Homilía para el Domingo de la
Santísima Trinidad
22 Mayo 2.005

Lectura: Ex 34,4b.5-6.8-9;
Evangelio: Jn 3,16-18
Al comienzo de la misa tuvo lugar la contemplación de un leporello, que - según la perspectiva desde la que se le contemple – es azul, rojo o verde.
A este leporello hace referencia la homilía en un pasaje.
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2.002)
Por favor, permítanme
que comience esta homilía del domingo de la Santísima Trinidad
con una historia, que he contado esta mañana a los niños
y que, sin embargo, es adecuada para adultos:

Había una vez un Rey en un lejano país.
Un día llamó a tres mendigos ciegos.
Aquel de ellos que mejor le describiese un elefante
debía recibir una gran piedra preciosa.

El primer mendigo palpó la pata del elefante:
“¡Es como un tronco de árbol”!, gritó.
El segundo ciego, que cogió el rabo, explicó:
“¡Un elefante es como una cuerda”!
El tercero cogió la oreja:
“¡No, parece como una hoja de palmera!”

Los tres mendigos ciegos comenzaron a disputar
sobre cómo era el verdadero aspecto del elefante.
Ya que los tres, a su modo, tenían razón,
el Rey le regaló a cada uno una piedra preciosa.

Nosotros celebramos hoy el más íntimo misterio de Dios.
Innumerables teólogos han pensado exhaustivamente sobre esto
y, sin embargo, sólo han conseguido poner ante la vista aspectos parciales –
y absolutamente insuficientes.
En segundo plano la historia de los tres mendigos
contiene una clara, aunque suave, crítica a estos teólogos:
Todos ellos son “mendigos ciegos”.

Pero, por favor, no pasemos por alto que
¡esta crítica es válida también para nosotros!
Pues ¿quién de nosotros no se hace también continuamente imágenes de Dios?
¿Quién de nosotros no tendría también el deseo
de agarrar a Dios abstractamente,
por consiguiente de echarle “el guante”
para tener una auténtica representación Suya
o –como Moisés– “ver Su Gloria”? (Ex 33,18)

Sin embargo, la Biblia representa continuamente a Dios en la imagen de la “nube” -
y ésta no es precisamente palpable.
Aquí está y permanece – a pesar de todas las ciencias modernas –
un misterio con frecuencia incluso alarmante.
Quien ya ha dado alguna vez con una  nube en una excursión de montaña y ha perdido la orientación
lo sabe.

Dios responde a Moisés:
“¡Ningún ser humano puede verme y seguir viviendo!” (Ex 33,20)
Un sabio rabino judío ilustra esta respuesta de Dios:
A uno de sus alumnos le atormentaba desde hace tiempo la pregunta de por qué no se podía ver a Dios.
Después de que expuso esta pregunta a su profesor,
éste le contestó:
“¡Mira al sol!”
El alumno lo intentó y finalmente abandonó.
Al final dijo el rabino:
“¡Si tú no puedes mirar al sol,
como quieres poder ver a Dios!”

Al final, Moisés se inclina respetuosamente
ante la grandeza y la gloria, pero también ante la bondad y la misericordia del Dios misterioso –
sin haberLe visto.
Se inclina hasta la tierra y se arroja al suelo.
Quizás nosotros sólo debiéramos también
sencillamente dejarnos caer en este misterio de Dios.
Porque ¿dónde sino podríamos hallar aquella seguridad,
que todos nosotros ansiamos en definitiva?

Del leporello y de la historia de los tres mendigos ciegos
podríamos aprender:
Dios es siempre mayor que todo lo que
nosotros tenemos ante la vista
y que todo lo que creamos haber comprendido.

Y aún podríamos aprender algo más:
No sólo la realidad de Dios es “triple”= variada.
Nuestra realidad diaria tiene múltiples y diversas partes
y aparece algunas veces de forma muy diferente
según el ángulo visual desde el que la contemplemos.

* Un pequeño ejemplo de la misa infantil:
Una hora de televisión –
desde el ángulo visual de los niños es poco;
desde el ángulo visual de los padres es quizás muchísimo.

* Cuando experimento el conflicto de una familia,
tengo la impresión algunas veces
de que se trata de familias muy diferentes –
según que “partido” informa.

* En Göttingen hay un pequeño
círculo de diálogo
de las religiones abrahámicas , en el que yo estoy interesado.
Por el momento el diálogo es muy difícil:
El conflicto en el Próximo Oriente aparece a una luz muy diferente –
según que hable sobre ello un judío alemán o
un muslín palestino.

Probablemente ustedes conocen ejemplos semejantes.
Sería un beneficio para la paz en el mundo
que nos entrenásemos desde niños
en contemplar la realidad también con los ojos del otro,
y, en lo posible, con ojos amorosos
así como Dios contempla nuestro mundo con ojos humanos en nuestro hermano Jesucristo
por medio del Espíritu Santo,
que es el Amor por antonomasia.

Amén.