Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo
del ciclo Litúrgico (A)
9 Octubre 2.005
Evangelio: Mt 22,1-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡Esta parábola es alarmante!
No se ajusta en ningún sentido a la imagen de Dios,
que tenemos la mayoría de nosotros.
Este Rey severo y justiciero –
¿debe ser una imagen y símil del Dios de Jesucristo?
¿Dónde queda aquí nuestra imagen del Dios bueno y misericordioso?
¿Dónde queda aquí nuestra imagen del “Dios Amor”?

Para comprender un texto bíblico no es suficiente leerlo o escucharlo una vez
e interpretarlo con la perspectiva espontánea del momento.
Permitan una comparación:
Un buen fotógrafo se acerca a su motivo siempre de nuevo desde muy diferentes lados y
lo fotografía repetidas veces desde muy distintos ángulos visuales.
Así surgen imágenes y del mismo motivo muy diferentes mensajes.
Así se puede y se debe también contemplar un texto bíblico desde diferentes ángulos visuales.

Aquí está en primer lugar el plano de imagen inmediato:
Para hacer hablar también en nuestra actual situación, el plano de imagen inmediato de la parábola, que hemos escuchado ahora mismo,
debieran leer en casa una vez con tranquilidad la redacción de la parábola,
como nos la ha transmitido Lucas en el capítulo 14 de su Evangelio.
Después aquí nos hacemos preguntas como por ejemplo:
•    ¿Qué cultura de la comida-juntos cultivamos nosotros hoy en la vida diaria o también en las ocasiones festivas?
•    ¿Qué significa para nosotros hospitalidad?
•    ¿Según qué criterios invitamos?
•    ¿Cómo aceptamos las negativas?
•    ¿En general tendríamos la idea, dado el caso, de invitar a gentes de los “cruces de caminos”?

La parábola nos abriría a otra perspectiva
si la interpretásemos teniendo presente la situación política en la provincia romana de Palestina
en tiempos de Jesús poco antes de su muerte violenta en la Cruz;
y si, al mismo tiempo, la interpretásemos sabiendo que el Evangelio de Mateo fue redactado
después de que Jerusalén – la ciudad en la que sucedió el dramático acontecimiento -
había sido destruida por los romanos en el año 70 totalmente a excepción de los cimientos.

Después podríamos quizás imaginarnos,
que las primeras comunidades de cristianos,
que sufrieron marginación y persecución,
pusieron en conexión la destrucción de Jerusalén con la crucifixión de Jesús,
y en esta destrucción vieron la lógica consecuencia de la negación de Jesús como Mesías.
Pero sobre todo tendríamos que dar respuesta a preguntas como éstas:
•    ¿Cómo actuamos nosotros mismos con el poder, que también nosotros tenemos sobre otras personas?
•    ¿Cómo reaccionamos ante el poder político y económico, que también hoy empuja a seres humanos a la muerte?
Presenciamos ciertamente en estos días
que africanos en huída ante la aplastante pobreza,
en las fronteras de la “fortaleza Europa”
son devueltos al desierto y entregados a la muerte.
¡Esto sucede también en nuestro nombre!
¿Cómo consideramos esto?

Del ángulo visual del plano narrativo inmediato
y de la perspectiva política de entonces y de hoy,
se trató sobre todo en la Homilía de este Domingo hace tres años
y otra vez en la Homilía del Décimo Quinto Aniversario de la existencia de nuestra casa de comidas.
Pueden verificar ambas Homilías en Internet.

Hoy quisiera agregar dos puntos de vista adicionales:
Mateo mismo relata la historia ya bajo un ángulo visual muy determinado –
bajo el ángulo visual de aquella comunidad cristiana primera, para la cual él escribió todo el Evangelio.
Según Mateo, fueron las personas del tiempo de Jesús los primeros invitados.
Sobre ellas cae un duro juicio:
No fueron dignas de ser invitadas.
Según Lucas, los segundos invitados fueron entonces:
pobres y mutilados, ciegos y paralíticos.
Con esto Lucas se acerca bastante al propósito narrativo de Jesús.
Por otra parte Mateo:
Ve en los cristianos de la segunda y tercera generación a los invitados ulteriores.
Esto hace recordar una visión crítico-realista de la situación de su comunidad,
quizás incluso una cierta decepción,
cuando él escribe que
los servidores salieron y fueron a buscar a la calle a todos los que encontraron:
“Malos y buenos”.
Indiferencia y maldad fueron la causa para el duro juicio sobre los primeros invitados.
Mateo no contempla a los segundos invitados de forma menos crítica.
Tampoco quiere aceptar la indiferencia, que se instala en la comunidad.
No pueden descansar en su Bautismo y en el nombre de “cristiano”.
Si no están preparados para la participación en el Banquete del Reino de los Cielos,
entonces son despedidos.
Y no tener parte en el Reino de los Cielos
¿es diferente a habitar en las “tinieblas exteriores”?

Por consiguiente, Mateo con la narración de esta parábola echa a su gente algo así como una filípica.
Él quisiera, por así decirlo, agarrar por el cuello y sacudir a estos cristianos a consecuencia de su comodidad e indiferencia.
No se trata de dibujar una imagen determinada de Dios.
Se trata más bien de mover a la comunidad a la conversión.
Y para esto tendría también hoy ocasión suficiente.

Finalmente, yo desearía hablar brevemente sobre el modo de ver esto  S. Agustín.
También para él se trata de los cristianos de su tiempo.
Para ellos, él interpreta la historia desde un ángulo visual alegórico,
es decir, él ve conceptos centrales aislados como símbolos.
Ve, por ejemplo, en el traje nupcial un símbolo –
un símbolo de un amor puro y no adulterado por nada.
Agustín cita el famoso Canto del Amor
de la Primera Carta a los Corintios del Apóstol Pablo:
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha.”

Por consiguiente, aunque yo tuviera una fe que trasladase montañas
y la anunciase con palabras atrayentes,
pero si no estoy lleno del verdadero amor,
yo sería una “nada”.
Aunque yo diese limosnas y donativos en abundancia, pero sin verdadero amor,
estaría allí con andrajos en lugar de con un vestido nupcial.
Bien entendido: ¡La fe no es nada!
¡Ni los donativos para los pobres son nada!
No - ¡yo no soy nada!
Yo no tengo ningún vestido nupcial,
porque me falta lo totalmente decisivo:
el amor.

¡Por consiguiente, el amor es el vestido nupcial!
Agustín nos pregunta a todos:
¿Estáis vestidos con el vestido de un “amor sin condiciones”,
con el vestido de un “amor sin puertas de escape egoístas”?
Si es así, entonces estáis seguros en el banquete del Señor.

Amén.