Homilía para el Domingo Décimo Tercero del Ciclo Litúrgico (A)
26 Junio 2.005
Para el Evangelio: Mt 10,37-42 (versículo 37).
Autor: P. Heribert Graab, S.J. (2.002)
 El Evangelio de este domingo
y ya los Evangelios de los dos domingos pasados
están elegidos de una composición de discursos,
que el evangelista Mateo agrupó
de muchas palabras transmitidas de Jesús
- llamadas “Logion” -.
Los exegetas llaman a toda esta composición el
“Discurso Apostólico” de Jesús a Sus discípulos.
Al comienzo de este discurso
- nosotros hemos escuchado la apertura del discurso hace catorce días –
Jesús habla de la gran cosecha
y de los pocos operarios que están a disposición de ella.
 
Y después Jesús envía a Sus discípulos
y les da instrucciones para el camino,
de cómo ellos muy prácticamente como discípulos Suyos
- si ustedes quieren: como “cristianos” –
deben vivir testimonialmente su fe
para así ganar personas para el Reino de Dios.
 
Como ya se ha dicho: En esta composición concreta tiene origen este discurso de Mateo,
que lo ha escrito para los cristianos de su tiempo y para su comunidad.
Cada “Logion” en particular se remonta a Jesús mismo,
aún cuando nosotros ya no podamos reconstruir
en qué ocasión Él lo ha dicho originalmente.
 
En este fondo es admisible
escoger uno de estos Logion
y tratarlo un poco en la homilía.
Pues tomado exactamente daría cada frase en particular materia para una homilía propia.
Por consiguiente, yo desearía escoger un texto
del que ya se ha escandalizado más de uno:
“Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí,
no es digno de Mí,
y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí,
no es digno de Mí.”
 
A primera vista parece como si Jesús
con ello derogase o como mínimo “torpedease” el cuarto Mandamiento:
“Honrarás padre y madre”.
Sin embargo, nosotros debiéramos prestar atención a lo que Él dice o bien a lo que Él no dice:
 
Él no dice: Debes hacer caso omiso del padre y de la madre.
Él no dice: Me debes amar a Mí más que al padre o a la madre.
Él dice más bien: Yo quiero ser amado por ti
tanto como tú amas a tu padre o a tu madre,
a tu hijo o a tu hija.
 
Quizás esta palabra de Jesús quede un poco más clara una vez más,
cuando la trasladamos hoy a una situación familiar:
por consiguiente, cuando nos imaginamos a una joven esposa que diga esta frase destinada a su marido:
“¡Si tú quieres a tu padre y a tu madre más que a mí,
no eres digno de mí!”
Aquí esta frase se hace asumible,
y yo podría imaginarme
que habría menos problemas matrimoniales
y que la relación entre más de una suegra y
más de una nuera sería más cordial
si el marido p.e. no apreciase mucho más
el arte culinario o en suma el buen hacer de su madre
y se la pusiese a su mujer como modelo delante de la vista.
 
Y seguramente comprenderíamos también mejor a Jesús,
si tuviésemos claro
que Él comprende como ejemplo la relación con el padre y la madre.
Ciertamente Él podría elegir también hoy este ejemplo;
pero posiblemente se atreviese este Domingo con otro ejemplo:
“¡Si para ti es más importante la final del Campeonato Mundial de Fútbol que la comunidad  Conmigo en la misa dominical,
entonces tú no eres digno de mí!”
 
Pero quizás Él también cuestionaría:
Quién ama más su calma imperturbable delante del televisor
que el entendimiento en las cuestiones de su familia,
¿puede en verdad llevar Mi nombre de –“cristiano”- ?
 
O:
“Quien ama más su cuenta bancaria,
que la mitigación de la necesidad en este mundo,
¿puede verdaderamente llamarse “cristiano”?
 
O:
“Quien insiste en sus propias pretensiones y las ama más
que la situación de necesidad de los solicitantes de asilo, p.e.
¿puede llamarse “cristiano”?
 
Y entonces se empalma sin fisuras la siguiente expresión de Jesús:
“Quien quiera ganar su vida,
la perderá;
pero quien la pierda por Mí,
la ganará.”
 
Por consiguiente:
Todo a lo que nos agarramos obstinadamente,
porque nos hemos acostumbrado mucho a ello,
porque complace nuestra comodidad
o también a nuestro egoísmo,
porque parece seguro y promete seguridad
todo lo perderemos.
Sólo cuando descubramos a Jesús y Su mensaje
como una auténtica fuente de vida y
de nuestra propia plenitud vital ,
sólo cuando por causa de este conocimiento
tampoco temamos
ocasionalmente “nadar contra corriente”,
sólo entonces hallaremos verdaderamente “la Vida”
y la verdadera dicha de vivir.
 
El mero permanecer en viejos círculos relacionales
no significa vivir,
sino la acogida de nuevas relaciones
 - siempre de nuevo y por Mí –
posibilita vida verdadera
como compañera o compañero e Jesús,
como el que está enfrente de Dios.
 
El nuevo trenzado de relaciones
del que Jesús trata,
este trenzado de relaciones,
que rebosa sencillamente de vida que entusiasma,
el “Reino de Dios”, es decir, la “Ciudad de Dios”
no es una ciudad de parientes entre sí
y enmarañados unos con otros,
sino la comunidad de aquellos
que aceptan totalmente a Jesús
y confían en Él.
 
Precisamente cuando se trata de
tener vida “en plenitud”,
y de desear y proporcionar una vida “dichosa”,
a nuestros hijos y a todos aquellos, que se nos acercan,
y además al mayor número posible de personas,
entonces tendríamos que preguntarnos siempre de nuevo otra vez:
¿Quién es verdaderamente este Jesús para mí?
¿Qué significa Él para mí?
¿Qué papel juega Él en mi vida?
¿Qué prioridad tiene Él en todas mis relaciones?
 
Amén.