Homilía para el Domingo Noveno
del Ciclo Litúrgico “A”
29 Mayo 2.005
Lecturas: Dt 11,18.26-28.32.
Evangelio: Mt 7,21-27.
Autor: P. Heribert Graab S.J.  (2.002)
A lo largo de los siglos los teólogos católicos y evangélicos se han tirado de las orejas mutuamente
por la gracia de Dios y las obras del ser humano,
por la fe y la ley.
Entretanto hemos aprendido,
que esta pintura en blanco y negro
era un camino errado, un callejón sin salida.

Hemos aprendido que nosotros evidentemente
somos justificados sólo por la gracia de Dios.
Pero también hemos aprendido
que tenemos que aceptar la gracia de Dios con fe
y que esta fe
- por su parte un regalo de Dios –
es “fe vivida”.

Ciertamente en este sentido se tiene que comprender también el mensaje de la Lectura del
Antiguo Testamento, del Libro del Deuteronomio.
Lo que nosotros frecuentemente entendemos mal en un sentido positivista como “Ley”,
significa verdaderamente:
Abandonarse con fe a la voluntad de Dios
– “Hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra” –
y vivir esta voluntad de Dios en unión con Él.

Expresado de otra forma:
El ser humano es creado por medio del amor y
de la gracia de Dios a Su imagen y semejanza.
Como tal puede “realizarse a sí mismo”
orientándose hacia la voluntad de Dios,
que se manifiesta ya –arraigada en la época–
en el “precepto” como por ejemplo en el libro del Deuteronomio,
pero definitivamente y de forma insuperable
en Jesucristo y su Evangelio.

Esta íntima unión con Dios
la expresan los creyentes judíos hasta el día actual
por medio de un símbolo visible,
tomando literalmente los primeros versículos
de la Lectura de hoy:
“Debéis escribir estas Palabras mías
sobre vuestro corazón y sobre vuestra alma”.
Ellos escriben algunos versículos de la Escritura
en tiras de pergamino,
las guardan en cajitas
y para la oración atan una de estas cajitas
sobre la frente y alrededor del brazo izquierdo
- por consiguiente en la proximidad del corazón.
El corazón es en  la comprensión veterooriental
como la sede de la facultad de pensar,
de las planificaciones y de las decisiones:
El alma significa en la lengua hebrea la fuerza vital.
Por consiguiente, tampoco se trata aquí
de una realización legal positivista,
sino de un fe vivida integralmente,
por consiguiente, de aquella unión
profundísima con Dios,
que Él regala a Su Pueblo de Israel y
naturalmente también a nosotros.

Como tan frecuentemente en la tradición bíblica
no se comprende la unión con Dios de forma individualista.
Ciertamente la salvación prometida y ofrecida por Jahwe
tiene que ser aceptada por cada uno
en particular de forma muy personal.
Pero esta salvación es prometida antes que nada
a todo el pueblo de Dios.
¡Con el pueblo concierta Dios Su Alianza!
¡Él quiere ser el Dios de Su pueblo y
nosotros podemos ser pueblo Suyo!

“Mira, Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición ...”
Con esta formulación y los versículos siguientes
transmite el Libro del Deuteronomio
la lealtad a Jahwe,
que en el siglo VII antes de Cristo, los pueblos sometidos tenían que rendir al gran Rey asirio.
Esto significa:
La indivisa lealtad de Israel debe valer exclusivamente para Jahwe,
pero no para ningún otro soberano o
para otros dioses.

Yo pienso que también este aspecto de la Lectura
es hoy de candente actualidad.
Como nunca antes en la historia
pretende hoy la única gran potencia de nuestro tiempo,
sola y con medios imperialistas,
regular la vida en común de los pueblos de este mundo.
Después del terrible crimen del 11 de Septiembre,
no puede haber para esto ninguna explicación
y ni siquiera ninguna justificación,
algunos Gobiernos han emitido
una “ilimitada declaración de lealtad”,
no para el pueblo americano,
sino para un poder imperialista
y para sus ídolos.

* Después del 11 de Septiembre este poder consigue ciertamente sus intereses de forma desconsiderada –
con cargo sobre todo a los humildes y pobres,
p.e. en la población civil de Afganistán.
* Este poder es también en primer lugar responsable
de un sistema económico mundial,
que consiente que la separación entre ricos y pobres sea inmensa.
* Este poder se opone a crear un orden mundial más justo y de mejor porvenir:
Como por ejemplo el protocolo-Kyoto para el control del envenenamiento de la naturaleza
o el convenio para el control de armas biológicas
o el acuerdo para la creación de un tribunal internacional de lo criminal.

En comparación a la forma moderna de imperialismo
el gran Rey asirio es una hermanita de la caridad.

Y como la Biblia pone de relieve en la confrontación con él, el único derecho de dominio de Jahwe,
así debía hoy estar muy claro también para nosotros los cristianos,
que una “lealtad ilimitada”
sólo puede y debe darse ante Dios y
que todo lo demás es idolatría.

Una sociedad que fundamenta su vida en común
sobre la idolatría,
ha “construido sobre la arena”
¡y no puede tener ninguna estabilidad!
Como también la vida de cada uno en particular
está construida sobre la arena,
si no está dispuesto
a realizarse a sí mismo como imagen de Dios
y no se orienta hacia el precepto de Dios.
La armonía con Dios,
con Su voluntad y Su orden de valores
es aquella “roca” sobre la que la casa de la vida
tanto del individuo como de la sociedad
puede vencer también las tormentas.
De ello habla el Evangelio de este Domingo,
que escucharemos ahora.

Amén.