nosotros
cómo es posible hoy, lo que sucedió entonces en Pentecostés?

•    ¿Cómo puede suceder,
que hallemos en nuestra familia un lenguaje,
que una mutuamente al marido y a la mujer,
a los padres y a los hijos,
en lugar de fomentar distanciamiento?

•    ¿Cómo puede suceder que colegas se comprendan mutuamente por encima de los temores de la competencia?

•    ¿Cómo puede suceder
que comprendamos incluso a extranjeros, que llegan a nosotros con un lenguaje y cultura totalmente diferente y con otros usos y costumbres?

•    ¿Cómo puede suceder
políticos posesos del poder en Israel e Irán,
en Rusia y en los Estados Unidos
en cualquier otro sitio
aprendan una lengua de acuerdo y de paz?

•    ¿Cómo puede suceder
que la Iglesia y nosotros mismos en la Iglesia,
hablemos de nuevo un lenguaje,
que “llegue”, que se comprenda,
un lenguaje que cree confianza, que gane,
quizás incluso un lenguaje que arrastre,
que entusiasme?

Evidentemente es algo posible también hoy:
En la noche de Pascua, por ejemplo, fueron bautizados en muchas iglesias
-como también entre nosotros- adultos,
que de nuevo han encontrado cristianos
en su camino hacia la fe,
cuyo lenguaje les abrió las puertas de la fe.
Verdaderamente tendríamos que decirnos
que el lenguaje del Espíritu de Dios facilita,
que entonces como hoy se articula por medio de personas concretas.

Quisiera mencionar un par de criterios de un lenguaje así lleno del Espíritu:

•    Seguramente no es un lenguaje monológico,
sino más bien un diálogo,
que consta de partes notables para escuchar
y para prestar atención unos a otros.

•    Es evidente,
que el leguaje del Espíritu de Dios
es un lenguaje de afecto, de bondad y de amor.
Y este lenguaje sólo se sirve de las palabras,
pero además tiene un rico vocabulario de gestos, signos, acciones…,
Es un lenguaje, en el que incluso el silencio habla.
Es un lenguaje que invita, un lenguaje comunicativo, un lenguaje que crea amistad y forma comunidad.

•    Jesús habla del “Espíritu de la Verdad”.
Esto tiene que reflejarse en nuestro lenguaje:
Un lenguaje espiritual es un lenguaje abierto,
franco y verdadero,
por tanto, es un lenguaje sin rodeos,
sin segundas intenciones tácticas,
¡un lenguaje que crea confianza!

•    Por tanto, se trata también de un lenguaje,
que compagina verdad y amor,
aproximadamente en el sentido de la antigua sabiduría popular,
se debe enseñar a otra persona “la verdad” no como una toalla mojada para martillear los oídos,
sino para tenderla como un abrigo,
de modo que se lo pueda poner interiormente.
(Desgraciadamente esta imagen es ya bastante incomprensible, porque apenas hay “caballeros”)

•    Denominamos al Espíritu Santo de Dios,
Espíritu de la Sabiduría y de la Comprensión.
Esto se refleja también en el lenguaje lleno del Espíritu:
Aquí no se trata de saber y
ni siquiera de saber más,
Se trata más bien de experiencia y experiencia de Dios;
de comprensión en lo que en último caso
mantiene unido a este mundo,
de comprensión en aquella sensatez,
que da a la vida un apoyo interior.

•    Por tanto, no se trata de verdades de otro catecismo para golpear las orejas,
se trata más bien de un lenguaje “espiritual”, que abre todos los sentidos a la fe, a la esperanza y al amor.

•    Un lenguaje espiritual también da testimonio
del “Espíritu de piedad y del temor de Dios”.
Donde los seres humanos están indolentes ante Dios,
donde reniegan de Dios,
o incluso quieren ser ellos mismo “como Dios”,
allí se acaba la comprensión mutua.
Allí juega su papel aquella historia sin Espíritu y sin Dios de la Torre de Babel que todos conocemos.
Las personas comienzan a comprenderse más allá
de todas las barreras lingüísticas,
donde empiezan a meterse en Dios,
incluso a abandonarse en Dios.

Sería hermoso, que nosotros, como mínimo,
en nuestra familia, en nuestras comunidades y en la Iglesia, que tomásemos la fiesta de Pentecostés
como ocasión para aprender de nuevo este lenguaje espiritual y a hacer progresos en él.

Esto sería un primer paso
y la condición previa para ello
que la lengua del Espíritu Santo,
también en nuestro ámbito profesional y social
y quizás incluso en el de la “gran política”
fuera de nuevo más hablado y también comprendido.

Amén.
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