Homilía para el Domingo Décimo Séptimo
del Ciclo Litúrgico “A”

24 Julio 2.005
Evangelio: Mt 13,44-46.
Autor: P. Heribert Graab, SJ
¿Cómo llega el tesoro al campo?
 
Las parábolas de Jesús fascinan siempre de nuevo
por la experiencia vital práctica de lo cotidiano,
que se hace expresión en ellas.
 
Naturalmente, el tesoro fue enterrado –por miedo:
Por miedo a ladrones y bandidos,
que hacían insegura la comarca;
quizás por miedo a los saqueos bélicos;
o incluso por miedo a los “queridos” vecinos,
que, entonces como hoy, envidian el bienestar de los cercanos.
 
Naturalmente, hoy tenemos otras
medidas de seguridad,
aunque aún en 1.945 más de un tesoro fue enterrado.
Hoy se hace el agosto en una cuenta bancaria,
a ser posible en una cuenta bancaria en el extranjero-
ya que allí también están seguros los tesoros ante la intervención del Fisco.
 
Otros “entierran” su dinero en algunas
sociedades de inversión
- con frecuencia de mala reputación -.
Éstas después construyen –p.e. en Tenerife-
hoteles y apartamentos de forma masiva
que, en primer lugar destrozan la isla,
y, sin embargo, después están desocupados.
También así se puede p.e. enterrar “dinero negro”
y evadir sus obligaciones sociales.
 
El fondo de las parábolas de Jesús
no es, por consiguiente algo ajeno a la realidad.
Jesús supone con toda evidencia
que en el mundo, entonces como hoy,
esto no es en absoluto extraño.
Su alegre mensaje del Reino de Dios que despunta
no vive por último de este contraste.
 
También muy realistamente Jesús explica después
que el que halla el tesoro, prudentemente
cierra la boca:
“Sed prudentes como serpientes” dice Jesús
en otra ocasión.
Si el que halla el tesoro lo pregonase a los cuatro vientos
probablemente muy pronto sería estafado.
 
Aquí se esconde -también en sentido figurado-
muchísima psicología.
¿Por qué los seres humanos no hablan con gusto
sobre la fe que germina en sus corazones?
¿Por qué prefieren eventualmente en este mundo de hechos duros,
antes “irse con el viento que corre”
que dejar traslucir algo de su interior?
 
Pienso que esto tiene mucho que ver
con la privatización de la fe misma,
que Pablo expresa así:
“Llevamos este tesoro
en vasijas frágiles.” (2 Cor 4,7).
 
Sobre todo personas que aún están en busca,
personas, que están tan sólo en el comienzo de su camino de fe,
podrían compartir esta experiencia de Pablo:
la idea que germina de la feliz realidad de la fe,
la experimentan como algo muy valioso,
pero, al mismo tiempo también como algo
que sencillamente no está “a mano”.
Ellos perciben lo comprometido de esta fe que comienza y tienen miedo de que se pudiera quebrar
por la incomprensión o incluso por la burla del entorno.
Así “entierran” este tesoro en su interior.
Mucho después quizás también puedan entender los sentimientos de la segunda experiencia de Pablo:
para Pablo también está claro
“que una fuerza tan extraordinaria (la de la fe)
viene de Dios
y no de nosotros”. (2 Cor 4,7).
Cuando personas, sobre todo cristianos nuevos,
también comparten esta experiencia de Pablo,
están en la situación de guardar el “tesoro” no sólo para sí,
sino de repartir su plenitud con todos,
los que quieran abrirse a ello.
 
Esperan llegar a ser incluso como cristianos “mayores de edad”
- además están ya confirmados = fortalecidos -
“Anuncian la Palabra y abogan por ella
tanto si se la quiere escuchar como si no”.
(2 Tim 4,2).
Pues naturalmente, el tesoro del Reino de los Cielos
no está aquí para ser enterrado
sino para producir intereses (cf. Parábola de los talentos – Mt 25,14 ss).
Y naturalmente, la “Luz” del Reino de los Cielos
debe brillar a través nuestro para todos
los que están en casa,
en lugar de ser colocada “debajo de un celemín”. (Mt 5,15 s.).
 
Todavía se halla de nuevo otra sabiduría
en esta parábola del tesoro escondido:
No toda gallina que cacarea a voz en grito
ha encontrado verdaderamente un tesoro
sino a lo más un pequeño grano.
Nosotros oiremos cacarear durante la campaña electoral – a estas gallinas.
Prometerán de nuevo el azul del cielo;
y demasiado a menudo hemos hecho todos
la experiencia de que,
por así decirlo, nada queda escondido.
Pero desgraciadamente también se halla tras esto,
lo que muchos cristianos llevan públicamente
al mercado,
poca substancia.
Y lo que llega publicitariamente como fe,
tiene a menudo poco crédito.
Quizás aquí es mejor enterrar primero el granito pequeño,
y dejarlo crecer como simiente,
hasta que se convierta en un tesoro,
del que merezca la pena hablar.
 
Antes de concluir, todavía otra mirada
a la parábola del tesoro escondido:
Hoy también celebra la Iglesia la fiesta
de San Cristóforo.
Todos ustedes conocen la leyenda del gigante Ofero,
que quería servir al Rey más poderoso del mundo.
En primer lugar entró al servicio
de un soberano mundano,
después al del demonio
y finalmente al servicio de Jesucristo.
Transportando personas por un río impetuoso,
Le encuentra a Él mismo en la figura de un pequeño niño,
y se convierte en “Cristóforo”.
Por consiguiente, en esta leyenda se vive
el Reino de Dios que despunta
en servicio caritativo.
 
La Iglesia Pascual conoce otra leyenda de Cristóforo:
También Ofero es un gigante –
pero también lleva sobre el cuerpo humano
la cabeza de un perro.
De este modo tiene una figura que espanta, monstruosa.
Las personas huyen de él.
Pero después es llamado al servicio de Jesucristo
y de su mensaje del Reino de Dios.
El Bautismo le transforma de un monstruo
en una persona absolutamente humana,
en una persona semejante a Cristo.
Así se convierte en Cristóforo.
Por consiguiente, en estas leyendas no está
en primer plano el activo hacer,
sino el regalo divino del Bautismo.
Se trata del ser del cristiano bautizado,
para el que el Bautismo es el auténtico
tesoro de su vida.
 
En este sentido nos deseo a todos
que descubramos siempre de nuevo
el Bautismo como un tesoro.
Ciertamente no le debíamos enterrar,
sino vivir de su plenitud - día tras día.
 
Amén.