Homilía para el Domingo Décimo Cuarto del Ciclo Litúrgico “A”
3 Julio 2.005
Lectura: Zac 9,9-10;
Evangelio: Mt 11,25-30;
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Esto quiere decir que no debiéramos hacer imágenes
ni de Dios ni de un ser humano.
Sin embargo, lo hacemos continuamente
porque somos seres sensoriales
y no podemos vivir de puras abstracciones.
 
Sin embargo, es importante,
que no encerremos a un ser humano en nuestras imágenes
como en “cajones”.
Cada persona es más que lo que
nuestras imágenes reproducen de ella.
 
Es importante que nuestras imágenes no se entumezcan, que permanezcan vivas
y abiertas a los cambios
y a los nuevos descubrimientos.
 
Esto es tanto más importante para las imágenes,
que llevamos en nosotros de Jesucristo.
Él es, por así decirlo, la “imagen original” del ser humano por antonomasia,
según cuya “imagen y semejanza” todos nosotros somos creados.
Las imágenes, que nosotros tenemos de Él,
son al mismo tiempo reglas graduadas de orientación,
que nos ayudan más y más a convertirnos verdaderamente en personas.
 
 
Ahora las Lecturas de este domingo nos proporcionan algunas pinceladas características
para nuestra imagen de Jesucristo.
Aquí está en primer lugar la referencia a lo que yo dije concisamente una vez sobre las “imágenes”:
En este ser humano Jesús de Nazareth se refleja la “imagen” del Dios infinito:
“Todo me ha sido dado por mi Padre.”
Por eso, la imagen de Jesucristo hace saltar por principio,
todas nuestras representaciones limitadas de Él.
“Nadie conoce al Hijo, sólo el Padre,
y nadie conoce al Padre, sólo el Hijo
y aquel al que el Hijo se lo quiera revelar” –
y sólo en la medida en la que el Hijo se lo revela
y en la que nosotros mismos estamos abiertos a esta Revelación.
 
Pero sobre todo descubrimos en la imagen
que pinta el Evangelio de hoy de Jesús,
pinceladas muy delicadas, que Le describen
- aunque o ciertamente porque es la Revelación de Dios mismo – muy modesto y humilde,
como un amigo de los pequeños y de los “menores de edad”,
como Alguien que aligera las cargas,
en lugar de imponerlas,
como Alguien, en El que podemos hallar reposo y respirar de toda fatiga y ajetreo de nuestra vida diaria.
 
Quizás tales tendencias en la imagen de Jesús
son ciertamente tan notables,
porque se apartan mucho de la imagen ideal del
ser humano de nuestro entorno.
 
Sobre todo Jesús no tiene en la mirada
ni a los presuntuosos,
ni a los altamente alabados en los estudios (de Pisa),
ni a los de mucho rendimiento e influyentes;
y aún mucho menos van sus aspiraciones
a ponerse con ellos sobre un escalón.
 
Más bien Su inclinación va dirigida a los débiles
y a los insignificantes.
Y Él subraya este aprecio
por medio de la alabanza solemne:
“Yo Te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra.”
 
También la segunda parte del Evangelio
subraya el amor por los insignificantes.
Aquí está el discurso de Jesús sobre el “yugo”.
Naturalmente hay que entender este discurso
en comparación con el “yugo”
que otros imponen:
Entonces existía el yugo de los fariseos,
que disponía de innumerables mandamientos y prescripciones
que hacían la vida difícil.
O el yugo de la fuerza romana de ocupación
que, por medio de los recaudadores de impuestos,
esquilmaba a las personas.
Hoy pueden juzgar ustedes mismos
de qué yugo se espantan las personas.
Sobre todo debían pensar en los seres humanos,
de los países menos desarrollados,
que no sólo son oprimidos por el yugo de los gobiernos dictatoriales o corruptos
sino también por las barreras comerciales
de los Imperios del mundo
o por las vueltas de tornillo del
Fondo Monetario Internacional.
 
Por otro lado, Jesús da importancia
a que Su yugo es ligero
y que Él trata de hacer Sus cargas ligeras a las personas o incluso disminuirlas.
Cuando se va hacia Jesús
nadie tiene que quejarse de cargas insoportables.
Tranquilidad y paso erguido
son Su promesa a las personas que confían en Él:
“Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados y Yo os aliviaré…
¡Aprended de Mí!
Pues soy sencillo y humilde de corazón.”
 
Yo considero que este Evangelio
nos pone en la mano un importante criterio para las elecciones.
Fíjense en qué partidos y qué candidatos
pueden decir de forma creíble con la vista puesta en los pobres y en los marginados de nuestra sociedad:
“Venid a nosotros todos los que estáis agobiados
y tenéis que llevar cargas pesadas.
Os proporcionaremos descanso.
Elegid nuestro yugo y seguid nuestra política,
pues somos mansos y humildes de corazón.
Nuestro yugo no oprime y nuestra carga es ligera.”
 
La imagen de Jesús que esboza nuestro Evangelio de hoy,
hace juego sin fisuras con la imagen del Rey de la Paz del Profeta Zacarías.
También la imagen de Aquel debía ser un criterio importante en la elección de un Parlamento:
¿Qué político puede asegurar de forma creíble
que él sea justo y ayude verdaderamente a las personas?
 
Y ¿quién de ellos es humilde
y cabalga sobre un asno
en lugar de elevado en un caballo,
que quiere decir hoy: llegar en el Benz financiado por los impuestos o en un vuelo oficial?
 
Y cuya política está ya centrada en
los “carros de combate de Efraím”
¿quiere decir esto: renunciar a los tanques y a las armas de alta tecnología de nuestro tiempo y,
por consiguiente, desarmarse seriamente?
 
Cuando la visión del Rey de la Paz llega a su plenitud en Jesús
y Su mensaje dice:
Yo anuncio la paz a los pueblos –
entonces los cristianos tienen que tratar
de trasplantar este mensaje hasta el día de hoy:
día a día en nuestro ambiente personal;
donde es posible también por medio del
compromiso democrático-político
y en todo caso por medio de la pequeña cruz en la papeleta electoral.
 
Amén